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La ciudad cuenta con 27 mercados campesinos ubicados en plazas y parques.
Foto: Diego Zuluaga .

Los domingos son para mercar al aire libre

Las plazas y los parques de Medellín se convierten en mercados al finalizar la semana. Estos son algunos de los más interesantes.

Santiago Ortega, periodista.

Una niña de unos 9 años, en pijama morada, cruza la plaza del barrio Cristo Rey, en Medellín, de la mano de su hermana menor. Se acerca al puesto de frutas y verduras de Marta Atehortúa, una campesina que vende sus productos en el mismo sitio desde hace más de 20 años. La niña pide fresas. “Es que yo no sé escogerlas”, le dice. Marta escoge unas fresas bonitas, se las entrega y recibe el pago.

Luego la niña, como probablemente lo hace cada sábado en la mañana, va de vuelta a su casa llevando a su hermana, que tiene una pijama color mostaza.
Marta también vende moras, agraz, tomate de árbol, cebollas, lechugas, cilantros, aromáticas y arepas de chócolo. Todo lo que vende (excepto por unas papayas que vienen de una finca en tierra caliente) es cultivado por ella y su familia en Santa Elena, un corregimiento a 20 minutos de Medellín, famoso por ser la cuna de los silleteros de la Feria de las Flores.

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Muchas de las frutas y verduras que se venden en los mercados vienen del corregimiento de Santa Elena, a 20 minutos de Medellín.
Foto: Diego Zuluaga .

Marta y sus compañeras bajan todos los sábados a las cuatro de la mañana, con todos sus productos, para atender a los vecinos del barrio; ellos, desde las cinco de la mañana buscan las verduras más frescas, grandes y brillantes. 
El puesto de Marta hace parte de los mercados campesinos de Medellín, una iniciativa de la Alcaldía que lleva 30 años, y que busca darles a los campesinos acceso a un mercado directo con los usuarios.

Allí pueden vender, cada domingo, a mejores precios lo que cultivan. En total hay 27 mercados en todo Medellín, casi todos ubicados en parques y plazas. Cada uno cuenta con cuatro o cinco puestos, mínimo, y hay otros con más de 20, que son verdaderos atractivos turísticos.
En esta época de supermercados grandes, pedidos por internet y domicilios por aplicaciones de celular es fácil caer en la inercia de comprar comida sin mucho interés, en una rutina casi despersonalizada.

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Más allá de ser una vitrina de productos, los mercado se convirtieron en los mejores "mecateaderos" de la ciudad.
Foto: Diego Zuluaga .

Por mucho, un comprador mete las verduras en el carrito, las pasa por la registradora y responde con monosílabos las mismas preguntas de quien atiende la caja: “¿Acumula puntos? ¿Necesita una bolsa? ¿Quiere copia del váucher?”, para finalmente despedirse de forma amable, pero distante.


En los mercados campesinos las compras son una visita porque los vendedores se convierten en vecinos. “La gente pregunta por uno. Es como si el día que yo faltara les faltaran tantas cosas y notan la ausencia”, dice Diana Grajales, quien también vende flores y verduras en Cristo Rey desde hace años. “Uno comparte problemas y conoce problemas. La gente viene y me dice ‘Diana, esto y lo otro’ y yo le digo ‘Señora, esto y lo otro’ y nos la pasamos así”.


Si bien hay mercados campesinos más grandes, donde se puede vender más, Diana dice que no se mueve de Cristo Rey. “Ya me amañé aquí, ya me adapté aquí. La gente me busca como si yo fuera parte de ellos”. Contra eso no hay expansión de negocio o prospectiva de mercado que valga.
Algo parecido dice Yolima Álvarez, una enfermera que decidió dedicarse a cultivar la tierra de su papá y volver a encontrarse con sus raíces en el campo.

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Lechuga y espinaca fresca de uno de los mercados.
Foto: Diego Zuluaga .

Le tocó sufrir la violencia en San Cristóbal, al occidente de Medellín, pero decidió quedarse y pudo encontrar un sitio en el mercado de San Joaquín. “Hacer esto da descanso. La gente viene para acá y es toda encarretada con nosotras”.


Yolima vende mermeladas, empanadas paisas (con chicharrón, maduro y fríjoles), aguas aromáticas y unas lumpias espectaculares que aprendió a hacer por internet. Estando en el mercado uno se siente como en una pequeña familia. “No es solamente por vender. A través de esto uno vende salud, vende poesía, se compra un poquito de amor, que es lo más importante. Ya el amor está muy difícil”, confiesa Yolima. Ella, precisamente, se desvive en palabras de cariño y sonrisas para sus clientes. “Aquí la gente es muy linda”, dice en varias ocasiones.


Más allá de ser una vitrina de productos, los mercados se convirtieron en los mejores ‘mecateaderos’ de la ciudad, donde hay algo para todos los gustos. No falta el chorizo, la morcilla, el guarapo, la torta de chócolo y todas las otras delicias que caben dentro de la ‘línea amarilla’: empanadas, pasteles de pollo, papas rellenas y palitos de queso. 
Sin embargo, la verdadera magia de los mercados es que uno puede quebrar la monotonía de la bandeja paisa.

Por ejemplo, en el mercado La Presidenta, ubicado al lado de la ciclovía de El Poblado, se hacen filas para comer arepa de huevo y carimañola, que se pueden acompañar con una lulada que sirven de una ponchera gigante de vidrio. Para aquellos que deciden perderse voluntariamente de estos placeres también hay oferta de empanadas de albahaca y berenjena, ají en polvo, miel, panes de semillas y hasta lechugas hidropónicas. 
Otro de los mercados es el de Santa María de Los Ángeles.

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Zanahoria, pimentón y papá, algunos de los productos más vendidos en los mercados.
Foto: Diego Zuluaga .

Es pequeño y barrial, más parecido al de Cristo Rey que al de La Presidenta. Allí conocí a Claudia, que me vendió arepas de pimienta picante, y a Luz Elena, que vende salsas de cebolla y ají de tomate de árbol.

Donde Don Mario compré verduras y fresas. No tuve necesidad de saber escogerlas, eran grandotas y rojas, casi del tamaño de un puño.

– ¿A cuánto?
– A 3.500 pesos.

Eso es la mitad de lo que valen en un supermercado unas fresas chiquitas y medio verdes, y estas se compran sin ningún intermediario. Fue imposible no salir con una bolsa con piña, mango, cilantro, cebollín, perejil, berenjenas, zucchini, y hasta un vegetal que no conocía, una especie de rábano grande.


Además me encimaron un puerro, porque me dijeron que tenía cara de que eso me gustaba. Eso vale más que cualquier punto acumulable.
Lo mejor, ¡sin intermediarios!