Hijos muertos: las novelas que abandonamos


Porque no todas las historias prosperan...

¿Qué artista no tiene tras de sí una larga lista de obras incompletas y proyectos náufragos? ¿Qué escritor no tiene un cajón de historias que acumulan polvo y años, ya casi olvidadas y ajenas al mundo?

Muy triste, lo sé, pero no por ello menos cierto: a lo largo de su trayectoria, un escritor abandonará de media el 20% de su trabajo (y desechará cerca de un 60% de las historias que se le ocurren).

Los motivos que pueden conducirnos al abandono y posterior asesinato de estos vástagos son diversos. En este post trataremos de describir algunos de los más frecuentes:



1. Síndrome del Todo está ya escrito

Una de las causas más comunes por las cuales un escritor puede desechar o abandonar un proyecto a medio escribir es sentirse invadido por una sensación de no estar aportando nada nuevo a la literatura.

De repente, esa historia que parecía tan genial en tu cabeza, resulta ser un amalgama de tópicos manidos y tramas previsibles: "Todo está ya escrito", nos decimos.

Y luego, abrimos el último cajón de nuestro escritorio, ese que chirría al abrirse del escaso uso que le damos, y arrojamos indolentes a sus entrañas esa historia que hacía solo unas horas nos llenaba de ilusión.



2. Destierro al fracaso

Muchas veces, una obra terminada tiene como destino un concurso literario. Nosotros, padres orgullosos, acicalamos a nuestro retoño y lo enviamos hacia la gloria y la fortuna (hacia la publicación en muchos casos).

Los meses pasan y ya cuando casi teníamos olvidado el certamen, el jurado da su veredicto: nuestra obra no quedó ni siquiera finalista. No se ha llevado ni la nominación a "Título más simpático".

¡¡Largo, novela fracasada!!

Cuando esa pobre historia regresa a casa, lo único que encuentra es un comité de despedida que la conduce sin contemplaciones hacia el fondo del cajón. Hacia el olvido.

Y todo esto ante los ojos vacíos del escritor: su progenitor. Pero en esos momentos, poco importa el mimo y cariño que hubiésemos sentido. Nuestra obra ha fracasado y no merece mejor destino que perecer.



3. Pereza

El principal responsable de la muerte de nuestros hijos, sin embargo, no es el fracaso o la pérdida de la confianza en aquello que escribimos, sino la pereza.

Una vez nos desentendemos de una historia, sea por voluntad propia o porque las circunstancias nos conducen a ello, difícilmente la rescatemos de su abandono. Hemos perdido la costumbre y ahora nos da vagancia retomar el trabajo que dejamos a medias.

Este mismo principio de pereza es el que nos lleva también a desechar las obras que no triunfaron en sus respectivos certámenes en lugar de darles un repaso y seguir apostando por ellas. Nos resulta menos trabajoso despreciarlas y abandonarlas que corregirlas.

Parte del worldbuilding de D-36

Y la situación se repite con obras escritas años atrás: la pereza nos dificulta sentarnos de nuevo con ellas para darles un lavado de cara y ajustarlas a nuestro nuevo (y mejorado) estilo de escritura, para incorporar todo lo que hemos ido aprendiendo con los años.

De esta trágica forma, abandonadas y olvidadas, vamos dejando atrás a infinidad de historias. En mi caso, son ocho las que se pudren en el cajón: Antagonismo, Mago de las Mentiras, D-36 o "Proyecto Condado" son algunas de ellas.

Ais... Solo mencionarlas ha hecho que me invada la nostalgia, jo.



LA SOLUCIÓN

Y es precisamente en esa nostalgia donde podemos encontrar el remedio para resucitar a nuestros hijos muertos y rescatarlos los olvido.

Sin nos aferramos a ese sentimiento, rememorando el bienestar que nos causaba el proceso de escritura, es mucho más probable que abramos el cajón de los despojos, agarremos a nuestra historia y empecemos a operar.

En algunos casos, esto bastará para salvarles la vida. En otros, sin embargo, lo único que podremos hacer será retirar los órganos sanos para hacer trasplantes a otras historias que necesiten, por ejemplo, una subtrama de tensión.



No os sintáis Frankenstein: no hay nada de malo en reciclar ideas de historias que son ya irrecuperables. Es una bella forma de que su muerte no haya sido en vano.

Y dicho esto, me retiro. Tengo muchas obras por ahí perdidas en los cajones que necesitan que vaya a darles mimitos. Y me juego el cuello a que vosotros también.


¡Nos leemos! ^^

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