Alfred Russell Wallace, el otro Darwin

Alfred Russell Wallace, que murió hace 105 años, podría haber pasado a la historia como el padre de la teoría de la selección natural. ¿Qué lo impidió?

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Alfred Russell Wallace llegó a las mismas conclusiones que Darwin.

Quien fue Alfred Russell Wallace

Alfred Russel Wallace se halla explorando el archipiélago malayo cuando le sobreviene un ataque de malaria. Corre el mes de febrero de 1858. Tras recuperar fuerzas, escribe Sobre la tendencia de las variedades a desviarse indefinidamente del tipo original. En este pequeño ensayo afirma que la vida de los animales es una “lucha por la existencia”, en la que los más débiles de una organización imperfecta siempre sucumben: “La posibilidad de obtener alimento durante las estaciones menos favorables y de escapar de los ataques de los enemigos más peligrosos son las condiciones primarias que determinan la existencia tanto de individuos como de especies completas”, anota.

Sin más dilación, introduce el texto en un sobre y se lo envía al naturalista más famoso de Inglaterra, Charles Darwin , para que este, a su vez, lo comparta con Charles Lyell, el geólogo más influyente de la época. Darwin no da crédito. Esas ocho páginas torpedean su trabajo de más de veinte años de observaciones, experimentos y viajes.

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Dibujo de Alfred Russell Wallace de una rana del archipiélago malayo.

TERCEROS

Naturalista autodidacta

Wallace nació en Gales en el seno de una familia de escasos recursos económicos. Tuvo que dejar la escuela a los catorce años y aprender de forma autodidacta. Ávido lector, con poco más de veinte se interesó por la transformación de las especies.

En 1848, junto con el entomólogo Henry Walter Bates –el primero en dar cuenta del mimetismo en los animales–, recorrió el Amazonas durante cuatro años. Ambos recolectaron miles de ejemplares de insectos, pájaros y plantas, pero, a su regreso a Inglaterra, el barco en el que viajaban se incendió. Solo pudieron salvar algunos cuadernos de observaciones y notas de viaje. Entonces, Wallace partió hacia una nueva aventura en el archipiélago malayo, entre el sudeste asiático y Australia. Allí permaneció casi un decenio.

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Charles Darwin había alcanzado sus conclusiones veinte años antes que Wallace.

TERCEROS

El documento que Wallace enviado a Darwin puso en alerta a Lyell, que intentó convencer a su colega de la necesidad de publicar sus ideas antes de que alguien se le adelantara.

Dos décadas antes de recibir el manuscrito de Wallace, Darwin había formulado su teoría de la selección natural pero no la había publicado.

Hacía dos décadas que el naturalista británico había llegado a la conclusión de que la selección natural actuaba como freno al crecimiento ilimitado de las poblaciones. Pero solo un grupo reducido de personas, entre las que se encontraban su mujer, Lyell y el prestigioso botánico Joseph Hooker, sabía que estaba acumulando pruebas y resolviendo paradojas para anticiparse a las críticas eventuales. La intención de Darwin era publicar su tesis en un texto muy elaborado y extenso.

El “arreglo delicado”

No obstante, en aquel momento, Darwin no podía ocuparse de sintetizar su obra porque dos de sus hijos habían contraído escarlatina. Así que Lyell y Hooker intervinieron en el asunto. Juntos urdieron un plan, que pasaría a la posteridad como el “arreglo delicado”.

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El edificio de la Sociedad Linneana de Londres. Foto: Wikimedia Commons / Tony Hisgett / CC BY-SA 2.0.

TERCEROS

Consistió en exponer, el 1 de julio de 1858, los trabajos de Darwin y Wallace en la Sociedad Linneana de Londres, una asociación aún hoy dedicada al estudio y la divulgación de la taxonomía y la historia natural. Así iniciaron su discurso: “Estos señores han concebido, de manera independiente y sin saber nada el uno del otro, la misma teoría ingeniosa para explicar la aparición y perpetuación de variedades y de formas específicas en nuestro planeta, y ambos reclaman justamente el mérito de ser pensadores originales en esta importante línea de investigación”.

Fue Wallace el que bautizó la selección natural como “la teoría de Darwin”, acuñó el término “darwinismo” y se proclamó “más darwinista que Darwin”.

Acto seguido procedieron a leer los trabajos en un orden meticulosamente estudiado. Primero presentaron una carta de 1857 en la que Darwin explicaba sus ideas al botánico estadounidense Asa Gray. Luego dieron paso al ensayo de Wallace. De este modo dejaban bien claro quién había sido el primero.

A finales de 1859, Wallace recibió un ejemplar del titulado El origen de las especies , no pudo más que rendirse ante la potencia argumental y el alcance de la teoría. A partir de entonces, se referiría a la selección natural como “la teoría de Darwin”, acuñaría el término “darwinismo” y se proclamaría “más darwinista que Darwin”. En su opinión, Darwin se alzaba por encima de los filósofos antiguos y modernos: “La fuerza de la admiración me impide decir nada más”, confesaría.

¿Por qué a la vez?

Las ideas de Darwin y del más ferviente darwinista cimentaron la biología moderna. Ambos señalaron que las especies derivan de una larga sucesión temporal de formas cambiantes, y no de un designio divino.

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Alfred Russell Wallace acuñó el término "darwinista".

TERCEROS

Sin embargo, las teorías de Darwin y Wallace no eran simétricas. También discreparon acerca de la explicación del origen del hombre. A ojos de Wallace, la teoría de la selección natural no podía aplicarse a la especie humana, al intervenir un componente espiritual: “Existe algo que no proviene de sus progenitores animales, posee una esencia o naturaleza que solo encuentra una explicación en el invisible universo del espíritu”.

Tanto Darwin como la comunidad científica en general acabaron menospreciando la enorme labor que Wallace había desempeñado durante años.

Esta nota discordante contribuyó a que tanto Darwin como la comunidad científica en general acabaran menospreciando la enorme labor que Wallace había desempeñado durante años. No en vano, el naturalista había escrito más de ochocientos artículos y veinte volúmenes sobre entomología, biogeografía, antropología y etnografía, entre otras disciplinas.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 560 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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