7 Historias cortas de Amor Real y puro

El amor es uno de los sentimientos más han sido glorificados a lo largo de la historia, sea por la literatura o por el cine, pues logra eclipsar una variedad extensa de otros sentires que permiten a nuestro cuerpo sentirse pleno y en paz. Partiendo desde aquí, hay que acotar que el amor puede traer consigo decepciones, traición y depresión, ligado a su vez con la felicidad, en un vaivén infinito que impide dar un concepto claro a este sentimiento, sin embargo, hay historias que pueden mostrar lo que el amor es con unos simples párrafos, por ello, a continuación les presentamos 7 historias cortas de amor, que de una u otra forma, resultaron ser 100% ciertas.

TENEMOS PARA TI: POEMAS CORTOS DE AMOR

Todo un predicamento de amor

cena romántica

Mi vida se ha vuelto todo un predicamento, pues sin siquiera pedirlo, el amor ha venido a mí en una forma poco habitual. La mejor amiga de mi madre, una mujer elegante llena vigor y entusiasmo, que a pesar de pisar los cincuenta años, no deja de viajar, descubrir y manifestar nuevas experiencias a su vida, una de esas experiencias fui yo, que con tan solo veintiún años, logré capturar su experimentado corazón. No dejo de pensar en ella, tampoco logro hacer que ella se olvide de mí, por lo que ambas decidimos concretar una cita con mi madre, para formalizar nuestra recién empezada relación, y así, poder manifestarnos juntas y en paz.

Bajo el sol báltico

océano

– No vales nada – Dijo al colgarme sin anestesia, dando por terminada una relación de casi tres años en la cual, vivimos juntos por dos años. No puedo creer que el hecho de emigrar a otro país lo haya hecho cambiar de la noche a la mañana, es decir, solo dije “Me iré a Europa” y de repente, todo se volvió gritos, violencia y un ojo morado que a pesar de haber sanado hace ya varios meses, sigue persiguiéndome hasta estos fríos días bajo el sol báltico. Un escalofrío se filtra por debajo de mi chamarra cuando el charco más oportuno me hace resbalar rotundamente hacia el congelado piso. En eso, unos brazos me atrapan y me apegan al calor de un cuerpo extraño, que sin dudas, se convertiría en un nuevo comienzo, sobre cenizas de odio y falso amor.

Incierto despertar

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Día 340 en este hospital, como cada mañana, en espera de que unos pequeños ojos cafés vuelvan a ver la luz, hace más de un año que no la veo reír, llorar, hacer berrinches o pedirme que baile para ella. No puedo dejar pasar cada segundo que tengo para bajar a su encuentro.

– Doctor, emergencia en el piso 4, neurología –

Maldigo para mis adentros, esto me tomará una hora.

Luego de haber estabilizado al paciente, me dirijo hacia mi destino, en espera de un final diferente al de los 340 días anteriores. El ascensor baja hasta el último piso donde el frío se hace presente bajo la dominación de los aires acondicionados, quienes mantienen a mi querida hija en un estado aceptable. Abro la compuerta y puedo verla cuando se disipa la espesa niebla, parece que está igual que siempre, hinchada y un poco desfigurada, pero sigue siendo mi hija. Beso su frente para dejarla dormir hasta el día siguiente, donde tal vez, abra el refrigerador y ahí esté, rozagante, pidiendo que la lleve al parque por un helado… en mi corazón, sé que nunca va a despertar, pero verla cada mañana, me es suficiente para poder soportar esta existencia sin su sonrisa.

Carta de amor a una amante resucitada

amor

¿Cómo decir que te amo? Debo recalcarlo porque, no sé las palabras exactas que representen esto que me hiela por dentro, y si, me hiela, porque la bella frialdad de tu amor es más potente que cualquier acalorada pasión. A partir de tu aliento frio y dulce semblante, logro darme cuenta de lo que me había perdido, tarde… debo admitir. No existe criatura, espiritual o terrenal, que logre llenar el vacío que has dejado en mí, desde tu partida, cada día, recuerdo lo preciosa y fría que te veías rodeada de rosas en aquel ataúd, que ferozmente apartó tu presencia de la mía, al cerrarse para siempre, inmortalizándote en aquella visión espectral, que al día de hoy, no puedo sacar de mi cabeza, ni siquiera en sueños.

A un año de tu partida, llevada a cabo por medio de una abrupta metástasis, puedo arrepentirme sin tapujos, por no haberte adorado como a una diosa enaltecida por los mortales más influyentes, que inundaron tu mente por medio de los libros. ¿Cómo decirlo?, ¿Cómo decir que me fue imposible no volver a tu metafórico lado, que es delimitado por capas de tierra y cemento que me impiden ver tus restos? Me calmo al saber que, tal vez, tú quieres que te recuerde tal como eras, rozagante y llena de magia. Sin más, con torrentes de lágrimas rodando por mis mejillas, dejo que el viento se lleve las cenizas de esta carta, para que así, de alguna manera, llegue a ti, para darte un simple mensaje que te resucite en mis sueños: fuiste, eres y siempre serás el amor de mi vida.

Amor en el salón de música

amor

Y ahí estaba, tan perfecto como siempre, con su camiseta negra unicolor que hacía resaltar su espalda mientras que ella se quedaba ahí, mirándolo insistentemente sin siquiera parpadear, detrás de aquella rendija que lindaba con el salón de música. Muchas veces, ella se quedaba horas tras esa pared, mirándolo con la única intención de detallar cada movimiento de sus manos al acariciar ese teclado, que cada vez, se volvía su rival, pues la manera que tenía de tocar, era tan gloriosa como sus oportunidades en la vida, en base a un talento tan magnánimo. Sin embargo, ella insistía en quedarse tras ese muro de timidez, con la esperanza de que algún día, la providencia se acordara de sus sentimientos y le permitiera consumarlos en unas simples palabras: “estoy loca por ti”

Un día, mientras las gotas del aguacero azotaban la ventana de su habitación, ella se percató, abrazando su fría almohada, que la única manera para que él se enterara de su existencia, era entrando al salón de música por alguna razón, pero, ¿Cómo hacerlo?, ¿Acaso con la excusa de haber perdido algo? Jamás, ella nunca había puesto un pie en esa aula (aunque, desde un punto de vista metafórico, conocía esta aula como la palma de su mano), ¿Tal vez, diciendo algo como “buenas tardes, busco el salón de música”? no… demasiado tonto…

Así pensó y pensó a lo largo de ocho horas que supuestamente, estaban destinadas a un sueño reparador. Sin embargo, todo este desasosiego mental tuvo sus frutos, pues concluyó en un plan perfecto para atraer la atención de aquel ser, que no había salido de su mente desde aquel verano, hace ya dos años.

– Buenas tardes – Indicó ella al día siguiente frente a la persona a la que había visto clandestinamente durante tanto tiempo, con un nudo en la garganta y la lengua seca como mil desiertos. En ese instante, él posó sus ojos como zafiros en ella, analizando esta nueva aparición ansiosa y expectante. Ante este perfecto momento, ella se armó de valor y prosiguió – ¿Es este el salón de música? –

Con un poco de incredulidad, él ahogó una risa, para contestar la interrogante.

– Bueno, estoy frente a un enorme piano de cola, así que… –

– Oh, cierto – Indicó ella entre risas nerviosas.

– ¿En qué puedo ayudarte? –

Era hora de hablar, pero por alguna razón, pensar en qué decir es mucho más sencillo que poner en práctica dicho plan.

– Yo… – Prosiguió, las palabras masculladas salieron a tropezones, pero salieron – Quería ver si había disponibilidad de agendar unas clases de piano, he escuchado que es un muy buen profesor, y necesito referencias para una beca universitaria, usted sabe, como estoy en último año – Ahí, la cara del profesor tomó un semblante más amigable, al saber las supuestas intenciones de la joven, diciéndole que sin duda alguna, agendaría tres clases a la semana para cumplir con la petición de su nueva alumna. En cambio, ella pensó con gozo en su corazón “al fin, pronto sabrá lo que siento por él”

Una religiosa mentira

historia de amor

Después de que Andrew buscara las mil y una maneras de demostrarle al amor de su vida que él podía ser digno de su amor, concluyó un plan perfecto para declarársele. Sin embargo, Leila no era una chica convencional, realmente, Leila carecía de la palabra “feminidad” en sus aspectos más generales, siendo fría, repelente y despiadada cuando de amor se hablaba; no obstante, Andrew la amaba profundamente, tanto, que había aprendido a vivir con todas y cada una de sus mañas, sin importar lo despiadadas que pudieran ser. Con el tiempo, Leila comenzó a ceder, convirtiéndose en una de sus más apegadas amistades.

Aprovechando la situación, Andrew concibió el escenario perfecto para finalmente, hacer que el frio corazón de Leila lograra abrirse para él. Flores, un hermoso prado y vino se abrieron ante los ojos de Leila una tarde de otoño a las dos de la tarde, donde Andrew la tomó de sus rígidas manos diciendo:

– Te he amado desde hace más tiempo del que recuerdo, y ahora quiero pedirte una oportunidad de demostrártelo –

Con un nudo en la garganta, Leila concibió sus fulminantes palabras bajo la desesperación y necesidad de decir algo rápido:

– No puedo darle mi corazón a nadie, porque pronto tomaré el hábito y mi corazón le pertenecerá a cristo –

La mentira se percibía en el aire, por lo cual, Andrew soltó sus manos, diciendo que cualquier excusa habría sido más creíble, pues Leila, amigos míos, era judía.

¿Es en serio?

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Recuerdo muy bien a mi primer amor, fue Steve Habbinil, un chico de ascendencia árabe que me volvió completamente loca, tanto, que no podía perder la oportunidad de hablar con él, no importaba lo tonta u obvia que pudiera parecer, él siempre me recibía con una deslumbrante sonrisa que iluminaba mi mundo de solo 13 años de edad. Pero, como es de suponer, Steve tuvo una novia al mes de haber cumplido 14 años, una hermosa morena deseada por cada uno de los estudiantes del instituto, y como es de suponerse, Steve no se opondría a salir con ella. Me odié a mí misma por no revelar mis sentimientos más profundos, antes de que fuera tarde, por lo cual, me prometí tener el menor filtro posible para decir lo que siento, en espera de una vida sin tantas complicaciones. Sin embargo, la vida solo fue más dura a partir de ahí; muchos chicos intentaron propasarse conmigo, perdí amigas y muchos profesores llegaron a odiarme profundamente, pues no me callaba ante nada ni nadie, y de cierta forma, no me desagradaba el hecho de quitar a personas que no pudieran soportar la verdad.

Un día, mientras los primeros días de universidad se hacían presentes, alguien tocó mi hombro derecho.

– Lo siento – Indicó aquel ser de cabellera negra y ojos profundos como una noche sin luna – ¿Puedo sentarme aquí? – Preguntó al señalar una silla vacía a mi lado.

– ¡Claro! – Dije sin miramientos, y así como así, comencé a pensar que tal vez, cada momento de mi vida, cada experiencia me había preparado para esto, una prueba donde tendría que elegir: ¿Soy una persona sin filtros, o alguien que teme decir lo que piensa?

La respuesta, por supuesto, no era ninguna de las planteadas.

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T.S.U en administración de empresas, chef internacional y título en preparación de sushi. Amante de la lectura, escritura, pintura, yoga y grupos de excursión.

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