Por qué debemos escapar de las redes sociales

Otro exejecutivo de Facebook ha emitido una advertencia sobre cómo su anterior empleador nos ha condicionado con malos hábitos, envenenado nuestras vidas cívicas, desplumado nuestra cordura y saboteado nuestras relaciones. Esta vez es Chamath Palihapitiya, de 41 años, ahora un capitalista de riesgo y copropietario de los Golden State Warriors de la NBA.

Falso y frágil

Palihapitiya, hablando recientemente con estudiantes de la escuela de negocios de Stanford, explicó cómo Facebook corroe la interacción social. «Los circuitos de retroalimentación a corto plazo, impulsados por la dopamina que hemos creado están destruyendo la forma en que funciona la sociedad —advirtió—. Llevamos nuestras vidas alrededor de este sentido de perfección percibido porque somos recompensados a corto plazo (con señales, corazones, un «me gusta» y pulgares hacia arriba) y lo mezclamos con el valor y con la verdad. Y en cambio, realmente es una falsa y frágil popularidad. Y eso te deja aún más vacío de lo que estabas antes».

Pero luego buscamos otro éxito. Esta adicción ahora corroe toda la base de usuarios de Facebook de dos mil millones de personas. Todo es parte de un diseño. «No te das cuenta, pero estás siendo programado», advirtió Palihapitiya, negando así a los estudiantes la idea de que la inteligencia y la educación los protegerán de esta plaga; no lo hacen.

Entonces, ¿qué debemos hacer?

«Debes decidir cuánto de tu independencia intelectual estás dispuesto a ceder —dijo—. No tengo una solución ante esto. La solución para mí fue ya no utilizar estas herramientas. No lo hago desde hace años».

Adictos a las redes sociales

Suena bien, suena simple. Solo apaga las redes sociales. Pero por supuesto que no es así como funciona. Los cristianos saben que los deseos más profundos están detrás de las adicciones digitales. A pesar de todos los hábitos de las redes sociales que plagan nuestras vidas, a pesar de la falta de atención que damos a los que nos rodean, la mayoría de nosotros nunca consideraría seriamente desactivar nuestras plataformas sociales (¡incluso Palihapitiya mantiene una cuenta activa en Facebook!).

Somos adictos a las redes sociales, nos encanta ponernos en contacto con todos en los comentarios de Facebook, subir el GIF perfecto en Twitter, o difundir una fotografía en Snapchat. El atractivo de las redes sociales es el deseo de ser visto, omniscientemente visto, siempre valorado, al menos siempre a la vista de los demás. Los teléfonos inteligentes prometen protegernos de la atazagorafobia (el miedo a ser olvidado). Así que nos conectamos impulsivamente, desde el momento en que nos despertamos hasta el momento en que debemos entregarnos al sueño.

Todo esto condiciona nuestro comportamiento digital para beneficiar a las plataformas sociales, que ya generan miles de millones de dólares a su favor. Nuestras emociones están condicionadas… auto condicionadas. Nos lo hacemos a nosotros mismos. Como dijo un escritor: «Cada plataforma de redes sociales es una droga que nos auto prescribimos y consumimos para regular nuestra vida emocional, y estamos constantemente experimentando con este cóctel».

Enfrentando el silencio 

Las redes sociales son una mezcla de drogas emocionalmente estimulantes que nos damos a nosotros mismos. Esto significa que dejar las redes sociales, aunque sea por unos días o un par de semanas, es encontrarse con la dura realidad de que no nos extrañarán en nuestra ausencia, pasaremos desapercibidos en nuestro silencio, e incluso no esperarán nuestro regreso. Escapar de las redes sociales es probar el amargo aguijón del olvido, un pequeña probada de soledad de los ancianos o la crisis de identidad de la mediana edad, que se ha extendido ahora a todos los grupos demográficos.

Deja de intentar ser visto en las redes sociales y desaparecerás por completo. No nos atrevemos a parar. Y es por esta razón que, la primera sensación al alejarse de las redes sociales, ese primer día desconectado, sabe amargo. Sabe amargo porque usamos el ruido de los medios de comunicación en nuestras vidas para ahogar dos cosas que preferiríamos no enfrentar.

El silencio y nuestro interior

En su sermón sobre el Salmo 62:1 («En Dios solamente está acallada mi alma»), Dietrich Bonhoeffer se tomó el tiempo de explicar el miedo moderno al silencio, y de mostrar cómo el hombre moderno lo ha evitado a través de los medios de comunicación, un fenómeno que opera en Alemania desde finales de la década de 1920.

Primero, dijo, buscamos nuevos ruidos para evitarnos a nosotros mismos.

Huimos del silencio. Corremos de actividad en actividad para evitar tener que estar a solas con nosotros mismos, aunque sea por un momento, para evitar tener que mirarnos en el espejo. Nos aburrimos de nosotros mismos, y a menudo las horas más desesperadas y desperdiciadas son las que nos vemos obligados a pasar por nosotros mismos (Obras, 10:503).

Lo odiamos. El silencio inevitablemente obliga a las verdades incómodas a volver a nuestro radar. Quiénes somos, en quiénes nos hemos convertido, lo bueno, lo malo, lo repugnante, lo aburrido, todas las cosas de nuestras vidas, las cosas que nos gustaría cambiar, los recuerdos, los eventos, las cicatrices que nunca expondríamos en los medios sociales. En el silencio, nada sobre nosotros permanece oculto; todo burbujea de nuevo a la superficie. Compartir nuevas fotografías es siempre más fácil que la temible incógnita de lo que surgirá si nos envuelve el silencio.

Pero nuestro miedo a la soledad silenciosa expone algo aún más profundo.

El silencio y el Cordero

Repetidamente en la Escritura, el silencio es una demostración de nuestra fe, una confianza resuelta en el Redentor para movernos, para actuar y salvarnos. Cuando las tentaciones y los peligros aumentan, el piadoso puede silenciar a los ruidosos alarmistas que lo rodean y clamar al silencio.

  • «En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza» (Is. 30:15).
  • «Guarda silencio ante Jehová, y espera en él» (Sal. 37:7).
  • «En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación. El solamente es mi roca y mi salvación; es mi refugio, no resbalaré mucho» (Sal. 62:1-2).
  • «Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza» (Sal. 62:5).

El silencio es confianza en Dios.

El silencio es también una invitación divina. Y ese es el miedo moderno más profundo. Bonhoeffer escribió:

No solo tenemos miedo de nosotros mismos, de descubrirnos y desenmascararnos, sino que tenemos más miedo de Dios, de que pueda perturbar nuestra soledad y descubrirnos, desenmascararnos, de que Dios nos atraiga a estar sosiegos y haga con nosotros lo que quiera. Porque tememos esos encuentros desconcertantes y solitarios con Dios, los evitamos, evitamos incluso pensar en Dios para que no se acerque demasiado a nosotros. De repente, tener que mirar a los ojos de Dios, tener que rendir cuentas ante él, es una sensación demasiado terrible; nuestra sonrisa perpetua podría desvanecerse, las cosas podrían ponerse completamente serias de una manera a la que no estamos en absoluto acostumbrados.

¿Qué suena más atractivo en la era digital? La falsa y frágil popularidad o la seria presencia de Dios acercándose. Así que nos despertamos y revisamos nuestros teléfonos inmediatamente en la cama.

Esta ansiedad caracteriza a toda nuestra generación. Vivimos en un temor perpetuo de ser repentinamente capturados y llamados a la tarea por Dios y preferimos socializar, ir al cine o al teatro hasta que finalmente somos llevados a la tumba, cualquier cosa en lugar de tener que soportar un solo minuto ante Dios (Obras, 10:503).

Cada momento de silencio en 1928 podía ser interrumpido por la vida social o por los medios de comunicación. Noventa años más tarde, podemos mantener el ruido de la distracción en la vida social y los medios de comunicación simultáneamente.

Las redes sociales no son el problema, son la máscara de nuestros miedos subyacentes. Todos queremos nuevas alertas de noticias de última hora o tweets virales o un nuevo mensaje de texto, porque significa, al menos por un momento más, que hemos evitado el contacto visual con el Salvador, evitado la seriedad de lo que significaría conocerlo, escucharlo y enfrentarnos al llamado de Dios que podría interrumpir nuestras cómodas vidas.

El silencio y la sociedad

Bonhoeffer no está celebrando el aislamiento social y la soledad. Hay una soledad que proviene del quebrantamiento. Bonhoeffer aplaude el silencio intencional que debemos aprender a amar, lo que ahora llamamos soledad, esa decisión en donde aun cuando tenemos la oportunidad de hacer ruido, elegimos la quietud. El silencio elegido por uno mismo es la nueva expresión del empoderamiento social en la era digital. El silencio es la libertad. Y el silencio es una forma de proteger la salud de la iglesia local.

A medida que se desarrollaba el ministerio de Bonhoeffer, tomaría las dos verdades de este primer sermón (que el silencio nos obliga a enfrentarnos a nosotros mismos, y el silencio nos lleva a la voz y el llamado de Dios), y las aplicaría a la vida diaria.

En su libro Life Together [Vida Juntos], dice que aprendemos en comunidad la paciencia y la honestidad necesarias para estar solos. Mientras estamos solos, nos encontramos con Dios y desarrollamos la autenticidad necesaria para el florecimiento comunitario. «Quien no pueda estar solo debe cuidarse de la sociedad. El que no pueda soportar estar en sociedad debe cuidarse de estar solo» (Obras, 5:83).

En un mundo saturado por los medios de comunicación, en nuestra ubicuidad en las redes sociales, perdemos la disciplina de la soledad. Perdemos el sentido de escuchar a Dios. Dios se siente distante. Nos vaciamos de la sustancia de la verdad divina que debemos poseer nosotros mismos antes de poder ofrecer la gracia a nuestros amigos.

Así que Bonhoeffer pregunta a los de su generación, y nos pregunta ahora:

¿Está la Palabra de Dios cerca de mí como un consuelo y una fortaleza? ¿O utilizo mi soledad contra la sociedad, contra la Palabra y la oración? Los individuos deben ser conscientes de que incluso sus horas de soledad impactarán en la sociedad. En su soledad pueden destrozar y empañar a la comunidad o pueden fortalecerla y santificarla. Todo acto de autodisciplina de un cristiano es también un servicio a la comunidad (Obras, 5:92).

Una comunidad saludable en nuestras iglesias nunca prosperará cuando cada miembro abusa de las redes sociales y priva a su propia soledad de ser tomada con seriedad.

Tomando la soledad con seriedad

La soledad con seriedad en la era de los medios de comunicación puede sentirse antinatural. Es extraño, incómodo, demasiado serio. Bonhoeffer concuerda que «se sentirá bastante extraño, de hecho, tal vez incluso bastante vacío las primeras veces. Sin embargo, pronto el alma se llena; comienza a cobrar vida y a sentirse más fuerte» (10:504). También podría haber estado hablando de los primeros días fuera de las redes sociales.

Bonhoeffer creía que era la obra del Espíritu Santo la que guiaría a cada creyente a esta soledad, al lugar tranquilo donde nuestras necesidades más profundas están expuestas y las más grandes verdades eternas pueden lavar una vez más nuestras almas. Porque ¿quién, sin el poder de Dios, podría desear la soledad en una época de incesante auto proyección y autoafirmación?

Por el poder del Espíritu, aprendemos a abrazar la seriedad desacostumbrada de la soledad, mientras oramos con el corazón del Salmo 139.

Señor, escudríñame, conóceme y líbrame de tratar a los medios digitales como un cóctel de drogas emocionalmente estimulantes. Sáname de este apetito de ser visto por los hombres. Acaba con este deseo de reconocimiento digital sin fin. Acércate a mí. Confróntame. Consuélame. Equípame para amar de nuevo. Haz que tu presencia me sea conocida de nuevo, mientras aprendo lo que significa abrazar el olvido total de este mundo, para saber que, en Cristo, siempre seré conocido y amado ante tus ojos.

Tony Reinke

Tony Reinke

Tony Reinke es el escritor principal de Desiring God y autor de Competing Spectacles (2019), 12 Ways Your Phone Is Changing You (2017), John Newton on the Christian Life (2015), y Lit! A Christian Guide to Reading Books (2011). Es el anfitrión del podcast Ask Pastor John y vive en el Phoenix con su esposa y tres hijos.