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El universo de Mahler

Bohemio en Austria, austríaco entre alemanes, judío en todo el mundo.
Alma sobre Gustav Mahler

Cuando pensamos en artistas consagrados solemos hacerlo considerando sus logros, aportaciones e influencias o la grandeza de sus obras, a las que solemos referirnos denominándolas obras maestras. Hasta que no hurgamos en la vida de cada uno de ellos, en sus orígenes, su condición y procedencia o la forma en que llegó a ser quien fue no somos conscientes de las dificultades, trabas o impedimentos que hubo de superar para llegar a realizar aquello por lo que lo consideramos un artista o un genio.
En el fondo, igual que estas personas hubieron de sortear y superar obstáculos para alcanzar sus objetivos, son como cada uno de nosotros que padecemos, en mayor o menor grado, situaciones complicadas que debemos superar en nuestras vidas con mayor esfuerzo, fortuna y acierto. Si a estas dificultades que la vida nos pone por delante añadimos algunas condiciones como las derivadas del sexo, la etnia, la religión, el hecho de ser extranjero o, incluso, la edad, llegar a cumplir sus sueños y anhelos se torna aún más difíciles.
En estos días recordamos a uno de estos personajes que tuvieron que luchar por conseguir sus objetivos superando con su talento cuantas dificultades encontró a su paso hasta conseguir crearse un nombre entre los grandes directores y compositores de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Gustav Mahler falleció el 18 de mayo de 1911, por lo que en estos días recordamos el aniversario de su muerte. ¿Qué obstáculos y dificultades hubo de sortear? ¿Por qué llegó a decir su esposa Alma, citándolo, que se sintió bohemio en Austria, austriaco entre los alemanes y judío en todo el mundo?
Te propongo conocer algunos detalles sobre la vida y obra de Gustav Mahler al cumplirse los ciento diez años de su fallecimiento. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!

Hans Boehler. Caricatura de Mahler.

Gustav Mahler pasará a la historia de la música como uno de los más grandes directores de orquesta de todos los tiempos, además de ser un compositor de un talento indiscutible. Nacido en 1860 en Kaliště, una localidad checa, en aquella época perteneciente al Imperio Austriaco, Gustav era el segundo de los doce hijos de Bernhard Mahler y Marie Hermann
Los Mahler provenían de una familia de humilde de origen judío, cuya abuela había sido vendedora ambulante y su padre llegó a regentar una pequeña taberna. Con inquietudes juveniles y ansias de mejorar socialmente, Bernhard comenzó a trabajar con una carreta y, según el propio Gustav, "mientras conducía su caballo y carro, estudiaba y leía toda clase de libros", llegando a llamársele El carretero ilustrado. Vitalista, enérgico y ambicioso, pasados ya los treinta años de edad solicitó a Hermann Abraham, un fabricante de jabón también judío perteneciente a una familia mejor situada, matrimonio con su hija Marie, una muchacha coja de nacimiento, a la sazón de diecinueve años de edad y que no mostraba interés por su pretendiente. Tras superar las reticencias de ésta, comenzó un matrimonio de conveniencias que fue desdichado desde el primer día, que se agravó al tener ella un corazón débil que empeoraba con cada uno de los catorce embarazos, la crianza de los hijos y las labores del hogar, unido al trato recibido por su esposo.

Gustav y Alma Mahler en 1902

Musicólogo y crítico, José Luis Pérez de Arteaga nos acercó, durante décadas de trabajo en Radio Nacional de España y de modo especial en Radio Clásica, el mundo de la música con su cultura enciclopédica y su manera de entender y hacer comprender cuanto este arte nos ofrece. Su voz y estilos inconfundibles se acercaron al gran público con retransmisiones musicales como los Conciertos de Año Nuevo desde Viena que transmitía para la cadena de radio estatal y TVE, además del programa El mundo de la fonografía que dirigía para la emisora radiofónica en la tarde de los fines de semana desde 1985, en ambos casos hasta su fallecimiento.
Experto en temas musicales de toda índole, su pasión y conocimiento sobre la figura de su admirado Gustav Mahler tomó forma en varios libros biográficos sobre el director bohemio, el primero de ellos publicado en 1987 y el último con el escueto título de Mahler, publicado en 2007.
En las primeras páginas del libro, Pérez de Arteaga se refiere a la situación familiar del compositor a través de los recuerdos que Natalie, una de sus primeras amigas, y Alma, su esposa, confirmaron a partir de las revelaciones que el propio compositor les realizó. También hace referencia a la visita y consulta que éste realizó a Freud y una de las contradictorias situaciones que vivió y, de qué forma, esta experiencia queda reflejada en multitud de ocasiones en su música de un modo particularmente enigmático y equívoco para quienes no lo conocen.


Para Mahler, la música y, de modo especial la composición, era la forma de expresar sus anhelos y sentimientos más íntimos y profundos, la manera de expresar su gusto estético, siempre entre la innovación y la modernidad, su forma de mostrar al mundo su capacidad para transgredir las normas establecidas y mostrar su dedicación única y exclusiva hacia la música, además de mostrar al mundo que sus composiciones merecían ocupar un lugar en la historia.
Sus primeras composiciones surgieron como una actividad que realizaba en el poco tiempo libre de que disponía. Años más adelante construiría un refugio junto a su casa de verano en las cercanías de Toblach, una pequeña cabaña en la que sólo él podía entrar para componer. Aunque sus obras tuvieron escaso éxito en los primeros años, era consciente de que tenían un gran valor y que el tiempo las pondría en su lugar hasta el punto de llegar a decir en alguna ocasión: "Meine Zeit wird noch kommen" (Mi tiempo está por llegar).
En su estancia en Liubliana Olomuc, sus primeros destinos como director, puso música a diversos poemas, mientras en Kassel compuso su primer ciclo de canciones, Lieder eines fahrenden Gesellen (traducidas como Canciones de un camarada errante) a partir de textos suyos y dedicados, según confiesa a uno de sus amigos, a una soprano de la que se enamoró. En este ciclo, Mahler se refiere a un amor perdido, aunque más se antoja que trata sobre la postura ante la vida, la existencia. Formado por cuatro canciones, la segunda de ellas, Ging heut morgen übers Feld (Esta mañana caminé por el campo) muestra cómo el protagonista, desdeñado como amante se consuela momentáneamente con la admiración en la naturaleza, una idea que muestra el panteísmo, ese sentido cosmológico propio de Mahler en el que los hechos y elementos concretos, en este caso el campo, las flores o los pájaros hacen referencia, no sólo a ellos mismos, sino a la totalidad de la existencia, al universo entero.  
La interpretación corresponde al más grande de los intérpretes de lieder del siglo XX, el barítono alemán Dietrich Fischer-Dieskau acompañado por la Philharmonia Orchestra y la dirección del legendario Wilhelim Furtwängler en una grabación de audio de 1952.


Poseedor de una gran y brillante inteligencia y una capacidad de trabajo descomunal, Mahler fue haciéndose un nombre a través de su trabajo como director en distintos teatros de ópera donde comenzó pronto a dejar huella de su forma de trabajar en las producciones que presentaba al público. Tras pasar varios años por distintos teatros haciéndose un nombre en la ciudad balneario de Bad Hall, Liubliana, Olomuc, Kassel, Leipzig y Praga, terminó de afianzar su buen hacer recalando en el Teatro Real de Budapest y posteriormente en el Teatro de Ópera de Hamburgo, desde donde dio el paso fundamental en su carrera para saltar al Hofoper de Viena.
Llegar a dirigir en Viena fue un camino repleto de dificultades, con personalidades que lo apoyaban por el nombre que se había creado con sus trabajos o se oponían de forma contumaz, en una ciudad que se movía entre la vieja tradición y las reformas que proponían instituciones como la Secesión, con su edificio coronado con el popularmente conocido como Repollo dorado

De nuevo son las palabras de Pérez de Arteaga en su interesante y amena biografía las que nos acercan a conocer las dificultades que hubo de sortear para acceder a un cargo que todos veían estaba destinado para el director bohemio, mostrando especial énfasis en su doble condición de judío y una, que se nos antoja casi incomprensible hoy en día, ser excesivamente joven a sus treinta y seis años. 
 

Mahler no sólo centró su actividad en estos teatros por los que pasó realizando las labores de dirección, sino que fue requerido en muchos lugares musicalmente importantes de toda Europa y América para realizar colaboraciones por periodos de tiempo que él siempre buscó que fueran intensos para ser más cortos y continuar su cargada agenda, además de evitar al máximo su enorme dificultad para los idiomas. En ocasiones llevó algunas obras concretas del repertorio, en otras, como en sus estancias en Londres o Nueva York, para realizar lo que llamaron la Temporada alemana, una serie de óperas de autores germanos que se incrustaban en periodos concretos dentro de la temporada anual de esos teatros.
Como compositor, y aquí podemos encontrar sus reminiscencias judías, Mahler sentía una vocación musical que quizás podríamos calificar como mesiánica y que aplicaba a toda su actividad. Además, el Destino, así con mayúsculas, en su acepción griega y beethoveniana le hacía cuestionarse cuáles serían sus metas: la integración con la naturaleza, la fuerza moral, la creación artística, la gloria y el triunfo, el amor eterno o, en fin, la trascendencia. Esa búsqueda acabaría convertida en la música de Mahler.

Gustav Mahler fotografiado en 1882

El lied que nos acompañó al inicio, Ging heut morgen übers Feld (Esta mañana caminé por el campo) sirvió al compositor para transcribirlo, casi de forma idéntica, en el primer movimiento de su Sinfonía nº 1, Titán, un subtítulo que también encajaba dentro del pensamiento mahleriano, aunque esté inspirado en la novela homónima de Jean Paul publicada a comienzos del siglo XIX. 
Este primer movimiento lleva la indicación de "Lento, arrastrado, como un canto en la naturaleza", comenzando con una introducción que evoca el despertar de la naturaleza a la que siguen fanfarrias, el motivo del cuco en el clarinete y un tema en las trompas, hasta llegar a la exposición en que se presenta el tema del lied indicado. En su totalidad, el movimiento relaciona el canto de la primavera con el nacimiento del Titán, el héroe que da nombre a la sinfonía.
El enlace que nos acompaña recoge una interpretación de la Pittsburgh Symphony Orchestra dirigida por Manfred Honeck con indicaciones sobre su estructura recogida en el canal de Pablo Moro.


Mahler se instaló en una intensa y estresante vida como director en la que controlaba todos los detalles relacionados con su trabajo, desde los ensayos, la elección de los cantantes y la obligación de que todos los intérpretes, incluidos los grandes divos, acudieran a todos ellos en contra de la costumbre imperante, la minuciosa remodelación de los miembros de la orquesta o la revisión de las particellas que no siempre estaban rigurosamente copiadas. 
En 1902, en su segunda etapa como director del Hofoper de Viena se casó con Alma, hija del pintor Emil Jakob Schindler, una joven con la que se llevaba diecinueve años de edad. El matrimonio sorprendió  a la sociedad vienesa, así como a las familias de ambos conyugues, quienes dejaron claro desde el primer momento que no había espacio más que para un compositor y una agenda laboral en la familia. Pese a todo, hubo momentos de pasión, felicidad y entrega entre ambos. Gustav y Alma tuvieron dos hijas, una de las cuales falleció muy joven, dejándolo sumidos en un profundo dolor, dando la cara en esos meses una afección cardiaca en el compositor que acabaría en pocos años con su vida.

La llegada de Mahler a la ópera de Viena supuso un cambio en la institución que alcanzaría los niveles de calidad más altos de toda su historia. Siguiendo el relato de Pérez de Arteaga, podemos alcanzar a comprender cómo se desarrollaron los primeros meses de trabajo de Mahler en este prestigioso teatro de ópera, las inquietudes, el esfuerzo y ansiedad que supusieron estos meses para un director que hubo de cambiar el judaísmo por el cristianismo para poder acceder de forma definitiva a su cargo. También nos recuerda algunos de los cambios más significativos que introdujo en la forma en que se asiste a las representaciones de ópera o las interpretaciones musicales y que hoy en día aún se mantienen gracias a su esfuerzo, costumbres que nos ayudan a apreciar y disfrutar mejor de la música.


Tras una profunda crisis matrimonial, Alma -de la que hablaremos en otra ocasión- y Gustav retomaron con más energía y valor su matrimonio. Pero el final estaba cerca...
A finales de 1910 viajó a Nueva York donde se involucró en dos nuevas giras americanas en las que, en un agotador esfuerzo de cuatro meses, interpretó obras de los grandes compositores contemporáneos. En Navidad cubrió a su esposa de regalos, la animó y la ayudó a completar algunos de los lieder que ella tenía sin concluir.
El 27 de enero de 1911 estrenó en el Carnegie Hall de Nueva York la Canción de cuna junto a la tumba de mi madre de Ferruccio Busoni. En el intermedio tenía una fiebre alta y se desvaneció. A duras penas terminó el concierto, su último concierto. Con grandes dificultades lo embarcaron hacia Francia donde intentarían un tratamiento novedoso en el Instituto Pasteur. Tras unos primeros momentos en que su cuerpo reaccionó, cada día empeoraba más, por lo que se decidió su regreso a Viena. En cada estación de tren los periodistas esperaban noticias, los periódicos publicaban los partes médicos diarios, hasta que fue ingresado en un hospital vienés. Allí, el 18 de mayo de 1911 fallecía, envejecido, con cincuenta y un años de edad, Gustav Mahler.

Caricatura de Mahler dirigiendo su Sinfonía nº 1 (alrededor de 1898)

Las ideas y el pensamiento de Mahler no se circunscriben estrictamente al contorno de la vida humana, sino que la existencia se desarrolla en el universo en que se encuentra inmersa, encontrándose lo universal en todo lo particular y todo lo particular en lo universal. Como en la escena infantil en que se unen indisolublemente la explosiva dureza de su padre y la música banal, su obra está repleta de una crueldad y dureza desoladoras a la que el propio autor no es capaz de enfrentarse y se limita a intuir y transcribir. Según sus palabras, "una sinfonía debe ser como el mundo. Debe abarcar todo."
Paralelamente, sus obras buscan y alcanzan esa visión cósmica, ese universo envolvente, ese encuentro con el destino.
Finalizamos acercándonos de nuevo a José Luis Pérez de Arteaga y su libro Mahler, en el que Leonard Bernstein se refiere a que, tal como vaticinaba el músico bohemio, ya ha llegado el momento de entender la obra de un compositor que se había adelantado a su tiempo.

En 1967, Leonard Bernstein proclamó: "Su tiempo ha llegado ya. Sólo después de cincuenta, sesenta, setenta años de holocaustos mundiales, de simultáneo avance de la democracia unido a nuestra creciente impotencia para eliminar las guerras, de magnificación de los nacionalismos y de intensiva resistencia a la igualdad social; sólo después de haber experimentado todo esto, podemos, finalmente, escuchar la música y entender lo que él había soñado ya. A través de los vapores de Auschwitz, de las junglas asoladas de Vietnam, de Hungría, de Suez, del asesinato de Dallas, de los procesos a Sinyavsky y Daniel, de la plaga del macarthysmo, de la carrera de armamentos, (...) sólo después de todo esto".

En el fondo, Bernstein intentó, sin conseguirlo, retomar el ritmo frenético de Mahler: dirigir durante la temporada y dedicar los veranos a componer. Su intensa vida social se lo impidió.
Finalizamos esta memoria de Mahler con el final -siempre nos acompañan las músicas con textos- de su Segunda Sinfonía, Resurrección con la London Philharmonic Orchestra dirigida por un extasiado Leonard Bernstein. Aquí está, concentrado, el pensamiento de Mahler.

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Bibliografía y webgrafía consultadas:
  • Pérez de Arteaga, José Luis. Mahler. Ed. Antonio Machado, 2007.

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