07/07/2020

¿QUÉ SERÁ DE…? Sergio Vázquez, el primer no vidente en escalar el Lanín

Martín Leuful
¿QUÉ SERÁ DE…? Sergio Vázquez, el primer no vidente en escalar el Lanín
Sergio junto a su hijo Matías haciendo cumbre en el Lanín.
Sergio junto a su hijo Matías haciendo cumbre en el Lanín.

Nacido en Maquinchao en una familia muy humilde, perdió la vista a los 17 años y a partir de allí toda su normalidad cambió. Nada impidió que corriera el medio Ironman, que compitiera en triatlones, que aprendiera a nadar y además hacer cumbre en el volcán Lanín.

Con voz pausada, respetuoso, tipo que todo lo hace parecer simple, pasó su infancia como cualquier pibe de la Línea Sur, nacido en el seno de una familia humilde el 20 de octubre de 1953, Sergio Vázquez terminó sus estudios primarios en la escuela N° 4 de su pueblo natal. Cuando arrancó el secundario comenzó con dolores constantes de cabeza y a los 17 años, luego de una operación donde le extrajeron un quiste del nervio óptico, perdió la visión. La operación se la realizaron en el Sanatorio Finochietto, en Buenos Aires. A partir de allí todo se modificó.

Luego, estando en Buenos Aires, ingresó en el instituto Román Rosell donde comenzó a estudiar sistema braille y pudo culminar sus estudios secundarios, allí aprendió el oficio que le serviría para el resto de su vida.

Hijo de don Marcelino Vázquez y Elida Telechea, tuvo 7 hermanos, Alicia, Olga, Ester, Beatriz, Claudia, Jorge y Pedro. Se casó con Mirta Muñoz y tuvieron dos hijos, Natacha y Matías, quienes le dieron 4 nietos. Hoy, luego de 44 años de trabajo en el Centro Atómico, disfruta de su vida de jubilado en plena pandemia junto a su señora.

“Yo veía bien”

Sergio Vázquez dice “tuve una infancia normal, como la de cualquiera, en la Línea Sur, veía bien pero comencé con dolores de cabeza y arranqué a tener problemas en el ojo derecho. Fue cuando salí de Maquinchao a Bariloche para tratar mi problema, las distancias eran enormes en esa época, no era fácil. En aquella época el único oculista en la ciudad era el doctor Morate. Cuando me empezó a atender, unas semanas después falleció y se me complicó todo. Mi problema se fue agravando y tuve que viajar a Buenos Aires, ingresé en el Hospital Finochietto me extirparon un quiste en el nervio óptico y me quedé sin visión, tenía 17 años. Ingresé en el Instituto Román Rosell donde aprendí el sistema braille y me vine a Bariloche. Logré ingresar en el Centro Atómico el 1º de julio de 1974 y luego de 44 me jubilé hace un año y medio”.

Un nuevo comienzo

El atleta Sergio Vázquez comenta que “cuando era chico andaba en bicicleta, iba para todos lados, era mi medio de transporte, me gustaba jugar al fútbol y al básquet. Cuando perdí mi visión se me cortaron muchas cosas. No le encontraba la vuelta a las cosas, hasta que un día salí con Natacha en bicicleta, ella en la suya y yo en la mía, tomados de la mano a dar una vuelta al barrio. Esa vuelta se fue haciendo más grande y andábamos por todos lados. Luego hicimos esquí de fondo. Un día apareció una bicicleta doble, la tándem, reunimos unos pesos y la pudimos comprar. A partir de allí comencé a salir a pedalear con mi hijo Matías, con amigos y con mi hija”.

Ir cumpliendo cosas pendientes

Con mucha memoria, Vázquez cuenta que “ya que arranque a andar en bicicleta, tenía algo pendiente. Quería aprender a nadar y lo hice. Me costó mucho porque te metés en la pileta sin ver, además con los oídos tapados, la verdad es que no sabés donde estás. Hoy por hoy ya voy a nadar tres veces por semana, en realidad antes de la pandemia. Cuando fui a nadar y andaba en bicicleta empecé a tomar algo de estado físico y unos amigos me dijeron de meterme en el gimnasio, hasta que un día me invitaron a correr una carrera”.

Llegaron las competencias

Sergio Vázquez, con mucha calma indica “yo siempre le puse mucha voluntad, y a mi manera comencé a correr carreras cortas, hasta que llegaron las de mayor distancia. En total competí en seis de 41 kilómetros, varias de 21 kilómetros, hice el Cruce de los Andes que son 100 kilómetros en 100 días. Todos los triatlones que se hicieron en Bariloche los corrí a todos. El único Ironman que corrí en febrero de 2017, hice los 1800 metros de natación con Florencia Gorchs y luego la parte de bicicleta la hice con mi hija Natacha. Ya cuando salí del agua me sentí mareado y cuando estábamos por terminar la vuelta de ciclismo no pude continuar. Me faltaba solo el pedestrismo”.

“Mucha gente me ayudaba”

Con un dejo de agradecimiento siempre para con toda la gente que lo ayudó, detalla: “yo no me animaba a nadar en el lago y un día Jorge Angaut Rocha me pidió que vaya que él, me iba a poner una soga para que yo vaya teniendo referencia, así lo hizo y eso me dio mucha confianza, insisto que yo siempre puse voluntad, pero sin la gente que me ayudaba y que me daba una mano no podría haber hecho nada. Por ejemplo con el doctor Edgardo Sasini hace más de 20 años salimos a correr. Siempre voy a estar agradecido a esa gente”.

La cumbre del Lanín

Muchos lo han intentado y muchos han fracasado, pero Sergio Vázquez se convirtió en el primer no vidente en hacer cumbre. “Un día mi hijo me insistió que lo hagamos y empezamos. Fue duro, costo bastante. Fuimos con unos guías de San Martín y llegamos. El guía me contó que era el primer no vidente en llegar. Todo esto fue el 9 de noviembre de 2019, por suerte me tocó buen tiempo porque mucha gente no llega porque a mitad de camino se pone feo o se larga a llover o nevar, nosotros tuvimos esa suerte, y estábamos bien entrenados, porque salíamos a correr y andar en bicicleta”.

La buena gente

Entre las cosas que rescata Sergio Vázquez expresa: “aprendí muchas cosas y siempre hubo gente que me acompañó, buena gente, soy un eterno agradecido a todos los que estuvieron siempre al lado mío. Hoy salgo a correr y andar en bicicleta con amigos. Mi rutina habitual los días lindos, es para bicicleta, la subida o bajada de Catedral, correr los viernes y antes de la pandemia los martes, jueves y sábado a la pileta con mi señora”.

El Centro Atómico

Vázquez dice que “todo lo hice solo, mis padres no tenían medios. Lo que me ayudó un montón fue conseguir trabajo en el Centro Atómico, porque una cosa es tener un problema y no tener los recursos. Yo me aferré mucho a mi lugar de trabajo, porque no iba a tener muchas posibilidades, siempre tratando de hacer lo mejor posible. Arranqué en la parte de Física Aplicada con el doctor Varotto, que luego fundó INVAP. Él nunca me vio como alguien con discapacidad, me daba una tarea y yo la tenía que hacer. Trabajé en el torno, con la agujereadora, con la fresadora, me gusta todo eso”.

Una vida transitada con normalidad

Por último Sergio Vázquez dice que “dentro del Centro Atómico conocí a Mirta, mi señora. Siempre traté de hacer mi vida normal. Me junto con amigos a comer un asado, jugamos al truco porque tengo cartas en sistema braille, nos tomamos un vino, nos reímos. En mi casa podo los cercos, corto el pasto, voy tanteando con los pies por dónde pase y por donde tengo que pasar. Todo en la vida, con sacrificio y voluntad se puede, no hay nada sin sacrificio. La vida es dura, te vas a chocar con la misma piedra hasta que le encontrás la manera de sortearla, no es fácil, pero no es imposible, no hay que darse por vencido”.

El que quiere, puede

El deportista indica que “cualquier persona que queda ciega, después de haber tenido visión, la verdad es un trago amargo, pasan muchos años y lo asumís a medias, a cualquiera le gustaría ver un poco al menos. Cuando perdí la visión me pregunté muchas veces qué iba a hacer con mi vida y no hay mucho para pensar, es meterle para adelante y así fue. Yo pasé cosas muy duras. He bajado en tren y por ahí el andén estaba muy alto o muy bajo y terminaba de rodillas en el piso. Te duele, te sacudís un poco y seguís. Mi familia vivía en Maquinchao cuando estaba en Buenos Aires y los iba a ver como podía, un poco para ir probando como me iba a manejar en la vida, insisto que pasé cosas feas, pero como soy medio testarudo, seguí para adelante. Hoy tengo cuatro nietos que adoro, estoy bien de salud, lo otro ya está”.

Hasta se animó a manejar un auto

Sergio Vázquez sonríe, piensa y suelta “cuando me casé con Mirta, al poco tiempo trabajando los dos logramos comprarnos un Fiat 600. Yo había aprendido a manejar cuando veía y le dije que me llevara al cerro Catedral que quería manejar. Nos fuimos y me pasó el auto. Puse primera, solté el embrague y salí y me iba diciendo derecha, izquierda. Éramos muy jóvenes, nos matamos de risa, no había nadie en Catedral en aquella época y fue una muy linda historia”. Hoy Sergio pasa sus días de COVID-19 en su hogar, junto a su señora, extrañando a sus nietos, jubilado y transmitiendo mucha paz.

Martín Leuful

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