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Pecados de vejez, según Rossini

La vida marca unos tiempos que seguimos habitualmente: Una infancia que puede ser más o menos feliz con un primer contacto con el mundo y la vida; una juventud y adolescencia a la que sigue una edad en que dedicamos nuestros esfuerzos a trabajar y, por último, un periodo de descanso que coincide de forma natural con los últimos años de vida.
Pero, en ocasiones, hay personas e incluso profesiones que alteran ese devenir natural. Hay quienes desarrollan su labor profesional en plena juventud y llegan a ese periodo de descanso una vez finalizada su época de trabajo antes de llegar a lo que llamamos la jubilación.
Deportistas de élite, escritores, músicos o artistas a los que podemos catalogar como prodigios, se encuentran en plena madurez en un periodo de jubilación más o menos forzoso, un momento en que deben tomar un nuevo camino en su vida. Unos se embarcan en otros proyectos, otros caen en periodos de depresión. Cada uno debe planteárselo de forma personal según sus circunstancias.
En esta publicación te propongo conocer detalles de cómo Rossini, uno de los grandes compositores de ópera, afrontó su jubilación cuando contaba con treinta y siete años de edad y decidió poner punto final a su vida como compositor, una edad en la que la mayoría de nosotros está en desarrollo de su vida laboral. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!

Caricatura de Rossini por Etienne Carjat durante su estancia en París (izquierda).

Gioacchino Rossini marcó toda una época en la transición de la ópera italiana del Setecientos y la ópera romántica, llegando a ser considerado el más grande de los compositores de su época. Se trata de un autor capaz de incorporar al mundo operístico la fuerza de los coros como símbolo del pueblo, una forma de componer muy rica y particular, un uso dramático de la orquesta, en algunas ocasiones, en otras de una comicidad agilísima y delirante, con una riqueza expresiva en el adorno del canto y unas obras en las que primaba el espectáculo por el espectáculo.
Se trataba de un personaje adorado en toda Europa que cimentó su triunfo en Nápoles, más adelante en toda Italia, Viena, donde eclipsó al mismísimo Beethoven, y París, donde se asentó y obtuvo una renta vitalicia del gobierno francés. Su compleja personalidad estriba en sus contrastes y contraposiciones que oscilan entre la tradición y la innovación musicales, el uso de lo convencional y la libertad creadora o su concepción de la ópera como espectáculo de evasión y como drama que refleja asuntos morales o políticos.
Tras estrenar su primera ópera, La cambiale di matrimonio (El contrato de matrimonio) en Venecia con dieciocho años, obras como El barbero de Sevilla, La Cenerentola (La Cenicienta), La italiana en Argel, El conde Ory le llevaron a triunfar en toda Europa hasta que compuso y estrenó con gran éxito Guillermo Tell en el Théâtre de l'Académie Royale de Musique de París en 1829. 
Fue su última ópera y con tan solo treinta y siete años dejó de componer y se retiró definitivamente de los escenarios.
Mucho se ha escrito sobre las razones sobre las que el Cisne de Pésaro dejó el mundo de la ópera en pleno éxito y decidió retirarse. ¿Era su pereza proverbial de la que tanto se hablaba? ¿Quizás el hastío del éxito? ¿Pudiera ser cierta indolencia? ¿Acaso no tenía ya necesidad de demostrar nada más? ¿Es posible que la falta de salud y el agotamiento de tantos años componiendo -más de treinta óperas en menos de veinte años- fueran la causa? ¿O fueron esos cambios políticos y estéticos con los que no coincidían los que determinaron su retirada? 

Daguerrotipo de Rossini, también por Etienne Carjat.
Autor de Los tres mosqueteros o El conde de Montecristo, Alexandre Dumas fue uno de los novelistas más exitosos del XIX francés. Aunque sus personajes no están cargados de profundidad psicológica, unos diálogos plenos de naturalidad y una abundante utilización de las intrigas en sus novelas, le convirtieron en un popular escritor en su época, llegando muchas de ellas a ser adaptadas al teatro por el propio autor.
Uno de sus libros poco conocidos, Los mil y un fantasmas, en cuyo título evoca intencionadamente los relatos protagonizados por la gran narradora Seherezade, enlaza tres historias, cargada cada una de ellas con otras narraciones a cargo de sus protagonistas. Nos acompaña en esta publicación la segunda de ellas: Una comida en casa de Rossini (1849), en la que el escritor relata la ocasión en que asistió a una de las famosas cenas en casa del compositor cuando este, ya retirado, vivía aún en Italia y la sobremesa que la acompañó.


Una vez retirado, Rossini vivió gracias a las ganancias que había obtenido con sus composiciones y las reposiciones de sus óperas, además de contar con unos cargos honoríficos bastante bien remunerados (Compositor del rey e Inspector General de Canto en Francia), arrastrando una mala salud que se complicó con distintas enfermedades, entre ellas una sífilis que arrastraba desde hacía unos años, viviendo entre Francia e Italia, principalmente entre París, Bolonia y Florencia, aunque pasando también por Viena, Londres o Madrid. Su gran afición, la gastronomía, ocupaba ahora la mayor parte del espacio en su vida. "No conozco ninguna ocupación más admirable que la de comer", llegó a decir. Para zaherirlo, sus rivales manifestaban que Rossini tenía una barriga tan enorme que nunca había logrado verse sus pies.
Una vez dada por terminada su faceta operística, el genio y el ingenio, la música que tenía en su interior fue saliendo en distintas piezas para piano, pequeña orquesta de cámara o voz en lo que llamó Péchés de vieillesse (Pecados de vejez).
La primera pieza que nos acompaña de estas obras rossinianas es una tirana, una composición de origen español, poco habitual que consta de cuatro versos octosílabos a la que sigue un estribillo que solía incidir en la intención maliciosa, picaresca o satírica de los versos y que solía acompañarse de danza.  La primera música que nos acompaña es la tirana Los amantes de Sevilla perteneciente al álbum Morceux réservés (Canciones reservadas), una composición originalmente para piano y dos voces, aunque en esta ocasión nos muestra una versión orquestal presentada en el Maggio Musicale Fiorentino con las voces del tenor mexicano Rolando Villazón y la mezzosoprano romana Cecilia Bartoli bajo la dirección de Marco Armiliato y pertenece a un vídeo de animación dirigido por Awik Balaian.


Tras esa estancia más o menos itinerante entre Italia y Francia, un Rossini que se había separado de su esposa, la española Isabel Colbran, recala de nuevo en la capital francesa donde una cada vez más virulenta sífilis quedó curada con un tratamiento novedoso al que se sometió, y comenzó a vivir con Olimpe Pélissier, con quien acabaría casado hasta su muerte. Su estado depresivo, su carácter hipocondríaco y las crisis nerviosas iban haciendo mella en su salud y su estado anímico. Aún continuarían años de estancia en Bolonia y Florencia antes de instalarse de forma definitiva en la capital francesa.

Continuamos con el relato de Dumas en el que el escritor nos acerca al palacio que habitaba Rossini, su faceta como anfitrión y cómo se fue desarrollando la cena y la sobremesa correspondiente, además de plantear la cuestión que todos desearían conocer sobre los motivos del compositor. 


En 1855 se instaló en una vivienda en el centro de la ciudad, en la calle Chaussée d'Antin y se hizo construir una villa en Passy. En la primera vivienda su habitación era un variopinto muestrario de pelucas, instrumentos musicales, el catéter que utilizaba como remedio, "el mejor de los instrumentos" según él mismo decía, cepillos, peines, una máquina para fabricar macarrones y diversos objetos orientales sobre las mesas y cómodas, todo ello minuciosamente colocado en su lugar exacto.
En ese tiempo volvió a tener una vida sosegada, con menos problemas de salud, lo que le llevó a recuperar su carácter afable y comenzaron las veladas semanales a las que llamó Samedi soirs (Tardes del sábado) en las que Rossini destacaba como anfitrión, cocinero, conversador e intérprete de piano. Su casa acabó convirtiéndose en un centro artístico por la que pasaba lo más destacado de la sociedad.
Grandes pianistas como Liszt o Talbert, escritores como el propio Dumas, pintores como Gustave Doré o Delacroix, compositores como Gounod, Meyerbeer, Saint-Saëns, Weber, Verdi o Arrigo Boito, aristócratas y todo tipo de personajes pasaron por sus Samedi soirs.
En estas veladas se interpretaban algunas piezas que componía para la ocasión, bien con él mismo de protagonista, bien con la complicidad de algunos de sus invitados. 
El enlace nos recrea cómo podrían desarrollarse estas veladas, con un anfitrión que nos podría evocar al propio Rossini, y la interpretación de la mezzosoprano Marilyn Horne de la Arietta o Canzonetta Spagnuola en una grabación dirigida en Versalles en 1985 por Claudio Abbado.


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El relato de Dumas sobre la cena en el palacio de Rossini en Bolonia continúa con la conversación sobre cómo hacer que el compositor acepte componer de nuevo una ópera, se debate si el luminoso cielo mediterráneo de Italia es propicio a las narraciones sobrenaturales o la implicación y relación de dependencia entre música y poesía.


En los Samedi soirs los Rossini -Gioacchino y Olimpia- recibían a sus invitados y, alrededor de las ocho y media comenzaban las "veladas de gala", donde se servían manjares, algunos de ellos provenientes de regalos recibidos por los anfitriones. Habitualmente el compositor abandonaba las estancias donde estaban todos los invitados y se acercaba con algunos más allegados a las habitaciones del piso superior para entablar conversaciones con ellos.
En muchas ocasiones se imprimieron los programas con las piezas que se interpretaban, por lo que conocemos que, aunque la mayoría eran suyas, también tenían cabida obras de Mozart, Gounod o Verdi y que compositores como Liszt estrenaron algunas de sus obras, como San Francisco de Asís predicando a los pájaros o San Francisco de Paula caminando sobre las aguas.
Las obras del Cisne de Pesaro provenían casi en su mayor parte de esas miniaturas y bagatelas que formaban sus Péchés de vieilles y sus títulos hacían alarde del ingenio y el sentido del humor del compositor: Improntu anodino, Los guisantes, Estudio asmático, Preludio compulsivo o Preludio Petulante-Rococó.

Alexandre Dumas, padre. Daguerrotipo de Etienne Carjat

Rossini tocaba el piano a la perfección, sin ningún esfuerzo, con un estilo preciso y expresivo, con gracia y sensual. 
En Petit caprice (style Offenbach), el de Pésaro realiza una imitación jocosa sobre el estilo del compositor francés, pero que esconde una extraña recomendación. En algunos pasajes de la partitura Rossini exige tocar solo con los dedos índice y meñique. Una extraña digitación que se podría realizar de cualquier otra forma.  Al intentar colocar los dedos en esa posición lo único que se consigue es realizar el gesto de los cuernos. 
¿Por qué? ¿Qué pretendía el maestro al obligar al pianista a este esfuerzo tan vano? Para los italianos este gesto con los dedos hacia abajo es el que realizan los supersticiosos para alejar la mala suerte o librarse de influjos perniciosos. Así, Rossini quería indicar "en petit comité", entre sus amigos, con ese gracejo y esa sorna que poseía, que Offenbach era un gafe, un cenizo, una reputación que en realidad no había inventado él y que era la comidilla de los ambientes musicales parisinos.
Alessandro Marangoni interpreta este Petit caprice, (style Offenbach) de Pecados de vejez de Rossini con la digitación original propuesta por el compositor.


El relato Una comida en casa de Rossini de Alexandre Dumas continúa con la proposición de uno de los comensales que implica la participación del propio compositor y del que surgen una obertura y un proyecto.
¿Qué hay de real o de invención en esta relato de Dumas? Quizás cada uno de quienes lo lea tendrá su propia opinión.


La historia de Dumas no finaliza en este momento. Una cena en casa de Rossini continúa con la voz del joven poeta Scamozza y su relato familiar en ese juego de historias dentro de historias que se asemeja al juego de la narradora por excelencia, Seherezade. Pero, como diría Michael Ende, eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Caricatura de Rossini por Gill para la revista La Lune

Las composiciones que forman los  Péchés de vieilles fueron elaboradas durante varios años, en la mayoría de las ocasiones para uso propio entre sus amigos y sin ánimo de publicarlas. Ciento cincuenta piezas forman la colección agrupadas en catorce volúmenes que toman el nombre de una pequeña selección que hizo el propio compositor y a las que les dio un nombre tan irónico y crítico consigo mismo a la vez. Fueron vendidas por su viuda una década después del fallecimiento de Rossini y agrupadas en los citados volúmenes por temática y prescindiendo del orden de composición.
Esta miscelánea de obras está escrita para piano, pequeña orquesta de cámara o voces y fueron compuestas entre 1857 y su muerte en 1868 y reflejan de modo inequívoco el carácter, la genialidad compositiva, el sentido del humor y el irónico sarcasmo de uno de los más grandes compositores de la historia de la ópera.
Finalizamos con el Quartettino La passeggiata (El paseo) para piano y cuarteto de voces (soprano, contralto, tenor y bajo), el número 12 del Álbum Italiano, el primero de los catorce volúmenes de estos Péchés de vieilles de Rossini.
La interpretación pertenece al disco Le salon de Rossini interpretado por Lieder Quartett formado por Anna Maria Miranda, Hanna Schaer, Jean-Claude Orliar y Udo Reinemann, con Christian Ivaldi al piano. Si siempre son interesantes los auriculares para escuchar este tipo de música, en este caso se hacen casi imprescindibles.

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Bibliografía y webgrafía consultadas:

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