VULNERACIÓN DE LA PRIVACIDAD

Cuando el repartidor acosa a la clienta: "Me llamó 30 veces en una tarde"

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Repartidor / Pixabay

Mamen Hidalgo

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Sara -nombre falso para proteger su identidad- comenzó a recibir whatsapps de alguien que no quería identificarse. Ella amenazó con llamar a la policía y él acabó confesando que trabajaba en el taller donde tenía el coche, en Pamplona. Pidió perdón. "Parecía arrepentido y me aseguró que nunca volvería a intentar algo así con nadie porque se había dado cuenta de que además de ser ilegal, podía dar mal rollo". A la mañana siguiente recibió un nuevo whatsapp dándole los buenos días y preguntándole si había dormido bien. Y así, durante varios días. "Cuando fui a recoger el coche estaba muy tensa, intentaba de alguna forma imaginarme quién habría podido ser". Durante meses, sintió miedo e impotencia: "Él estaba más preocupado de perder su trabajo que de ver si yo me había sentido violentada. Es un juego de poder que tienen para dominarnos, y el acosador disfruta de impunidad".

La situación que vivió Sara no es un hecho aislado. A través de las redes sociales, las mujeres llevan tiempo denunciando el uso indebido de sus datos por parte de repartidores, mensajeros, instaladores de telefonía, fontaneros... Hombres que se sienten libres de utilizar la información a la que tienen acceso para un uso privado y que en ocasiones se convierte en acoso.

¿Cómo acabar con ello? Por un lado, la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) ha sentado un precedente con la sanción a un técnico de Movistar con 2.000 euros por este motivo. Por otro, las empresas tratan de poner fin a estas quejas con mayor protección. A preguntas de EL PERIÓDICO, empresas como Just Eat o Deliveroo aseguran que desde hace meses utilizan tecnología que enmascara el número teléfono del cliente, de manera que el repartidor solo tiene acceso a un número genérico o a un botón en el caso de necesitar contactar con la persona que recibe la entrega. Otras, como Amazon, expresan su deseo de proteger al consumidor pero se niegan a ofrecer los métodos que utilizan. Mientras que la empresa de paquetería MRW alega un periodo complicado "de vacaciones" para dar una explicación, SEUR o Glovo directamente no respondieron a estas cuestiones.

¿Qué responsabilidad tienen? "A nivel penal, si el contacto deriva en acoso, habría una cadena de responsabilidades y la empresa lo sería por el artículo 31bis del Código Penal", explica Ruth Sala Ordóñez, abogada especializada en delitos tecnológicos. "Penalmente la responsabilidad es del empleado, pero solidariamente lo es la empresa por ser la marca bajo la que ejerce un trabajo y comete un delito".  

Pero tienen maneras de cubrirse, de eliminar dicha responsabilidad. Desde el 2015 se habla de programas de cumplimiento normativo interno para prevención de delitos. "Deben quedar claras las normas en el contrato de trabajo. Si el empleado comete este tipo de delitos porque tiene acceso a información será responsabilidad suya, y la empresa deberá acreditar que ha realizado un programa interno, una formación, en la que ha quedado claro sobre qué tiene acceso y para qué". Es decir, prevenirse mostrando su organización de manera continuada.

Sin embargo, Sala Ordóñez matiza que no es tan común. "No hay tantas empresas que hagan esto porque suele ser casi reactivo, algo que se hace cuando te ves en un caso así". En definitiva, puede hacerse un anexo en el contrato que haga expresamente mención a estos detalles, pero el escalado tiene que estar muy bien trabajado: quién usa qué tipo de información a nivel de reglamento de protección de datos "y a la par si el repartidor solo tiene que saber la dirección debe constar, de manera que debe conocer que si comete un delito yo no me hago responsable".

Samuel Parra, jurista experto en privacidad y protección de datos, cree que el interés por mejorar este aspecto se debe a una cuestión de imagen. "No es una obligación ocultar el teléfono, lo habrán hecho para evitar titulares que mañana digan que un repartidor de tal empresa ha hecho esto", explica. "Cuando vemos los casos públicos ni siquiera vemos los nombres de los que han cometido este abuso, pero sí la marca", que no puede controlar al trabajador hasta el extremo sino que le concede ciertos datos y el motivo de esa entrega. "Aquí no hay un fallo de seguridad, la seguridad está bien, el trabajador conocía la información correcta para su trabajo pero la ha utilizado mal".

A Bea un pedido a través de Amazon le supuso días de terror. El repartidor llamó para "recoger el paquete y tomar algo". Ella fue muy clara, pero él empezó a llamar de forma sistemática: 30 veces en una sola tarde. "Se oía un bar de fondo, quería quedar en la Estación de Autobuses de Badajoz para darme el paquete. Yo le dije que no tenía que ir a ningún sitio y él insistió". Desesperada, su marido atendió a una de las llamadas, pero solo paró de llamar cuando decidieron ponerse en contacto directo con Amazon. "Debieron darle un toque gordo porque cesaron, y recibí un email de disculpa", dice. En declaraciones a EL PERIÓDICO, Amazon asegura que este tipo de incidentes se los toma "muy seriamente" y siempre investigan y actúan en consecuencia, aunque declinan explicar qué tipo de medidas toman. La intranquilidad duró meses: "Siempre te queda la incertidumbre de que ese señor sabe dónde vives".

Las mujeres que han manifestado sus vivencias en este reportaje -todas de forma anónima- coinciden en la impotencia que les produce la sensación de que a ellos les preocupa mucho más perder su trabajo o que ellas tengan novio, al grave hecho de invadir su intimidad y no respetar los límites que les ponen.

Así lo expresa Alicia, a quien un repartidor de pizzas le escribió al día siguiente de la entrega: "No sé si el chaval que había era tu novio o no. Me pareciste muy guapa y no pude evitar mirar el teléfono del ticket y hablarte para preguntarte al menos si estabas soltera". Ella le pidió borrar el teléfono y el hecho no fue más allá, tampoco denunció el caso porque no le parecía tan grave como para que él pudiera perder su trabajo en Sevilla. "Lo que me molestó es la falta de privacidad y que la disculpa fuera que no sabía si me molestaría porque el chico que estaba conmigo fuera mi novio o no, en vez de pensar en mi privacidad".

¿Qué hacer en estas situaciones?

La Policía no dispone de ningún dato o estadística que recoja estos abusos. Según apuntan a este periódico, no les ha llegado ningún caso "especialmente llamativo", por lo que no niegan que existan, pero creen que no debe ser una situación de "especial incidencia".

El reglamento de protección de datos (RGPD) que entró en vigor en mayo pasado en toda Europa no cambia nada legalmente. Se sigue requiriendo el consentimiento expreso del cliente. Pero sí sienta un precedente la sanción al trabajador de Movistar. "Lanza un mensaje muy importante, y los repartidores tendrán que pensárselo dos veces", explica Samuel Parra, quien cree que estas situaciones se castigan poco porque no se denuncian. "Muchas veces cuelgan su queja en las redes sociales, pero no denuncian así que lógicamente la administración no puede actuar".

¿Qué deben hacer las mujeres en este caso? Depende del contenido del mensaje. "Hay que tener en cuenta si son repetitivos. Si te escriben y dices que no, eso no es un delito pero sí una infracción de la protección de datos porque has utilizado la información con otra finalidad a la que tienes permiso. Si los mensajes son subidos de tono, pides que pare y él insiste, eso es acoso. Acoso con el agravante de que es un señor que ha estado en casa, que sabe a lo mejor si vives sola, sabe tus horarios… Sabe muchos más datos que un simple desconocido", concluye el jurista.

En  este punto, la Policía recomienda seguir las vías legales. Acudir a la Agencia Española de Protección de Datos en las ocasiones en las que se produce un uso indebido de esa información, pero ir directamente a comisaría si esto deriva en amenazas, acoso o una situación delictiva.

Las mujeres toman conciencia

Patricia tenía una gotera y el techo de la habitación se vino abajo. El seguro del edificio, cerca del Retiro, mandó un hombre a mirarlo. Él entró a la habitación y ella se quedó en el salón. Cuando terminó, le dijo que si tomaban un café. Ella respondió que estaba muy ocupada, se puso nerviosa e incómoda hasta que se fue. Pero a los pocos minutos le llegó un whatsapp. El hombre decía que le había gustado y que habían tenido mucho feeling. Su primer pensamiento fue cuestionarse qué señales había dado ella para que él hiciera algo así. Luego, le entró miedo porque sabía dónde vivía. "Estaba acojonada". Incluso una compañera de piso le dejó durante un tiempo un spray antivioladores. "No se sentía segura al volver o salir de casa".

A algunas mujeres les ha pasado en más de una ocasión, en diferentes etapas. María puso la línea de teléfono en Lavapiés en el 2008, y esa misma tarde el instalador le escribió para tomar algo. "Cuando te pasa algo así te analizas tu comportamiento, piensas si fuiste demasiado amable, caes en prejuicios", explica. Para Adelina Rodríguez Pacios, socióloga especialista en género en la Universidad de León, esta sensación de culpa todavía es muy normal entre las mujeres. "Los movimientos como #MeToo vienen muy bien para identificarse pero no es suficiente, y todavía hay mucha culpa y vergüenza".

Cuando María vio el mensaje, bloqueó el contacto y se guardó el albarán por si intentaba cualquier cosa. "Me dio miedo porque vivía sola. Que este señor sepa dónde vivo… No estaba la cosa como ahora, que te pasa y te envalentonas y contestas porque te sientes arropada, reaccionas de forma muy diferente". Le volvió a pasar hace unos meses con un servicio de paquetería, y lo vivió de diferente manera, con más valentía. Como explica Rodríguez Pacios, las mujeres tienen mucha más conciencia del acoso. "Afortunadamente, ahora reflexionan sobre prácticas muy habituales que han pasado desapercibidas a lo largo del tiempo. Por desgracia ha sido a base de casos de repercusión pero han ayudado a que todas estas cosas que parecían tan normales las veamos diferente. Las mujeres han dicho basta".