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¡Mira esa nube!

Vivimos inmersos en la prisa. Todo lo que hacemos, las actividades que llevamos a cabo cada día, las rutinas, los traslados de casa al trabajo y el cansado regreso o el estrés continuo y acumulado son señas de identidad de la vida de nuestro tiempo.
Estas prisas nos hacen vivir centrados en asuntos que consideramos importantes y provocan que perdamos imperceptiblemente nuestra capacidad de ser curiosos, de asombrarnos por observar lo que nos rodea, de mirar aquello que se escapa a nuestras miradas rutinarias. 
Detenernos en observar los cambios que se producen en las luces al atardecer mientras declina el día, o, aún más infrecuente, al amanecer, recrearnos en la contemplación del cielo nocturno, atisbar los cambios cíclicos que se producen en las plantas, ya en la naturaleza, ya en lugares urbanos como parques y jardines o contemplar el paso de las nubes nos acercan a recuperar nuestra capacidad de observación y de asombro.
Te propongo acercar la mirada a esas nubes que pasan, efímeras y cambiantes, sobre nuestros cielos y mantener nuestra capacidad de asombro con la contemplación de sus fugaces figuras. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


Poeta, autor teatral, editor y guionista de cine, Manuel Altolaguirre es una de las mentes brillantes del siglo XX que terminó marcada por el conflicto civil que desangró España a finales de los años treinta de aquella centuria. Tras perder a parte de su familia en la guerra, dirigir La Barraca tras Federico García Lorca y Manuel Ugarte y antes de que lo hiciera Miguel Hernández, Altolaguirre se exilió en Cuba y México donde centró su actividad en el cine, regresando en diversas ocasiones a nuestro país, donde moriría tras un accidente de tráfico.
Extraído de su poemario Las islas invitadas de 1944, La nube es símbolo de una perdida libertad, un sueño que, como nube, se deshace, cuyo fin, la lluvia, genera diversas consecuencias, graves, livianas o cautivas.


Como esas nubes que pasan, dejamos la oscura presencia de las que surcaron nuestros cielos tras aquellos años y nos acercamos a una de las obras más genuinas y emblemáticas de uno de los músicos mas personales del cambio entre los siglos XIX y XX.
Achille Claude Debussy se inspiró en una serie de pinturas impresionistas de James McNeill Whistler cuyos títulos comienzan con la palabra Nocturne para componer una obra que, en un primer momento, se iba a llamar Tres escenas al crepúsculo y que terminaría titulando Tríptico sinfónico para orquesta y coro femenino. Sus movimientos Nuages, Fêtes y Sirénes (Nubes, Fiestas y Sirenas) fueron estrenados en París en 1900 los dos primeros y al año siguiente de forma completa.

James McNeill Whistler. Nocture. The Thames at Battersea (1878)

El propio compositor señalaba en las notas previas al estreno que «el título Nocturnos debe entenderse en un sentido decorativo. No ha de interpretarse que como que hace referencia a la habitual forma del nocturno musical, sino más bien a todas las impresiones y los efectos especiales de luz que sugiere su nombre. El primero, Nuages hace referencia al aspecto inmutable del cielo, con la marcha lenta y melancólica de las nubes, que finaliza con una agonía gris, dulcemente teñida de blanco.»
La interpretación de Nubes está dirigida por el finlandés Esa-Pekka Salonen en una grabación para Sony Classical.


Barcelonés de nacimiento, también el exilio llevó a Pere Calders a México donde terminó de cambiar definitivamente su faceta como dibujante por la de periodista y, sobre todo, escritor. En sus textos, Calders es un auténtico maestro del relato corto en los que el lirismo se funde con un personal sentido del humor, una imaginación desbordante y una enorme capacidad para diluir la frontera que separa la realidad de un surrealismo que lo invade todo, sorprendiendo y haciendo cómplice al lector de las historias.
A los lejanos a su Cataluña natal, a la que regresó en los años sesenta, muchos lo conocimos a través del grupo Dagoll Dagom y el montaje Antaviana que se basaba en diversos textos suyos.
En De teves a meves (De lo tuyo a lo mío), publicado de 1985 con el subtítulo de 32 cuentos con final casi feliz, Calders incluyó El núvol guilla (La nube se las guilla) un relato que surgió a partir de una propuesta de los alumnos ocho y nueve años de un colegio que le pidieron que inventara una historia con ese título.
La relación entre la protagonista Gloria y una particular nube es el centro de la historia de la que extraemos la parte relacionada con la inocente y persistente mirada infantil.



No solo la mirada infantil se fija en esas nubes que surcan nuestros cielos. En La flauta mágica, Mozart hace que miremos hacia arriba con la llegada de tres personajes -un número esencial de esa obra- que vienen desde una nube a hablar con los protagonistas en diversas ocasiones.
En la primera intervención, se dirigen a Tamino, el protagonista, al que le ofrecen tres -otra vez este número- consejos para seguir adelante en su camino. En esta ocasión es la nube la que nos ofrece su mirada.


El enlace corresponde a una función de 1991 del Metropolitan Opera House de Nueva York con Francisco Araiza como Tamino y Ted Huffman, Benjamin Schott y Per-Christian Brevig como los tres muchachos, todos con la orquesta titular del teatro y la dirección de James Levine.


En algunas ocasiones nos hemos acercado a la poesía de la Premio Nobel polaca Wislawa Szymborska, una escritora de mente inquieta, cuyas reflexiones nos acercan a un pensamiento que se abre con curiosidad y originalidad a la esencia de las cosas, cercanas a las reflexiones filosóficas.
Procedente de sus Nuevos poemas y recogida en Antología poética, Las nubes es un poema que trata de la brevedad con que se desarrollan en una (in)constante comparación con una vida que, a su lado, carece de fugacidad, semejándose a la eternidad de las piedras.


Esa fugacidad que nos revela la escritora polaca se asemeja a lo inconstante de la pasión en una de las ópera de Händel.
Estrenada en diciembre de 1709 en Venecia, Agrippina es la única ópera del periodo italiano del compositor sajón de la que se conserva el libreto íntegro. Narra la historia de la esposa del emperador Claudio y madre de Nerón y tuvo un éxito tan abrumador en su estreno que el público lo aclamó al terminar la ópera con el grito «¡Viva il caro Sassone!» (¡Viva el querido sajón!).


De esta ópera está extraída la última pieza musical que nos acompaña en nuestro paseo entre nubes, el aria de Nerón perteneciente al Acto III Come nube che fugge dal vento. Como es habitual en este tipo de óperas pertenecientes al barroco, se trata de una aria da capo, en el que el tema principal, correspondiente a los primeros versos, se repite al finalizar con la libertad para el intérprete de adornarlo a su gusto.


El aria, cuya calidad de imagen nos muestra que está grabada hace unos años, está interpretada por uno de los grandes expertos en este periodo, un habitual de este blog, el contratenor francés Philippe Jaroussky acompañado por Le Grande Ecurie et la Chambre du Roy con la dirección de Jean-Claude Malgoire, formando parte de una grabación para el álbum Bellissimo Baroque de Naxos of America.


Nos despedimos de esta mirada a las nubes, a su fugacidad y al deseo de recrearnos en su contemplación con uno de los Poemas en prosa de Baudelaire.


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Bibliografía y webgrafía consultadas:

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