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      Dos crímenes jaquean al “turismo de la ayahuasca”

      La muerte de una curandera y el linchamiento de un canadiense actualizaron la discusión sobre el brebaje alucinógeno y su atractivo para miles de viajeros.

      Dos crímenes jaquean al "turismo de la ayahuasca"El funeral de Olivia Arévalo (AP).

      Todos los rastros de sangre han sido raspados y retirados de entre la suciedad, debajo de la palmera fuera de la casa de madera endeble de Olivia Arévalo, en una remota aldea en la selva amazónica peruana. Una semana después, es como si los pobladores quisieran sacar todos los signos del brote de impactante violencia que estalló allí.

      A Arévalo, una curandera tradicional, le dispararon dos veces bajo el sol del mediodía, el 19 de abril. Los testigos dicen que se derrumbó en el piso, y con la respiración entrecortada, decía: “¡Me mataron! ¡Me mataron!”, mientras su hija Virginia corría a abrazar la cabeza de su madre agonizante.

      En minutos, la angustia se extendió y se transformó en furia incontrolable: los vecinos de Arévalo atraparon y lincharon al supuesto asesino, un canadiense llamado Sebastian Woodroffe, quien había viajado a la región para aprender sobre la medicina indígena.

      El canadiense Sebastian Woodroffe fue linchado por la comunidad, acusado de asesinar a la líder shipibo-konibo. (Facebook)El canadiense Sebastian Woodroffe fue linchado por la comunidad, acusado de asesinar a la líder shipibo-konibo. (Facebook)

      El horrible doble asesinato ha echado una luz dura sobre el mundo no regulado del turismo de la ayahuasca. La ayahuasca, un brebaje de una planta que contiene la droga alucinógena dimeltitriptamina (DMT), atrae hacia Perú a miles de turistas occidentales que buscan curarse de todo, desde la anomia espiritual, hasta la adicción a las drogas, a través de ceremonias chamánicas tradicionales.

      El boom trajo ingresos bienvenidos para algunas de las comunidades más marginales de Perú, aunque también ha implicado una cantidad de muertes, además de provocar acusaciones de apropiación y lucro cultural.

      Arévalo, de 81 años, era considerada la madre espiritual de la Shipibo-Konibo, la segunda tribu amazónica más grande del Perú, conocida por su rica tradición artística basada en una cosmovisión inspirada por el uso chamánico de la ayahuasca.

      En la aldea de Victoria Gracia, Arévalo era conocida como Iyoshan, o abuela, un término afectuoso y de respeto para la mujer que era considerada una enciclopedia caminante por los 40.000 miembros del fuerte grupo de indígenas.

      Olivia Arévalo.Olivia Arévalo.

      A una hora de viaje en una calesa motorizada, desde la capital regional Pucallpa, a lo largo de caminos sucios y puentes de madera destartalados, la aldea hoy se debate entre una tensa calma y la indignación latente.

      “¿Usted cree que algún agente de policía vino alguna vez a este lugar remoto? ¡Nunca!”, suelta Becky Linares en la plaza del pueblo, bajo la sombra de los árboles. “Pero cuando este canadiense murió esta plaza estaba llena de policías”.

      “Tuvo que haber una muerte para que esto sucediera, aunque no fue por la abuela que fue asesinada, sino por el gringo”, afirmó mientras los demás estallaban en aplausos y vivas expresando su acuerdo.

      Canadá advirtió sobre cualquier viaje innecesario a Perú luego del asesinato de Woodroffe (41). La escenas tomadas con la cámara de un celular de los que probablemente fueron sus últimos minutos fueron publicadas en internet inmediatamente después de su muerte, y parecían mostrarlo mientras pedía piedad a la multitud, que incluía a varios niños que lo rodeaban.


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      Un juez ordenó la captura de dos hombres identificados en el video. José Ramírez, líder de la comunidad, y otro habitante de la aldea, Nicolás Mori, podrían enfrentar de 15 a 35 años por homicidio agravado. Ambos se habían ocultado bajo la protección de las comunidades Shipibo-Konibo en la profundidad de la selva.

      Los habitantes dicen que antes de los asesinatos habían llevado a Woodroffe a la comisaría en tres oportunidades luego de que apareciera en la aldea actuando de manera extraña, aparentemente bajo la influencia de drogas o alcohol.

      “Nunca habló, nunca explicó qué estaba haciendo allí”, le dijo Miluska González, líder de la aldea, a The Guardian. “Lo único que hizo fue abrir una lata de cerveza y comenzar a beber”.

      Woodroffe, de Courtenay, en la Columbia Británica, Canadá, vivió en Perú intermitentemente durante alrededor de cinco años. En una publicación en el sitio web de crowdfunding (financiación colectiva), Indiegogo, dijo que estaba buscando tratar una adicción aprendiendo sobre medicina tradicional. La familia de Woodroffe se rehusó a hacer comentarios cuando fue abordada por Canadian Press.

      Sigue sin esclarecerse el rol que puede haber tenido la ayahuasca, si lo tuvo, en el doble asesinato, aunque el impacto ha llevado al líder principal de Shipibo-Konibo, Ronald Suárez, a pedir que se controle su uso.

      “Creemos que la ayahuasca es una oportunidad para nuestros hermanos indígenas porque genera ingresos, pero después de lo sucedido, debería ser regulada”, le dijo Suárez a The Guardian.

      La ayahuasca es legal en Perú aunque Suárez, el presidente del Consejo de Shipibo-Konibo y Xetebo, argumenta que los visitantes extranjeros que se entrenan para ser chamanes están cometiendo una especie de robo cultural. Está impulsando una ley para que sea regulada por el Instituto de Medicina Tradicional del país.

      Muchos salen de los retiros de ayahuasca en la selva con una experiencia de iluminación o cambio de vida.


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      Se ha utilizado con éxito la ayahuasca para tratar el Trastorno por Estrés Postraumático y las adicciones a las drogas, aunque hay un lado más oscuro. Los charlatanes que simulan ser curanderos tradicionales han usado ceremonias para atacar sexualmente a mujeres.

      Hubo varios asesinatos relacionados con la ayahuasca: en 2015, otro canadiense, Joshua Stevens dijo que fue obligado a matar a un británico, Unais Gomes, en defensa propia después de que él lo atacó con un cuchillo mientras tomaba ayahuasca.

      Woodroffe inicialmente se contactó con Arévalo porque ella era una de las onanyas más respetadas y poderosas de Shipibo-Konibo, o curanderas con plantas medicinales.

      Pero los fiscales en la provincia de Ucayali dicen que probablemente el motivo del asesinato fue que el hijo de Arévalo, Julián, supuestamente le debía a él aproximadamente 14.000 soles peruanos (US$ 4.324).

      Dos días después de los asesinatos, la Policía encontró el cuerpo de Woodroffe en una tumba poco profunda. El jueves, descubrieron el arma del asesino sospechoso: una pistola plateada Taurus .380 semiautomática. Envuelta en una bolsa de plástico, había sido arrojada cerca del cementerio en San Pablo de Tushmo, donde fue enterrada Arévalo el domingo. La motocicleta desmantelada de Woodroffe fue encontrada en las cercanías, dijeron los fiscales a The Guardian.

      Woodroffe había comprado el arma a un agente de policía el 3 de abril, dos semanas antes de que Arévalo fuera asesinada. La venta del arma fue legal, pero Woodroffe no tenía licencia para portar armas.

      Fuentes policiales afirman que la prueba de residuos de pólvora en el cuerpo de Woodroffe dio resultado negativo. Sin embargo, Ricardo Jiménez, fiscal superior en Ucayali, dijo que el canadiense todavía es el principal sospechoso de homicidio.

      “El cuerpo de Woodroffe había estado enterrado durante casi 48 horas, lo cual había contaminado la prueba”, le dijo Jiménez a The Guardian.

      En Victoria Gracia, mujeres vestidas con blusas de colores pastel y faldas decoradas con motivos geométricos distintivos estaban sentadas alrededor de una gran olla de la que salía el humo a través de las ramas de los árboles. Después del impacto de los asesinatos, la gente comenzó a abrirse.

      Hilario Díaz estaba enseñando en la escuela de la aldea cuando escuchó tres disparos. Les dijo a los niños que se quedaran allí y corrió para ver lo que había sucedido.

      “Vi a la abuela tirada en el medio de un charco de sangre y reaccioné como lo haría cualquier ser humano. Lo golpeé (a Woodroffe), aunque al ver que la multitud iba más allá, subí a una motocicleta y fui a buscar a la Policía”, contó.

      “No estoy a favor de la forma en que murió”, dijo. “Pero el que mata, tiene que morir, así es la ley de los indígenas”. Agregando insultos a la aflicción pura de los habitantes del pueblo, el diputado local, Carlos Tubino, los llamó “salvajes” en un tuit que culpaba de las muertes a los chamanes locales que transformaron la ayahuasca “en un negocio con los extranjeros”.

      Luego se disculpó. Pero para los habitantes, las palabras de Tubino delataban el racismo subyacente de la sociedad peruana y un interrogante sobre el futuro de los chamanes: ¿pueden ganar dinero con el turismo de la ayahuasca sin poner en riesgo su cultura?

      “Ustedes los periodistas no están aquí por el asesinato de una pobre e indefensa anciana”, les dijo Becky Linares a los periodistas en Victoria Gracia. “Esa es la parte más triste. Por eso estamos todavía llenos de rabia”.

      Dan Collyns, desde Victoria Gracia, Perú.

      Traducción: Patricia Sar.


      Sobre la firma

      The Guardian. Especial para Clarín


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