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M´uica

El matrimonio de los vientos con el flamenco

Entre el Negro Aquilino, Miles Davis y Pedro Iturralde anda el juego, o en lo que Jorge Pardo pudo hacer con todo ello

El músico de flamenco y jazz Jorge Pardo R.I.

Luis Ybarra Ramírez

Existen matrimonios cuyo vínculo, de férreo, se ha vuelto tópico. El café y las mañanas, los libros en la playa (al atardecer, a ser posible, y sin viento, por no causar un divorcio inmediato), el huevo y la patata, la estupidez en las redes… Las piezas, a veces, encajan como cuerpos que se desean. Se imantan y, como si de dos gotas de agua se tratara, de pronto, al unirse, son una. En música, cuando se produce un matrimonio, parece que siempre estuvo ahí. Camarón y Paco de Lucía, por ejemplo, son anacrónicos; no existe ya ese tiempo donde no eran una referencia. Como Duke Ellintong con John Coltrane , que nacieron únicamente para unirse en ese punto de 'I a sentimental mood', que llena de sentido los demás. En el flamenco, no todos los enlaces, a veces frutos de modas, alcanzan las bodas de oro. Ese mérito, tan difícil de lograr, queda reservado para unos pocos. Algo así sucedió con los vientos en los pentagramas jondos, que llegaron para vestir y armonizar y quedaron adheridos a la música. Jorge Pardo , ese chico madrileño del grupo Dolores que cayó en los oídos de Paco de Lucía hasta formar parte de su Sexteto, puso por estos lares el saxofón y la flauta como si de untar mantequilla fuera la cosa. Llegó como pareciendo que siempre había estado ahí, y se impuso. Este viernes 17 de diciembre, actúa en el Café Berlín. Y el relato, a partir de él, se cuenta de una forma diferente. Su matrimonio, no obstante, no surgió de la nada. Antes hubieron de sucederse un ramillete no demasiado extenso de noviazgos, sus antecedentes.

Los más remotos pertenecen a los años 30 del siglo pasado. Es decir, plena Ópera Flamenca. Dos músicos, el Negro Aquilino , de Guantánamo, Cuba, y Fernando Vilches , de Jaén, como demostró en un estuido el profesor Juan Zagalaz, de la Universidad de Castilla-La Mancha, calcaron el sonido de la bajañí en el saxofón y grabaron junto a los diapasones de Ramón Montoya, Manolo de Badajoz y un joven Sabicas. Pusieron una primera piedra , en realidad, para la hibridación de este género con otros. Un instrumento ajeno al flamenco reproduciendo sus esquemas. Con otra textura, con otro matiz que otros, mucho después, recogerían. Eran los inicios de la fusión.

Otro hito lo protagonizó el trompetista Miles Davis , una de las figuras más trascendentales de la música contemporánea. El hombre, en los 50, viajó a Barcelona. Y pegadito a una mujer entró a un tablao con intenciones extramusicales. Lo que ocurrió durante la actuación nadie lo sabe. Al final, eso sí, se marchó loco de hondura a una tienda de discos y se hizo con la popular antología de Hispavox que había liderado el guitarrista Perico el de Lunar esa misma década. El resto es historia: el mítico álbum 'Kind of blue' (1959) se cerró con la pieza 'Flamenco sketches'. Un año después, en el 60, el de Illinois compuso el disco 'Sketches of Spain' , donde se incluye la soleá, la saeta y parte del 'Concierto de Aranjuez', de Joaquín Rodrigo. Uno de fuera vino a revisar lo propio, y no a la inversa.

Miles Davis ABC

Pedro Iturralde ABC

Fue Pedro Iturralde, el gran maestro del jazz español , el primero en incluir una sonanta flamenca en el estudio para acompañar a los vientos, enriqueciendo así su discurso y pariendo al fin la etiqueta que todavía hoy se emplea. Paco de Antequera le acompañó en '¡Jazz flamenco!' (1967). Después, en 'Jazz flamenco 2' (1968) y 'Flamenco jazz' (1974), que llegó a España siete años tarde, se incorporó un tal Paco de Lucía que al principio firmó como Paco de Algeciras. El camino, en este tramo, estaba indicado, aunque aún no excesivamente transitado. La armonía del jazz aportaría mucho al universo jondo, que elevaría la rítmica del género americano a niveles inusitados.

El encargado de explorar a fondo las posibilidades del saxofón y la flauta travesera en los diferentes palos, sin embargo, sería Jorge Pardo , el heredero de todo ello, alguien a quien la revolución de Paco le cogió justo al medio. En 'Solo quiero caminar' (1981) , los tangos que dan título al primer álbum del Sexteto, para muchos comenzó todo. O, al menos, se materializó lo que antaño bullía. Después, en solitario, Pardo se convertiría en la referencia esencial de los instrumentos de viento por discos como su homónimo, de 1982, 'A mi aire' (1987) y 'Veloz' (1993), ambos del sello Nuevos Medios, del productor Mario Pacheco, y 'Vientos flamencos' (2005). Le otorgó envergadura, entidad propia. Y durante los 80 y 90 la flauta, verdadera artífice para que funcionara el matrimonio, se volvió un ente omnipresente en las discografías de cantaores y guitarristas. Su elegancia esbelta y fina, además de su capacidad expresiva, tan llena de incorrección a través de los golpes de pulmón del intérprete, la consolidaron. Jorge Pardo sobrevuela con ella cualquier melodía y le aporta un barniz propio del pan de oro, pero también, cuando se arrastra por seguirilla o soleá, uno es capaz de escuchar con nitidez de campana sus faltas, sus benditos desajustes que nos refrescan la agresividad con la que se aconseja mostrar el dolor. La perfección, recordaría, mata el arte. Y aquel mantra lo llevó al extremo en las cantiñas 'A tu mare rosa', en la que las disonancias gimen hasta quebrarse.

Diego Villegas ABC

La escena, hoy, se nutre de este y otros músicos. De Jerry González , uno de los reyes del latin jazz. De Benny Goodman , capitán del swing. O de Antonio Serrano , pionero a la hora de utilizar, sí, otra vez junto a Paco de Lucía, la armónica en el flamenco. Sergio de Lope , Diego Villegas y Juan Parrilla , tres nombres actuales, tocan, por ende, sobre hombros de gigante. Son los hijos de aquel beso certero a una embocadura de metal.

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