Éxito espectacular en la semblanza del Concierto de Santa Cecilia de 1922, celebrado en Cádiz días después del famoso Concurso de Cante Jondo de Granada.
Revista La Flamenca. Luis Pérez. 20/6/2022. Fotos: Kiki
Los años me han enseñado a reposar unas horas las pasiones antes de acometerlas. Uno entra por la puerta grande del Falla con los ojos de un niño en pantalones cortos, con la raya del pelo empapada en colonia y la euforia recién planchada. Tras dos horas de montaña rusa, con la tensión más arriba del Gallinero, que en este lugar lo llaman Paraíso, sales pegando saltos como caballo sin freno. Mira, que no puedes ponerte a escribir sin más, que te has dejado todos los grifos abiertos.
Un día después. Esa es la medida. Buscas y rebuscas, cómo lo cuentas. Bastinazo. Esa es la palabra, no le des más vueltas. En Cádiz, un bastinazo puede significar muchas cosas, a veces, incluso opuestas, dependiendo del contexto y de la entonación. Lo que formó Javi Osuna en el Gran Teatro Falla el sábado día 18 fue un auténtico bastinazo. Un éxito formidable y sin paliativos. Y lo digo con las palabras reposadas.
Entre el público, con casi todo el aforo vendido, lo más granado del flamenco de Cádiz. La gran cantaora Carmen de la Jara disfrutó de lo lindo desde su butaca en la fila siete. Los insignes flamencólogos Antonio Barberán y Ramón Soler, y el gran Luis Suárez de Ávila, maestro de maestros, que prestó también, no solo sus sabios consejos, sino también parte del atrezo. Tú viste los espléndidos sombreros de ala ancha, auténticas joyas de la época, que lucían David y Jesús. Pues son de su colección personal, al igual que el espléndido bastón que blandía el cantaor jerezano.
Nos ponemos en situación. En la última semana se ha celebrado el centenario del famoso Concurso de Cante Jondo de Granada. Tuvo lugar en la plaza de los Aljibes de la Alhambra, durante dos noches consecutivas: el 13 y el 14 de junio de 1922. Organizado por Manuel de Falla, Federico García Lorca, y el pintor Ignacio Zuloaga, entre otros intelectuales de la ciudad nazarí, contó en el jurado con figuras de la talla de don Antonio Chacón y Manuel Torres. La Niña de los Peines también tenía prevista su presencia, pero la muerte de su madre lo impidió en el último momento. El propósito del concurso era salvar el cante gitano de la amenaza de los fandanguillos, para que me entiendas. Lo mismo que pasa ahora con la fusión y el flamenquito, con el Niño de Elche y Rosalía. Una amenaza que sigue cien años después, pero que no tiene visos de extinguir el cante por derecho que a ti y a mí nos gusta. Resumiendo. El concurso lo ganaron un anciano de Morón, Diego el Tenazas, y un niño de nueve años de la Alameda de Hércules sevillana, pero con raíces en el barrio de Santa María de Cádiz: el Niño de Caracol, te suena, ¿verdad?
El concurso de granada fue un éxito comercial y de público. Pero Falla se dio cuenta enseguida de las limitaciones artísticas que nacían de las propias bases del concurso. No se admitían profesionales, precisamente las salvaguardas del auténtico cante jondo que pretendían defender. Para deshacer el entuerto, llamó a su amigo, don Álvaro Picardo para que organizara en Cádiz otro evento, esta vez con los mejores profesionales y que dominaran los repertorios jondos. Don Álvaro desechó la idea de otro concurso y se encargó de la realización, y del coste económico, de un concierto que se celebraría el 18 de junio de 1922 en la Real Academia Filarmónica de Santa Cecilia, cuatro días después del certamen granadino. El cante corrió a cargo de los hijos del gran Enrique el Mellizo, una de las figuras más importantes de la historia del flamenco. Antonio el Mellizo, encarnado por David Palomar, y Enrique el Morcilla, en la garganta de Jesús Méndez. A la guitarra, el mejor alumno del maestro Patiño, Manuel Pérez El Pollo, magistralmente interpretado por Rafael Rodríguez el Cabeza.
Valiente. Ésa es la segunda palabra. Una propuesta valiente, casi temeraria. Llevar al gran público los cantes más duros y rancios de la baraja del flamenco. Me atrevo a decir que algunos artistas que hoy ocupan el primer escalafón no han oído de su existencia siquiera. Como me decía uno el otro día: Picha, es que esa ristra de cantes, no las aguantan más que cuatro jartibles como tú, y como yo. Bueno, a lo mejor, ni siquiera eso. Precisamente aquí tengo, en una servilleta, lo que cantaron ese día los hijos de Enrique. Me lo ha dicho Antonio Barberán, que dice que lo encontró en la prensa de la época:
Soleares estilo Mellizo
Siguiriyas gitanas estilo Mellizo
Siguiriyas del cambio de Andrés el Loro
Siguiriyas del cambio de Curro Dulce
Siguiriyas del cambio de Tomás el Nitri
Serranas estilo Tomás el Nitri
El Polo estilo Curro Dulce
La Caña estilo Curro Dulce
Saetas viejas estilo Mellizo
Martinetes estilo Mellizo
La Nana Moruna, fragmento de romance de Bernardo el Carpio
Giliana
No pretendo extender esta crónica más allá de lo necesario. La sola lectura del repertorio que se marcaron David Palomar y Jesús Méndez te llevaría probablemente de cabeza al ambigú de cualquier festival de verano. Pues ahí está el mérito de este espectáculo. Mantener la atención mental, y la sensibilidad a la transmisión, de un teatro repleto, cien años después de que El Noticiario Gaditano publicara en sus páginas el éxito de Manuel de Falla y de Álvaro Picardo:
<<Adelante, pues. El arpa de Santa Cecilia, sedienta siempre de nuevos arpegios, emplaza al cante jondo. Ayudemos a Falla, ayudemos a Picardo. El cante jondo, es decir, la cumbre del cante flamenco, es como todas las cumbres de todas las artes, inaccesible para la generalidad. Comprender un polo o una caña o un martinete, es tan difícil para una inteligencia no educada en esta rítmica, como difícil se hace a los no preparados, asimilarse las bellezas del Quijote. Y así como nadie aprende a solfear en una partitura de Perosi, ni nadie es colocado ante un cuadro de Murillo para iniciarle en la teoría del color, así tampoco nadie aprende ni se inicia en el cante jondo, asistiendo de golpe y porrazo a un concierto a base de polos, cañas y martinetes. Temimos el fracaso... y sin embargo, el fracaso no llegó>>.
Nosotros también lo temimos, sobre el papel. Pero el fracaso tampoco llegó al Teatro Falla. Una ovación descomunal coronó en su final por bulerías la duna de aplausos que se había acumulado cante tras cante. Pero aquí Javier Osuna hizo su trampa. La apuesta no era tal apuesta. Para apostar, hay que arriesgarse a perder. Y él jugaba con las cartas marcadas. Porque con esos caballos no puedes perder. David Palomar, el jefe indio del cante en la Tacita. Algunos pensábamos que se había tirado al lado oscuro. Qué capacidad de transmisión, qué conocimiento, qué artista, en definitiva. Sabedor de todas las artimañas para que no puedas apartar tus oídos de su divina garganta, cada vez más veloz, y más elástica. Qué puedo contarte de Jesús Méndez, que no sepas ya. Lleva orgullosamente la bandera del cante de Jerez de la Frontera. Mira atrás por el retrovisor, y vienen muy lejos los que puedan algún día hacerle sombra. Voz gorda, a la vez que cantaora. Se amolda a todos los palos sin perder un ápice de su personalidad. Mano a mano, ambos fueron desgranando esos estilos duros sin que al público se le abriera el temido pozo de los bostezos. Al contrario. Y la guitarra del sevillano Rafael Rodríguez, muda muchas veces entre tantos cantes a palo seco, se hacía dueña de los alzapúas y rasgaos más gaditanos, sobre todo en la giliana y el cierre final por bulerías, licencia que el autor se concedió como premio a la conducta impecable de la audiencia. Los tres iban vestidos de época, con los susodichos sombreros de ala ancha que les tapaban casi por completo las caras. Claro recurso dramático para contribuir a la abstracción, y que el público se integrara de lleno en la ficción, olvidando que los que estaban allí no son verdaderamente los hijos del Mellizo, sino estos artistas tan conocidos.
El hilo conductor son dos escenas imaginadas de 1922. Una en Granada, donde el maestro Falla muestra su preocupación por el resultado del concurso y dialoga con su ama de llaves, Rosario, felizmente representada por Luci Vera, que dio los toques de humor justos para que el público descargara tensiones entre cante y cante. Javier Galiana, en el papel de don Manuel, ofreció un auténtico recital de piano, con extractos de las piezas de Falla más conocidas. Juan José el Junco mostró sus dotes interpretativas y cantaoras, y derramó detalles que nos dejaron con mucha hambre de su baile. El querido Paco Reyes fue el encargado de abrir la función. Su entrada por el patio de butacas pregonando el estreno del espectáculo fue memorable. También tuvo mucha participación en el cante entre escenas. Y mención especial merece la participación de Juan Antonio Álvarez, el papel de don Álvaro Picardo. Un pedazo de actor. Se le notan las tablas, y su aplomo contribuyó a que el público conectara con la obra desde el primer momento. Él fue el encargado de arengar al respetable con un alegato final, que cito de memoria.
Dijo don Álvaro Picardo a su auditorio de la Academia de Santa Cecilia que había sido un honor representar, en tan alto y culto templo de la música, las obras más profundas y auténticas de cante jondo. Y que ojalá, tal día como ése, después de cien años, alguien fuera capaz de hacer lo mismo en un teatro repleto de público. Naturalmente, el Teatro Falla se vino abajo en una cascada de aplausos. También reconoció el autor, por boca de don Álvaro, que para conseguirlo había tenido que acudir al recurso de insertar esos cantes dentro de una obrita de teatro. Un ejemplo de sinceridad, humildad y, a la vez, un zasca a la lamentable situación que vive el cante en su ciudad, cuna primigenia del flamenco. Aprovechó para tirar con arco a las instituciones que regulan este arte, y que tienen a Cádiz arrinconado en beneficio de otras ciudades como Sevilla. Pero todo dicho con mucho arte, tú sabes.
Ficha artística:
Espectáculo: Recreación histórica del homenaje al Centenario del CONCIERTO FLAMENCO en la Real Filarmónica Academia de Santa Cecilia 1922-2022
Lugar y fecha: Gran Teatro Falla, Cádiz. 18/6/2022
Al cante: David Palomar y Jesús Méndez
Al toque: Rafael Rodríguez El Cabeza
Actores: Juan Antonio Álvarez, Javier Galiana, Juan José El Junco, Paco Reyes, Luci Vera y Paco Castro
Dirección: Javier Osuna
Asesoramiento de los cantes: Ramón Soler
Puesta en escena: Antonio Castaño
Producción: Inés Merchán
Diseño: Arantxa Morales