No. 3 | 2014
PRE-TEXTOS PARA EL DEBATE
REPOSITORIO DIGITAL:
AUTORES :
Daniele Benzi y Ximena Zapata Mafla
TÍTULO:
Petróleo y rentismo en la política
internacional de Venezuela. Breve reseña
histórica (1958-2012)
El contenido de esta obra es una contribución del
autor al repositorio digital de la Universidad Andina
Simón Bolívar, Sede Ecuador, por tanto el autor tiene
exclusiva responsabilidad sobre el mismo y no
necesariamente refleja los puntos de vista de la
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Este trabajo se almacena bajo una licencia de
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PRE-TEXTOS PARA EL DEBATE
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PETRÓLEO Y RENTISMO EN LA POLÍTICA INTERNACIONAL DE VENEZUELA. BREVE
RESEÑA HISTÓRICA (1958-2012)
DANIELE BENZI Y XIMENA ZAPATA MAFLA
RESUMEN: El presente ensayo ofrece una breve reseña histórica de las políticas de integración regional y
cooperación internacional puestas en práctica por Venezuela desde la restauración de la democracia
representativa en 1958 hasta la fecha. Éstas se vinculan, por un lado, a los cambios en las prioridades y
objetivos de la política exterior nacional así como a las transformaciones en el panorama regional e
internacional, y, por el otro, a las dinámicas internas del país. Si bien se identifica un nítido parte aguas entre
las varias etapas del régimen del Pacto de Punto Fijo (1958-1998) y el inicio del proceso bolivariano, en este
análisis se insiste en que el desenvolvimiento de la política internacional venezolana y de sus proyectos de
integración regional y cooperación internacional lleva marcadamente el sello que define estructuralmente a
Venezuela como un país rentista petrolero, implicando la continuidad de ciertos patrones, condicionamientos
y peculiaridades que, a la hora de caracterizar su funcionamiento y valorar su impacto, parecerían incidir de
manera ambigua en la consecución de los objetivos emancipadores del proyecto bolivariano.
PALABRAS CLAVE: Política exterior venezolana; integración regional; cooperación internacional;
rentismo.
ABSTRACT: This paper provides a brief historical review of the regional integration and international
cooperation policies implemented by Venezuela since the restoration of representative democracy in 1958 to
date. These are related, on the one hand, to the changes in the priorities and objectives of the national foreign
policy and those evidenced in the regional and international arena, and on the other hand, to the domestic
dynamics of the country. Even though a clear breakup between the various stages of Punto Fijo regime
(1958-1998) and the beginning of the Bolivarian process is identified, this analysis emphasizes that the
Venezuelan foreign policy and the regional integration and international cooperation projects it promotes
markedly bear the imprint that structurally defines the country as an oil-rentier state. This implies the
continuity of certain patterns, constraints and peculiarities which seem to ambiguously affect the
emancipatory purposes of the Bolivarian project when characterizing its actual functioning and assessing its
impact.
KEY WORDS: Venezuelan foreign policy; regional integration; international cooperation; rentism.
RESUMO: Este artigo fornece uma breve revisão histórica das políticas de integração regional e cooperação
internacional implementadas pela Venezuela desde a restauração da democracia representativa, em 1958, até
o momento. Estes são ligados por um lado, as mudanças nas prioridades e objectivos da política externa
nacional, bem como as mudanças no cenário regional e internacional, e por outro, a dinâmica interna do país.
Embora identificada uma clara ruptura entre as várias fases do regime de Punto Fijo (1958-1998) eo início do
processo bolivariano, esta análise enfatiza que o desenvolvimento da política externa venezuelana e de seus
projetos de integração regional ea cooperação internacional tem marcadamente o selo que define
estruturalmente Venezuela como um país rentista petróleo, o que implica a continuidade de certos padrões,
restrições e características que, na hora de caracterizar o seu desempenho e avaliar o seu impacto, parece
influenciar de forma ambígua na consecução dos objetivos emancipatórios do projeto bolivariano.
PALAVRAS-CHAVE: Política externa venezuelana; integração regional; cooperação internacional;
rentismo
Daniele Benzi es Magíster en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y Doctor en Ciencia, Tecnología y Sociedad por la Universidad de Calabria. Ha sido Profesor
Titular de Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP (México), Profesor Asociado d e FLACSO-Ecuador y Profesor Visitante en la Universidad Andina
Simón Bolívar. Actualmente es Profesor de la Universidad Central y de la Universidad Internacional del Ecuador . Correo: danielebenzi@hotmail.com
** Ximena Zapata Mafla es Licenciada Multilingüe en Negocios e Intercambios Internacionales por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y Maestra en Relaciones
Internacionales con mención en Negociación y Cooperación Internacional por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales -FLACSO Sede Ecuador. Actualmente es
analista de la Dirección de Cooperación Internacional del Consorcio de Gobiernos Autónomos Provinciales del Ecuador -CONGOPE . Correo: xime_zm@hotmail.com
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1. INTRODUCCIÓN
Dado su elevado activismo en los procesos de integración regional, promotor del fortalecimiento de las
relaciones de cooperación entre los países del Sur y merced a la enorme disponibilidad de recursos
energéticos y de petrodólares, la República Bolivariana de Venezuela se ha convertido en la primera década
de este siglo en un actor central del espacio latinoamericano y caribeño.
Si bien su trayectoria tanto en el ámbito de la integración regional como de la cooperación
internacional es de larga data, sólo ahora pareciera desplegarse su pleno auge, lo cual habría que explicar al
mismo tiempo en función de cuatro coordenadas básicas: 1. Los reacomodos y transformaciones geopolíticas
y macroeconómicas en curso en el sistema mundial; 2. La reconfiguración política en acto en la región; 3.
Las dinámicas a nivel interno del país marcadas desde 1999 por el proceso bolivariano; y 4. El brusco
incremento a partir de 2003 del precio internacional del petróleo.
El principal objetivo de esta breve reseña histórica consiste precisamente en mostrar el papel, bien sea
directo o indirecto, que el petróleo y el fenómeno a ello ligado del rentismo petrolero ha tenido y sigue
teniendo en la formulación e implementación de la política internacional venezolana, en particular en dos
áreas estratégicas y sensibles para el proyecto bolivariano como son la integración regional y la cooperación
o solidaridad internacional. El foco de este análisis, por lo tanto, no está centrado únicamente en los cambios
de principios y objetivos de política exterior observables desde el inicio de la revolución chavista, sino más
bien en el contraste entre este viraje y la persistencia o hasta intensificación de patrones y condicionamientos
derivados del rentismo petrolero que, a la hora de caracterizar su funcionamiento y valorar su impacto,
parecerían estar incidiendo de manera ambigua en la consecución de los propósitos emancipadores del
proyecto bolivariano. A diferencia de los críticos que arguyen que con Chávez el rentismo simplemente se
haya exacerbado en clave autoritaria, patrimonialista y de ineficiencia y corrupción, proyectándose al
panorama regional, fragmentando y debilitando los procesos de integración, aquí se sostiene en cambio que
el petróleo, ingenua y peligrosamente, ha sido puesto al servicio de un proyecto radical de refundación y
experimentación social de inspiración anticapitalista y proyección latinoamericana que, lejos de estar
cumpliendo sus objetivos, por distintas razones se ha empantanado, potenciando paradójica y efectivamente
las diferentes facetas típicas del rentismo. Por otro lado, partiendo de las mismas premisas, se cuestiona
también la posición de los partidarios más ortodoxos y dogmáticos del proyecto bolivariano que no
consideran los efectos negativos del rentismo claramente visibles en las políticas de solidaridad internacional
e integración promovidas por Venezuela. Si bien algunas de éstas, en una óptica de corto plazo, han
contribuido de manera efectiva pero quizás no decisiva a reconfigurar el panorama regional de la última
década y, en este momento crucial, están contribuyendo a evitar el aislamiento internacional con el que se
pretende poner fin al proceso bolivariano, claramente no han logrado sentar las bases, por lo menos hasta el
momento, de un proyecto de integración alternativa viable en el largo plazo. Es a partir de esta hipótesis que,
con los ojos mirando hacia el futuro, planteamos la pertinencia de una revisión histórica.
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El documento está organizado en cuatro secciones. En la primera, se sugiere un marco de referencia
esencial para visualizar la inserción y política internacional de Venezuela a través de los lentes del petróleo y
del rentismo petrolero. De acuerdo con lo anterior, en la segunda sección se reseñan los principales objetivos
e hitos del período 1958-1998 también conocido como régimen del Pacto de Punto Fijo. La tercera parte está
dedicada al análisis de los cambios y continuidades observables durante el gobierno de Hugo Chávez Frías
poniendo especial atención en las políticas de integración y solidaridad internacional. Se concluye con
algunas consideraciones sobre las secuelas y límites que una política internacional centrada en el petróleo
puede conllevar, al igual que en el plano doméstico, para los contenidos revolucionarios del proyecto
bolivariano.
2. PETRÓLEO Y RENTISMO EN VENEZUELA
Desde la segunda década del siglo XX se repite de manera incontrovertible que “Venezuela es, no sabemos
si afortunadamente o lamentablemente, petróleo”.1 En efecto, éste “ha sido, es y, en el futuro previsible,
seguirá siendo un tema fundamental de la vida venezolana […]”.2 No hay aspecto de la política, economía y
sociedad de este país que no esté directa o indirectamente condicionado por un hecho tan sencillo y a la vez
tan crucial para acercarse a su comprensión. Y, por si lo anterior fuera poco, tampoco convendría subestimar
que cuando hablamos de petróleo no nos referimos simplemente al recurso par excellence e imprescindible
del modelo de desarrollo y patrón civilizatorio mundialmente dominantes, sino que, en el caso de la
República Bolivariana, estamos hablando en la actualidad del mayor país petrolero del hemisferio occidental
y entre los primeros a nivel mundial por reservas probadas, extracción y capacidad exportadora.3
Las características del “capitalismo rentístico” y del “Petroestado”, con su peculiar “cultura
paternalista y del milagro” que parece brotar espontáneamente del “cuerpo natural” de la nación, han sido
largamente analizadas por la literatura especializada. En tanto origen y al mismo tiempo resultado del
complejo y multidimensional fenómeno del “rentismo petrolero”, han dado forma a un rosario de
eufemismos tales como “enfermedad holandesa” ó, seguramente más apropiado para el trópico, “enfermedad
neocolonial”, “maldición de los recursos naturales”, “paradoja de la abundancia”, “crecimiento
empobrecedor” y “maldesarrollo” entre otros, configurando un “subdesarrollo atípico” o una “categoría
peculiar del subdesarrollo mono-exportador”. “Sembrar el petróleo”, por otra parte, desde la lúcida
admonición de Arturo Uslar Pietri en 1936, ha sido un imperativo redentor pero desafortunado, revelándose
más bien un mantra ritual-seductor probablemente inherente al “ethos rentista” e “irracionalidad de la
identidad venezolana”, a la vez que improbable y frustrante vía de escape contra la paradójica condena
Domingo Maza Zavala “Prólogo”, en Ramón Crazut La siembra del petróleo como postulado fundamenta l de la
política económica venezolana. Esfuerzos, expectativas y frustraciones, UCV y BCV, Caracas, 2006, p.19.
2
Ibídem.
3
Nada más y nada menos, en realidad, incluyendo el crudo extra-pesado de la Faja Petrolífera del Orinoco, del país con
las mayores reservas probadas del planeta (el 17,8% del total) según el British Petroleum Statistical Review of World
Energy de junio de 2013. Daniele Benzi y Ximena Zapata “Geopolítica, Economía y Solidaridad Internacional en la
nueva Cooperación Sur-Sur: el caso de la Venezuela Bolivariana y Petrocaribe”, en América Latina Hoy, Vol. 63, 2013,
p.69.
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infligida por el “excremento del diablo”.4 En fin, “Las consecuencias del predominio del modelo rentista en
la dinámica económica, sociopolítica, cultural, institucional del país han sido profundas, contradictorias y
variadas […]”.5
¿Qué es el rentismo al fin y al cabo? En términos políticos, consiste esencialmente en un patrón de
relaciones clientelares que se nutre y sustenta en la renta petrolera que un Estado capta del mercado mundial,
acompañado muy a menudo de prácticas asistenciales y paternalistas que bien se casan con estilos y métodos
populistas o autoritarios de gobierno. Simplificando, esta dinámica perversa y potencialmente destructiva es
generada por el poder y la libertad aparentes que la renta petrolera, en cuanto ingreso por un bien extraído y
no producido cuyo valor comercial es fijado en el mercado mundial, le otorga al Estado para distribuirla sin
exigir contrapartidas demasiado onerosas. El tamaño de la renta y la capacidad de distribución representarían
por lo tanto los límites más importantes al que se enfrenta su gestor o sus gestores.6 De ahí surge la figura del
“Estado mágico”, sus cualidades milagrosas e hipertrófica corte burocrática con las conocidas secuelas de
centralismo, corrupción, verticalismo, improvisación, clientelismo e ineficiencia. Pero, sobre todo, ahí se
conforma históricamente el papel que el Estado venezolano posee “como elemento institucional clave en el
control de la renta petrolera” o, en otras palabras, como epicentro de una lucha de clases que gira alrededor
de la propiedad del petróleo y captura de la renta.7 Las relaciones harto complejas entre propiedad y gestión
nacional, extranjera o mixta de recursos estratégicos no renovables en un sistema mundial capitalista adicto
al petróleo forman parte integral, el meollo muy probablemente, de esta lucha.
En términos socioeconómicos, además de un aparato productivo insignificante, se ha mostrado que la
dependencia petrolera y los efectos del rentismo por lo general llevan consigo desequilibrios
macroeconómicos estructurales y coyunturales constantes, es decir, inclusive o sobre todo quizás en los
ciclos de bonanza. Una composición de clases y su relativa cultura política y empresarial que se define en las
negociaciones y conflictos por el acceso y control no sólo de la renta sino de la corriente rentística que ésta
genera o, en su defecto, por la intermediación parasitaria. Y, por último, un imaginario colectivo de
“sociedad rica” moldeado por el consumismo efímero y despilfarrador que engendra patrones sistemáticos de
corrupción y escasísima productividad y eficiencia del trabajo.
Entre la amplísima bibliografía consagrada al tema, consúltese al menos el editorial de Arturo Uslar Pietri “Sembrar el
petróleo” en Ahora. Año 1. No.183, Venezuela, 1936; Juan Pablo Pérez Alfonzo Hundiéndonos en el excremento del
diablo, Editorial Lisboa, 1976; Asdrúbal Baptista y Bernardo Mommer El petróleo en el pensamiento económico
venezolano, Ediciones IESA, Caracas, 1987; así como el penetrante y visionario texto de Fernando Coronil El Estado
mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela, Nueva Sociedad, Caracas, 2002. Sobre el Petroestado y el
rentismo en general véase los estudios ya clásicos de Terry Lynn Karl.
5
Miriam Kornblith “La crisis del sistema político venezolano”, en Nueva Sociedad Nro. 134, 1994, p. 146.
6
Esta es, en resumidas cuentas, la hipótesis central de la teoría del capitalismo rentístico que Asdrúbal Baptista ha
desarrollado tanto conceptualmente como mediante un aparato monumental de datos empíricos en distintos estudios.
7
Josep Manel Busqueta Franco “Venezuela rumbo al socialismo. La utilización solidaria e internacionalista de los
recursos petroleros”, en VV.AA. Políticas Económicas y Sociales y Desarrollo Humano Local en Venezuela. El caso de
Venezuela, Cuadernos de Trabajo de Hegoa n.44, Bilbao, 2008, pp. 25-35.
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En este sentido, Víctor Álvarez ha hablado de un “genoma económico del capitalismo rentístico […]
portador de potenciales patologías que es necesario comprender para mantenerl[a]s bajo control”.8 La
cuestión, sin embargo, quizás no radique tanto en la comprensión de estas patologías, pues son de sobra
conocidas por los especialistas, cuanto en la voluntad y capacidad políticas de mantenerlas bajo control, ya
que de ellas se han beneficiado directa e indirectamente cientos de miles de venezolanos inclusive, como es
bien sabido, bajo las banderas y actuales consignas del socialismo del siglo XXI. Uno de los errores más
graves cometido por los más altos y honestos dirigentes chavistas con su ex líder a la cabeza en el período
2003-2008 – es decir, durante la primera avalancha de petrodólares de este siglo – ha sido probablemente
considerar el proyecto político bolivariano inmune de esas patologías, o cuando menos subvalorarlas
fuertemente, confiándose en las capacidades, ética y conciencia revolucionarias del “bravo pueblo” de
cosechar de la noche a la mañana los improbables frutos de su prurito distributivo, refundacional y
modernizador.
Ahora bien, no nos parece ocioso insistir en que las relaciones entre industria petrolera, Estado y
sociedad civil no constituyen simplemente un ángulo privilegiado e ineludible de análisis para estudiar las
dinámicas internas de Venezuela, sino que son de fundamental importancia para entender también su
inserción en el sistema mundial, el desenvolvimiento de su política exterior y participación en proyectos de
integración regional y cooperación internacional. La “variable energética”, en otras palabras, parecería en
realidad el quid que condiciona, cuando no determina, sus prioridades y objetivos, viabilidad intrínseca y,
sobre todo, el estatus, modus de relacionarse y los márgenes de maniobra que el país posee en la arena
internacional.9
Si por un lado la estrecha ligazón entre la condición de importante país petrolero y la inserción en las
relaciones políticas y económicas internacionales – el vínculo con Estados Unidos, las grandes compañías
petroleras o la participación en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) por ejemplo – es
absolutamente natural y lógica, aunque no por ello libre de ambigüedades y contradicciones, por el otro no
son menos relevantes las inferencias del rentismo en la formulación y, sobre todo quizás, en la conducción de
la política exterior.10
Lo anterior, entrelazado íntimamente con las oscilaciones – no necesariamente rupturas – tanto en
plano económico como político doméstico, ha conferido a la acción internacional de Venezuela un carácter
en cierto sentido errático, es decir, uno en que la continuidad, organicidad y eficiencia operativa,
mimetizadas bajo una retórica apabullante, a menudo ha brillado por su ausencia. Por ello, aun cuando no
estén perfectamente definidas y delimitadas, dejando amplio espacio a las más variadas interpretaciones y
8
Víctor Álvarez “¿Cómo transformar la economía rentista e importadora en un nuevo modelo productivo exportador? ”, 2014, en
http://victoralvarezrodriguez.blogspot.com/2014/02/como-transformar-la-economia-rentista-e.html. Disponible en marzo de 2014.
9
Tomamos la expresión “variable energética” de Edmundo González Urrutia “Las dos etapas de la política exterior de Chávez”, en
Nueva Sociedad Nro. 205, 2006, p. 169, quien afirma: “[…] la variable energética ha estado siempre presente en la agenda de la
política exterior de Venezuela. Con altibajos, la estrategia petrolera de los diversos gobiernos estuvo siempre orientada a la
proyección exterior del país y al apuntalamiento de su estrategia internacional”.
10
El nexo más claro sea posiblemente la asociación directa y simétrica entre los períodos de bonanza económica originada por el
auge de precios en el mercado mundial y el activismo venezolano en la esfera internacional que, desde luego, ha tenido puntualmente
sus reveses.
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matices,
fórmulas
viejas
y
nuevas
tales
como
“diplomacia
petrolera”
o
“petrodiplomacia”,
“petrocooperación” o “cooperación con base rentista”, expresan bien ciertos rasgos estructurales y patrones
recurrentes que, con relativa independencia del gobierno en el poder, pueden observarse en la política
exterior venezolana.
Finalmente, para los fines de nuestro análisis existe otro aspecto igualmente importante que es preciso
recalcar de entrada. Concierne el papel que el factor petrolero y, nuevamente, el rentismo juegan en la
instrumentación de las políticas exteriores con miras a la integración regional. En este caso, salta a luz una
ambivalencia y, como se verá, una discontinuidad bastante pronunciada entre el período previo al proyecto
bolivariano y el actual, que remite con toda probabilidad a la relación entre el raquítico sector empresarial
venezolano y el Estado, por un lado, así como a las propias ideas y políticas referentes al papel de este último
en la propiedad y gestión del sector petrolero, por el otro. De ahí, la oscilación entre una integración regional
pensada en función de la diversificación de la economía nacional en términos de mercancías y mercados, y
una integración potenciadora de las ventajas poseídas por Venezuela en el sector de los hidrocarburos que,
sin embargo, parecería fortalecer su condición histórica de país “importador de todo”.
3. POLÍTICA EXTERIOR, COOPERACIÓN INTERNACIONAL E INTEGRACIÓN REGIONAL
DURANTE EL PACTO DE PUNTO FIJO (1958-1998)
A pesar de no haberse logrado fraguar una política exterior de Estado, es decir, autónoma de los gobiernos de
turno, el destacado internacionalista Demetrio Boersner ha señalado que durante el régimen de Punto Fijo,
los dos mayores partidos políticos venezolanos de la IV República, Acción Democrática (AD) y el Partido
Social Cristiano (COPEI), forjadores y al mismo tiempo principales beneficiarios del “pacto” bautizado
ingeniosamente por Juan Carlos Rey como “sistema populista de conciliación de élites”, fijaron y
compartieron algunos grandes objetivos que marcarían las pautas de las relaciones exteriores de Venezuela
durante cuatro décadas.11
En opinión de Boersner y de otros analistas, éstos serían a grandes rasgos: 1. La promoción,
fortalecimiento y defensa internacional de la democracia representativa bajo el paraguas de la llamada
Doctrina Betancourt, consistente en el repudio de aquellos gobiernos nacidos al margen del voto popular; 2.
11
Demetrio Boersner “Dimensión internacional de la crisis venezolana”, en Günther Maihold (ed.) Venezuela en
retrospectiva. Los pasos hacia el régimen chavista, Iberoamericana/Vervuert, Madrid/Frankfurt, 2007, pp. 313-344. Juan
Carlos Rey “La democracia venezolana y la crisis del sistema populista de conciliación”, en Revista de Estudios Políticos Nº
74, 1991, pp. 533-578. Sintetizando el planteamiento de Rey, el “sistema populista de conciliación de élites” reunió cinco
características esenciales: 1. Una democracia consensual basada en la prevención de conflictos por medio de la consulta, la
negociación, la cooptación y la corresponsabilidad de las élites; 2. La disponibilidad de divisas procedentes de los ingresos
fiscales petroleros; 3. La amplia distribución de tales ingresos, si bien de forma desigual; 4. La adopción programática del
modelo ISI de desarrollo, y 5. La centralidad del Estado a través del gasto público, de los subsidios y de la regulación. Eva
Josko de Guerón “Cambio y continuidad en la política exterior de Venezuela: una revisión”, en Carlos A. Romero (coord.)
Reforma y política exterior en Venezuela, COPRE, INVESP y Nueva Sociedad, Caracas, 1992, pp. 44-45. Por otro lado,
a través de sus cúpulas gremiales, este sistema incluyó de forma directa e indirecta otros actores más allá de los políticos
strictu sensu: empresariado, sindicatos, altos mandos militares e iglesia católica. No es difícil por lo tanto entender su crisis y
eventual colapso a raíz de los repetidos fracasos de industrialización vía “siembra del petróleo”, de la caída de los ingresos
petroleros y, eventualmente, del endeudamiento masivo.
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La búsqueda de una creciente autonomía del país en el escenario político y económico regional y mundial, en
solidaridad con América Latina y el entonces bloque político del Tercer Mundo; 3. La seguridad e integridad
del territorio nacional.12
Si bien es cierto, otros estudiosos han matizado y añadido importantes elementos enfatizando, por un
lado, el incuestionable alineamiento atlántico, más allá de la inclinación tercermundista, a lo mucho con
grados variables de “autonomía relativa” y sin “subordinación incondicional” a los Estados Unidos, y, por el
otro, precisamente el factor petrolero cuyo resultado, pese a la recurrente oposición de determinados sectores
domésticos, habría dado lugar a una proyección internacional a menudo “sobredimensionada” para las
características estructurales y potencialidades reales del país, fuertemente centrada en las figuras
presidenciales.13 De ahí, el así llamado “excepcionalismo venezolano”, es decir, la existencia de un sistema
democrático estimado estable para los parámetros de la región y sostenible gracias a la renta petrolera.14
Por ello, las consideraciones anteriores confieren más sentido que unidad o simplemente coherencia a
las continuidades observables en política exterior durante la IV República, inherentes, en última instancia, a
las “múltiples identidades” de Venezuela, a saber, un país democrático, en desarrollo, productor de petróleo
y americano, con una posición geopolítica privilegiada en razón de sus diferentes frentes caribeño, andino y
amazónico.15
Sin ser una novedad absoluta, todo lo anterior se vio expresado por primera vez de manera muy nítida
en la década del ’70 durante el primer gobierno de Rafael Caldera (1969-1974) y, sobre todo, de Carlos
Andrés Pérez (1974-1979). Este último, aprovechando un ingreso de petrodólares sin precedentes y
ejecutando finalmente la nacionalización de la industria petrolera, quiso ampliar los objetivos y áreas de
interés de la política exterior venezolana, tradicionalmente volcada hacia los Estados Unidos y, en el marco
regional, hacia Centroamérica y el Caribe, también hacia un frente andino y amazónico. Además, en
competencia con otros mandatarios de países petroleros regionales y extra-regionales, el presidente
venezolano no dejó de manifestar en la misma época ciertas pretensiones al liderazgo de un bloque del
Tercer Mundo.
En lo relativo a la asistencia al desarrollo, el rol de Venezuela como donante inicia precisamente con
el incremento en esta década de los precios del crudo y el efímero auge de los principales Estados de la
OPEP, por un lado, y de las negociaciones eventualmente naufragadas en torno a un Nuevo Orden
Económico Internacional (NOEI), por el otro. Se trata, por lo tanto, de una política de solidaridad
12 Boersner, Op.Cit.
13
Andrés Serbin Chávez, Venezuela y la reconfiguración política de América Latina y el Caribe, Siglo XXI Editora
Iberoamericana, Buenos Aires, 2011, pp. 12-16. En relación con los Estados Unidos, durante la IV República ha incidido
tanto la perniciosa dependencia de Venezuela de su mercado, como la problemática relación con Cuba que, como es bien sabido, en
un momento de incipiente consolidación del sistema democrático venezolano, la escogió como “blanco predilecto” para exportar su
revolución. Josko de Guerón, Op.Cit., p.47.
14 Andrés Serbin, Op. Cit., p. 15.
15
Josko de Guerón, Op. Cit., pp. 41-42. En este sentido, señala muy agudamente esta autora que “Si las identidades de Venezuela
definen sus intereses perdurables y dan cuenta de las continuidades, los cambios en el sistema político y en el sistema internacional
condicionan los cambios en el énfasis relativo que se otorga a una identidad u otra y dan cuenta de los cambios en los objetivos y los
medios de la política exterior”. De ahí, básicamente, la nutrida bibliografía de politólogos e internacionalistas venezolanos enfocada
en la división en etapas y sub-etapas de la política externa del país.
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internacional y cooperación Sur-Sur cuyo origen y características están estrechamente vinculadas al petróleo
como recurso energético16 y a los excedentes fiscales que, a raíz de la primera bonanza del período 19741977, genera su venta en el mercado internacional. Caso emblemático es el Fondo de Inversiones de
Venezuela creado en 1974 que, además de ser el principal canal de financiamiento para el desarrollo
productivo del país, contemplaba la puesta en marcha de programas de cooperación financiera internacional
promovidos por el ejecutivo en el marco de su política exterior.
A partir de entonces y hasta la fecha las políticas de cooperación venezolanas se estructurarán y
orientarán, en lo fundamental, alrededor del sector energético y financiero y, al igual que otros Petroestados,
seguirán y en determinados momentos sufrirán los vaivenes de los precios mundiales del crudo.17
Su notable redimensionamiento en los años ’80 y ’90 será precisamente consecuencia de la caída de
los ingresos petroleros, de la pesada carga de la deuda externa y del paulatino deslinde de la empresa
nacional de petróleo del poder ejecutivo con la promoción, bajo los lineamientos de las así llamadas políticas
de “internacionalización” y “apertura”, de una “agenda oculta” cuyo objetivo fundamental no fue otra cosa
que la solapada privatización de PDVSA.18 Por ello, de acuerdo con lo mencionado más arriba, en el ámbito
regional Centroamérica y el Caribe, o el área del Gran Caribe, se volvieron nuevamente el espacio de
proyección y de interés estratégico prioritarios.19
En síntesis, bajo el postulado de que Venezuela “no podía ser una isla de prosperidad en un mar de
pobreza”, durante los ’70 y parte de los ’80 distintos gobiernos otorgaron ayuda energética, donaciones y
préstamos blandos a numerosos Estados de América Latina y el Caribe, así como a fondos humanitarios del
sistema ONU e instituciones financieras internacionales (CAF, BID, Banco Mundial y Fondo Monetario
Internacional entre otras), empujando además por una activa política de promoción de la imagen del país en
16
Nos referimos, naturalmente, a la así llamada “ayuda de petróleo”. Durante ese período, en efecto, las naciones petroleras del
Tercer Mundo fuertemente excedentarias como en el caso de Venezuela, además de emprender faraónicos y muy a menudo
fracasados proyectos de modernización, empezaron a poner en marcha planes y programas de cooperación con el propósito de
atenuar la carga fiscal de otros países periféricos importadores netos de petróleo y refinados. Ello, sin embargo, tuvo una incidencia
mínima en los problemas y desequilibrios creados por el aumento de los precios.
17
Dicha afirmación, evidentemente, no pretende minimizar la activa participación de Venezuela en la conformación de instancias
multilaterales tales como la UNCTAD, el G77 y, especialmente, el trascendente papel desempe ñado en la
creación de la OPEP. Es notorio, además, el apreciable rol ocupado en el nacimiento del Sistema Económico
Latinoamericano (SELA) en 1975, así como en la elaboración del Plan de Acción de Buenos Aires (1978) y en el Plan de Acción de
Caracas (1981), que sentaron los cimientos de la así llamada “cooperación económica entre países en vías de desarrollo”. No
obstante, de la misma manera que otros donantes petroleros, la parte más notable de la cooperación venezolana se ha establecido en
el marco de relaciones bilaterales y/o al interior de esquemas de cooperación energética
sub-regional como el Acuerdo de San José y ahora de Petrocaribe, en los cuales Venezuela siempre ha buscado
desempeñar un papel protagónico. Por otra parte, si bien algunos autores reportan también que además de la ayuda financiera y de
petróleo el país experimentó otras modalidades de cooperación, como por ejemplo la creación de fondos de estabilización de
productos agrícolas o intercambios culturales, su peso ha sido globalmente marginal y duración limitada. Ibrahim Shihata La otra
cara de la OPEP: asistencia financiera del tercer mundo, Longman, Londres, 1982.
18
Sobre este punto nos remitimos integralmente a la interpretación de Bernard Mommer “Venezuela y la OPEP 50 años después” en
Le Monde Diplomatique (suplemento especial), Año III, Número 24, Caracas, marzo de 2011.
19
En efecto, a pesar de la severa crisis económica, si bien ahora bajo el lema de la “responsabilidad compartida” y ya no de la
asistencia mediante créditos blandos y donaciones, la política venezolana hacia el Gran Caribe siguió y hasta se intensificó bajo el
gobierno de Lusinchi (1984-1989). Huelga recordar que en ello influyeron notablemente consideraciones acerca de la seguridad del
país frente a la insurgencia caribeña y sobre todo centroamericana. Andrés Serbin El Caribe ¿Zona de paz? Geopolítica, integración
y seguridad, Nueva Sociedad, Caracas, 1989.
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Estados Unidos y Europa.20 Al mismo tiempo, paradójicamente, a partir de la primera administración de
Carlos Andrés Pérez el Estado venezolano empezó a adquirir una cantidad cada vez mayor de empréstitos
con bancos internacionales que pronto, frente al descenso del precio del petróleo, volverían insostenible la
deuda externa del país.21
A pesar de algunos vaivenes y de la valoración en cuanto a los resultados, no cabe duda de que
Venezuela ha sido un “país con una vocación de larga data para la integración”.22 El texto de la constitución
de 1961, la participación en la ALALC (hoy ALADI) a partir del mismo año y, a pesar de las resistencias
iniciales, la adhesión en 1973 al Pacto Andino (hoy CAN) son todas evidencias al respecto. Lo mismo vale
integralmente por lo que se refiere a los procesos de integración regional que, agotada la fase estructuralista
de matriz cepalina para ampliar la política nacional de sustitución de importaciones, se volcarán
sucesivamente al modelo de regionalismo abierto. Al mismo tiempo, la participación venezolana en los
mecanismos de concertación política como el Grupo de Contadora y sucesivamente el Grupo de Río ha sido
relevante. En este sentido, como apunta Serbin, la constitución del G3 ha representado un espacio de cultivo
para el protagonismo regional de Venezuela.23 La alianza con Colombia y México, erigida en 1989 con base
en un grupo de consulta para la creación de una zona de libre comercio y cooperación centroamericana y
caribeña, finalmente tomó cuerpo dos años después. El intercambio diplomático sostenido entre 1990 y 1992
tiene sus antecedentes en el Grupo de Contadora, en el marco de las negociaciones de paz en Centroamérica,
el Acuerdo de cooperación energética de San José y se afianza con el acercamiento y sostenido crecimiento
del intercambio económico entre Venezuela y Colombia que se consolida por esa época. El intento
predominante de incentivar al empresariado venezolano mirando a la integración económica y comercial
como un instrumento de diversificación de la matriz estructural del país fue la tónica dominante de la época
hasta la progresiva negativa venezolana hacia el ALCA.
A pesar del uso del petróleo como herramienta para la cooperación, a diferencia de la etapa que se
analiza a continuación, prácticamente no se pensó en hacer de los recursos energéticos el eje de la
integración regional.
4. LA POLÍTICA INTERNACIONAL DE LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA (1999-2012)
Existe un amplio consenso y distintas evidencias acerca de la “drástica reorientación” y “radicalización”
impresa a la política exterior venezolana desde la llegada de Hugo Chávez al poder. 24 Ésta, para la mayoría
20 Ramón Crazut, Op. Cit.
21
Tal paradoja ha sido resaltada por Crazut, Op. Cit., p. 172, con las siguientes palabras: “En materia de crédito público externo,
también ha sido objeto de críticas negativas la circunstancia de que nuestro país haya contratado créditos a elevados tipos de interés
y en el corto plazo y otorgar, a la vez, préstamos de largo plazo y con escasas posibilidades de recuperación a terceros países en
función de una política de cooperación financiera internacional iniciada a mediados de
la década 1970-1980”.
22
Alberto Martínez Castillo “Venezuela: política e integración regional”, en Cuadernos del Cendes, año 28, n. 78
Tercera época, 2011, pp. 95-114.
23
Andrés Serbin “La política exterior de Venezuela y sus opciones en el marco de los cambios globales y regionales”,
en Estudios Internacionales, Año 26, N° 104, 1993, pp. 637-680.
24
Andrés Serbin, 2011, Op. Cit.
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de los analistas, estaría definida en lo fundamental por su carga “política e ideológica” y “matriz
bolivariana”, conduciendo a significativos cambios en términos de principios, objetivos y alianzas.
Su despliegue, a partir de 1999, se enmarca en un escenario doméstico electoralmente favorable pero
políticamente muy tenso y complejo, signado básicamente por la ruptura del delicado juego de negociaciones
y compromisos del Pacto de Punto Fijo y el consecuente desplazamiento de las élites tradicionales de lugares
clave del aparato estatal. La adopción de una nueva constitución y el nacimiento de la V República destacan
en términos materiales y simbólicos este viraje. Otro giro sustancial se consuma tras el intento de golpe de
2002 y el paro petrolero y empresarial de 2002-2003, cuando el gobierno bolivariano, con un masivo apoyo
popular, logra la definitiva “reconquista” de PDVSA, es decir, tanto el control sobre la renta como el poder
de decisión y gestión de las políticas petroleras. Desde entonces la figura carismática de Hugo Chávez
protagonizará de manera absoluta no sólo la escena política interna – en primer lugar como principal
impulsor a partir de 2005-2006 del tercer giro del proceso, mucho más radical esta vez, hacia el “socialismo
de siglo XXI” – sino también la política internacional, sujetando totalmente la Cancillería a la voluntad del
ejecutivo liberándola de los elementos rebeldes y hostiles a la revolución. Este nuevo escenario, sumándose a
la subida de los precios del crudo dentro de una coyuntura internacional aparentemente favorable a los países
emergentes, constituye el telón de fondo de una acción exterior que en relación a la década anterior será, por
lo menos hasta 2010, mucho más asertiva y ambiciosa.
A raíz de una visión multicéntrica y pluripolar en términos globales y unionista y bolivariana en la
esfera regional, así como de la influencia de las viejas experiencias del nacionalismo revolucionario
tercermundista, el gobierno bolivariano ha tratado de articular un nuevo mapa regional e internacional de
alianzas y vínculos procurando darle, si bien sin éxito, un explícito sesgo antiimperialista y específicamente
antiestadounidense.
En el ámbito latinoamericano, una clara muestra es dada por la estrecha relación establecida con los
demás gobiernos “progresistas” y algunos de los movimientos sociales antineoliberales.25 Este último punto,
expresado oficialmente bajo el lema de la “diplomacia desde abajo y de los pueblos”, ha marcado una
discontinuidad importante en política exterior, exponiendo el gobierno venezolano a fuertes ambivalencias y
tensiones tanto en sus relaciones con otros países aliados y especialmente no aliados, como con las propias
organizaciones y movimientos sociales que pretende apoyar y de las cuales busca el apoyo.
Mucho más trascendental, sin embargo, ha sido el peculiar matrimonio con Cuba que, revirtiendo una
posición ideológica, geopolítica y simbólica relativamente consolidada en la diplomacia venezolana desde
hace cuarenta años, para bien y para mal se ha tornado un ingrediente esencial y definitorio del proyecto
bolivariano tanto en su esfera doméstica como proyección regional.
Asimismo, la República Bolivariana ha estrechado vínculos con países que mantienen algún tipo de
conflicto con los Estados Unidos tales como Irán, Siria, Bielorrusia, Sudán, Iraq y Libia antes del
derrocamiento de Saddam Hussein y Gadafi.26 Se ha acercado a Rusia, principalmente en el plano militar,
25 Benzi y Zapata, Op.Cit.
26
En todos estos casos, evidentemente, el componente antiimperialista se cruza con la geopolítica y geoeconomía del petróleo.
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volviéndose un buen cliente en la compra de armamentos. Finalmente, ha buscado intensificar las relaciones
comerciales con China, Vietnam y Malasia entre otros países, con el fin de promover el intercambio
tecnológico y reducir su dependencia de Estados Unidos en tanto principal comprador del petróleo
venezolano.
Así, en efecto, en un claro movimiento de reversión de la “apertura” de la década de los años ’90, la
política bolivariana ha intentado romper con el monopolio de las transnacionales occidentales en la cadena
del crudo reforzando el papel del Estado, impulsando una política de maximización de precios,
diversificando la inversión extranjera, así como tratando de reorientar sus exportaciones hacia otros grandes
mercados, además del norteamericano, en particular en Asia y en menor medida Sudamérica.27 En este
sentido destaca la relación con China, actualmente uno de los principales socios comerciales y a la vez fuente
de financiamiento-endeudamiento del gobierno venezolano.28
En síntesis, existen sin duda distintos elementos cuya repercusión en la esfera internacional y, de
manera específica, en los equilibrios regionales y hemisféricos, sugieren un parte aguas histórico en términos
de principios, lineamientos y objetivos en la política internacional de Venezuela. Se trata de una nación que,
valga la pena recordarlo nuevamente, desde 1958 había coqueteado con la idea de ser un “país occidental”
asumiendo al mismo tiempo una “política de dos manos” – tercermundista y hemisférica – oscilando entre
sus varios “frentes” y “múltiples identidades”. Un país que fundó la OPEP sin dejar de salvaguardar la
relación preferencial con los Estados Unidos, partidario de la defensa de la democracia de los Estados de la
región y de la seguridad de las fronteras ante la llamada injerencia cubano-soviética en los tiempos de la
Guerra Fría, que ahora adopta, promueve y patrocina activamente la causa de la integración en un sentido
marcadamente antineoliberal y de multipolarismo global. Se alía con Cuba y entreteje relaciones tanto con
los movimientos sociales como con las potencias emergentes, las naciones más pobres de la región y del
planeta e incluso con los parias de la “comunidad” internacional como Siria e Irán.29
No obstante, más allá del abanico de rupturas señalado, hasta en los análisis que aseguran la tesis del
giro radical asoma un complejo entramado de continuidades. El sobredimensionamiento de la política
exterior, por ejemplo, la centralidad de la figura presidencial o la proyección estratégica hacia el área del
Gran Caribe son en este sentido las más destacables juntándose, según destacan algunos analistas, con el
retorno cíclico de la idea mesiánica que, desde la gesta heroica de Simón Bolívar, le otorga a Venezuela una
especie de “misión histórica” y “destino manifiesto” de liderazgo del proceso de liberación y unión regional.
Más importante aún, desde el enfoque aquí propuesto, es la continuidad de lo que históricamente ha
marcado y sigue marcando las pautas de la política internacional de Venezuela, es decir, su condición de
Estado rentista petrolero y las modalidades de uso del petróleo y de los petrodólares como instrumentos de
política exterior, sea en clave ofensiva, defensiva y de cooperación o, desde el énfasis propio del gobierno
bolivariano, para promover la integración regional y la cooperación Sur-Sur “dentro de una perspectiva de
27
Ibídem.
Véase Rita Giacalone y José Briceño Ruiz “The Chinese–Venezuelan Oil Agreements: Material and Nonmaterial
Goals” en Latin American Policy, Volumen 4, No. 1, pp. 76–92.
29
Benzi y Zapata, Op.Cit.
28
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cambio estructural”.30 De ahí, el desplazamiento de una orientación principalmente económico-comercial a
un enfoque integral y multidimensional de la integración que prioriza la dimensión política, social y de
seguridad además de la energética.
En efecto, en función del proyecto nacional y en la búsqueda de “objetivos de mayor liderazgo
mundial” formulados bajo las consignas y auspicios de una Venezuela “potencia energética mundial” y
“potencia social, económica y política dentro del espacio latinoamericano y caribeño”31, sus políticas de
integración y cooperación han perseguido tanto la diversificación-expansión económica y defensa del
proceso bolivariano frente a los persistentes esfuerzos de la oposición interna y de los Estados Unidos para
aislar y desestabilizar su gobierno, como el compromiso ideológico de solidaridad internacional de matriz
tercermundista.
El conjunto de acontecimientos y tendencias mencionadas al inicio de este apartado es básicamente lo
que ha permitido el retorno a gran escala de la diplomacia petrolera tanto en el plano regional como
internacional.32 Favorecido por un tsunami de petrodólares, el gobierno bolivariano ha reanudado y al mismo
tiempo reformulado, pero, sobre todo, significativamente ampliado tanto los objetivos como los mecanismos
y centros operativos de sus programas y acciones de integración y cooperación Sur-Sur.33
Por ello, a través de una mirada unilateral pero acertada en lo fundamental, Carlos Romero y Claudia
Curiel han clasificado “el universo de transferencias, donaciones, inversiones y adquisiciones” realizado por
el gobierno venezolano bajo cinco categorías principales: 1) Estrategias PDVSA de inversión, ampliación y
diversificación; 2) Acuerdos de cooperación energética; 3) Donaciones y aportes directos; 4) Intercambios
compensados; 5) Operaciones de financiamiento a gobiernos, empresas y otros actores.34
En este sentido cabe resaltar la amplitud de áreas de operación de la cooperación venezolana. En el
ámbito social, se destaca la ayuda bilateral a los miembros del ALBA y terceros países, a través de Misiones
Bolivarianas, inspirada en la experiencia llevada a cabo con la cooperación cubana en el sector de la salud
(Misión Milagro) y la educación (Alfabetización Yo si Puedo). En el plano económico-comercial, sobresale
el Tratado de Comercio de los Pueblos (TCP), los convenios de intercambio compensado y las empresas
denominadas “Grannacionales” y en el ámbito energético, la firma y renovación de numerosos acuerdos
energétcos como el Acuerdo de Cooperación Energética de Caracas, el Convenio Integral de Cooperación
entre la República de Cuba y la República Bolivariana de Venezuela y la apuesta por la creación de alianzas
conformadas por empresas nacionales petroleras a través de Petrocaribe, Petroandina y Petrosur.
Carlos Romero “La integración como instrumento de la política exterior de Venezuela”, 2007, en http://www.iri.pucrio.br/pdf/carlos-romero.pdf. Disponible en marzo de 2014.
31
Estas expresiones son tomadas de documentos oficiales tales como el Proyecto Nacional Simón Bolívar (2007-2013)
y el Plan de la Patria (2013-2019).
32
Andrés Serbin, 2011, Op.Cit.
33
Así, por ejemplo, según las únicas estimaciones de alguna forma confiables, en 2007 Venezuela participó con el 18
del 76% del total que, junto con Arabia Saudita, China e India, constituyeron las transferencias etiquetadas como ayuda
para el desarrollo procedente de los 16 “donantes emergentes”, aportando por este concepto una cifra calculada entre
1.116 y los 2.500 millones de dólares, respectivamente equivalentes al 0,51% y al 1,9% del P IB venezolano. Benzi y
Zapata, Op.Cit.
34
Carlos Romero y Claudia Curiel “Venezuela: Política Exterior y Rentismo”, PROLAM/USP, 2009, en
http://www.usp.br/prolam/downloads/2009_1_3.pdf. Disponible en marzo de 2014.
30
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En término de procesos, en cambio, además de haber promovido junto con el gobierno de la mayor de
las Antillas la creación de la Alianza Bolivariana, Venezuela ha abandonado el G3 y la CAN a la vez que ha
solicitado y finalmente obtenido una plena incorporación al MERCOSUR. Asimismo, ha influido
notablemente en la agenda y dirección tanto de la UNASUR como de la CELAC. Lo anterior ha sido
interpretado por muchos analistas como un desplazamiento hacia el Cono Sur en parcial detrimento de la
subregión andina.
Si bien muy importantes en el plano político, social y si acaso simbólico, el despliegue de semejantes
iniciativas no ha implicado para Venezuela beneficios sostenibles desde el punto de vista económico y
comercial, ni mucho menos la ha ayudado a disminuir su dependencia del petróleo y del mercado
estadounidense.35 Dentro del marco de los proyectos de integración y cooperación llevados a cabo bajo el
paraguas del ALBA-TCP y de Petrocaribe, tampoco se ha logrado trascender la concesión unilateral de
ventajas comerciales o subsidios a los miembros de estos esquemas. Por otro lado, los planteamientos del
TCP y los programas y empresas Grannacionales, así como la puesta en marcha de un Banco y del SUCRE,
no dejan de mostrar de manera patente una gran dosis de indecisión e/o indefinición estratégica o la
repetición de fórmulas y esquemas de estrategias tercermundistas posiblemente ya inviables en nuestra
época. En particular, a pesar del discurso parcialmente novedoso, del tamaño de los emprendimientos y de
algunas innovaciones relativas sobre todo a la búsqueda de fórmulas que produzcan mayor
complementariedad, la mayoría de las actuaciones se ha resuelto hasta ahora en una abigarrada mezcla entre
el repertorio de acciones e instrumentos de la “Venezuela Saudita” de los años ’70 y el internacionalismo
cubano, especialmente en salud, educación y deporte, viabilizado gracias a las triangulaciones y
financiamiento directo del “donante bolivariano”. La falta de continuidad, el burocratismo y verticalismo de
las autoridades responsables además de su frecuente recambio, así como el alto nivel de improvisación han
sido una constante en la mayoría de los proyectos propuestos, creando malestar y algunas fricciones
inclusive en los aliados más cercanos.
Lo anterior explica tanto la confusión y falta de profundización en torno a las nociones de
“desarrollo endógeno” y “ventajas cooperativas”, como el desordenado entramado de la asistencia
venezolana a los miembros del ALBA y a otros países el cual, no obstante, bajo un gobierno que se asume
revolucionario bien se puede denominar y considerar, tal y como hacen los analistas de la izquierda más prochavista, una muestra de solidaridad internacional. Lo que más importa, sin embargo, es que ayuda a explicar
sobre todo los escasos avances en términos de una cooperación que trascienda los sectores tradicionales,
apuntando decididamente a los principios y fortaleciendo las incipientes experiencias de “integración
alternativa”.
Finalmente, los límites y posibilidades de la estrategia de integración regional iniciada por Chávez
deben entenderse en el marco de las complejas dinámicas internacionales y regionales en las que ésta se
desenvuelve. En este sentido, aunque en el transcurso de la década pasada aparecieron dos potenciales líderes
35
La adhesión al MERCOSUR, por ejemplo, responde en estos momentos a un indudable interés geopolítico propio y de los
gobiernos de Brasil y Argentina, pero denota una visión muy poco clara en términos económicos desde la perspectiva nacional
venezolana.
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para representar América del Sur como bloque en el nuevo escenario internacional, a saber, Brasil y
Venezuela, por diferentes razones y al margen de las patentes ventajas brasileñas en comparación con las
cada vez menos viables pretensiones venezolanas, hasta la fecha, ningún liderazgo estable y reconocido se ha
podido consolidar en la región. No obstante, no se trata solo de estos dos países. Por debajo de la retórica
integracionista, las fricciones constantes, a veces vehiculadas o instrumentalizadas por actores extraregionales viejos y nuevos, inhiben el fortalecimiento de un nuevo regionalismo sudamericano, así como el
posicionamiento internacional de América del Sur como bloque unitario. En estas dinámicas, la diplomacia
petrolera puede desempeñar un papel limitado y meramente coyuntural.
En resumen, a la luz de las consideraciones desarrolladas hasta aquí, cobra cierto sentido la hipótesis
y relativa conceptualización que algunos analistas han propuesto del ALBA-TCP y, por extensión, de todas
las políticas de integración y cooperación de la República Bolivariana como de “una aplicación a nivel
internacional de la lógica rentística que caracteriza a la sociedad venezolana”.36 O, en otras palabras, que se
configure como una “cooperación con base rentista”.37 Más que la “aplicación” de la lógica rentista, sin
embargo, de la misma manera que las nefastas secuelas que a todas luces el rentismo despliega en la
dinámica interna del proceso bolivariano, consideramos más bien que se trate de un efecto perverso el cual, a
pesar de ser de sobra conocido por la aplastante mayoría de los observadores, no se ha logrado encarar de
forma adecuada. Asimismo, y paradójicamente, el modus operandi de la actuación bolivariana no solo
guarda cierta semejanza con la Venezuela Saudita de los ’70 sino que, por el contexto de confrontación en
que se inscribe respecto a Estados Unidos, repite hasta cierto punto las estrategias de asistencia internacional
practicadas por las grandes potencias durante la Guerra Fría en donde los objetivos de desarrollo económico
(de integración en este caso) venían supeditados a las prioridades de la política exterior.38
En el plano internacional, el rentismo repercute en que sean muchos los actores que quieren acceder
a los recursos energéticos y a la renta petrolera de la República Bolivariana. Ésta, en particular si construye
alrededor de ellos un tambaleante proyecto geopolítico de corte socialista cuya adhesión por otra parte no es
vinculante para los beneficiarios de su cooperación, trata de satisfacer esas demandas. Lo hace, como se ha
dicho, por medio de acuerdos de inversión y cooperación energética particularmente generosos, ayuda
financiera y donaciones, intercambios compensados, ayuda presupuestaria a gobiernos, financiamiento a
empresas y a otros actores políticos que, sin embargo, no están sustentados en instituciones eficientes y
transparentes y, sobre todo, en una economía sólida.39 Por otro lado, la propia dinámica política y estructura
primario-exportadora, extractiva y altamente sujeta a los vaivenes del mercado mundial de los principales
socios y beneficiarios de la cooperación venezolana, aunada invariablemente a un historial de dependencia
José Briceño “El ALBA como propuesta de integración regional”, en Josette Altmann (coord.). América Latina y el Caribe:
ALBA: ¿Una nueva forma de Integración Regional?, Buenos Aires: Teseo, FLACSO, Fundación Carolina, OIRLA, 2011.
36
37
Carlos Romero, 2007, Op. Cit.
Esta interpretación se encuentra por ejemplo en Sean Burges “Building a global southern coalition: the competing
approaches of Brazil’s Lula and Venezuela’s Chávez”, en Third World Quarterly, v. 28, n. 7, 2007, p. 1343–1358 y
Javier Corrales y Michael Penfold Dragon in the tropics. Hugo Chávez and the Political Economy of Revolution in
Venezuela. Brooking Institution Press, Washington D.C., 2011.
39
Romero y Curiel, Op. Cit.
38
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de la ayuda internacional e inversión extranjera, quizás favorezca cierta acogida y reproducción de la
dinámica rentista. En este sentido, si bien las relaciones instauradas por medio de la cooperación Sur-Sur son
mucho más equilibradas que las Norte-Sur y menos vinculadas a condicionalidades político-económicas
explícitas, no implica que no reproduzcan patrones asimétricos y de dependencia, o que no fomenten una
mentalidad asistencial y de aprovechamiento político de la ayuda y cooperación muy arraigada en los
distintos segmentos y niveles de las sociedades y Estados receptores.
La presencia de una lógica tendencialmente rentista en el espacio ALBA-TCP expresa patrones
estructurales de la política de integración y cooperación venezolanas. Desalienta, dificulta y reduce cualquier
esfuerzo de profundización de una “integración alternativa” e implementación de un modelo económico
distinto. Engendra fenómenos de corrupción ligados a dinámicas asistenciales y clientelistas tanto en un nivel
micro como macro. Afianza métodos de gobierno verticalistas y centralizados, desencadena conflictos
permanentes por la captación y distribución de la renta y debilita, por último, a pesar de ciertas evidencias
que en el corto plazo parecieran indicar lo contrario, la credibilidad del proceso bolivariano dentro de
Venezuela y en el extranjero, así como la posición de la República Bolivariana como líder de un bloque
alternativo y contra-hegemónico.
5. A MANERA DE CONCLUSIÓN
Al finalizar este artículo, la República Bolivariana atraviesa su peor momento desde el golpe de 2002. Frente
a una situación económica en que, a tientas, el gobierno lucha cotidianamente para alejar el espectro del
colapso, las presiones y maniobras de la oposición al chavismo – nacional y foránea, golpista y dispuesta a
negociar con el oficialismo – podrían lograr su capitulación a un año apenas de la partida “física” del
Comandante. En el seno del propio chavismo, por otra parte, se están midiendo y posiblemente tensando las
relaciones de fuerza entre las diferentes facciones militares y civiles que eventualmente definirían el rumbo a
seguir de la era post-Chávez.
En lo que atañe a nuestros objetivos, sin mayor afán de ofrecer una contribución más a los numerosos
análisis de coyuntura y ejercicios de futurología que están circulando a diario desde hace algunos meses, nos
interesa concluir remarcando sólo algunos puntos que consideramos pertinentes cualquiera que sea el
desenlace final de la situación actual.
Si por un lado hay indicios claros de que la política internacional bolivariana sustentada en los
recursos energéticos, financieros y en mucho menor medida ideológicos para crear diferentes diques de
contención alrededor del proceso ha sido moderadamente exitosa, no existe ninguna garantía de que por sí
sola sea suficiente para asegurar la sobrevivencia del gobierno venezolano, ya no de la revolución, frente a
sus propios fracasos y arremetidas de las oposiciones.
En el resbaloso tablero geopolítico mundial, una postura más enérgica de Rusia, China o Irán a favor
de la República Bolivariana es por el momento meramente eventual. El único garante de la paz hoy en día en
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Venezuela es la UNASUR, cuya mediación, de todas formas, está subordinada a la negociación por parte del
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gobierno con los sectores opositores para una solución pactada de la crisis. Sin embargo, aparece claro en
estos momentos el cambio en la coyuntura regional, reflejado en la actitud muy cautelosa de los gobiernos
que con más fuerza podrían incidir en la situación. De ello se hace eco el tibio consenso de la Unión de
Naciones Suramericanas que asume la forma de “acompañamiento” al diálogo. El ALBA-TCP, por otro lado,
se encuentra políticamente inerme. Mientras, el apoyo de los movimientos de solidaridad con el proceso
parecería limitado al grado de presión que puedan ejercer sobre sus respectivos gobiernos y lobbies
parlamentarios ya que la influencia que tienen en sus sociedades nacionales es absolutamente marginal.
En lo que se refiere a la alianza estratégica con Cuba en tanto embrión de la “integración
alternativa”, a estas alturas queda claro que la “nueva” dirigencia cubana, acompañada por una generación de
economistas genuinamente nueva, más que en una política de mayor complementación e integración con
Venezuela tal y como la pensaron los líderes supremos Fidel Castro y Hugo Chávez, sin renunciar a los
beneficios que el país sigue obteniendo del socio bolivariano en esta delicada fase de “actualización”, más
bien está pensando en el desacople, por lo menos en términos económicos dada su elevadísima dependencia
que, según evolucionen las circunstancias en la hermana República, podría serle todavía fatal.
Finalmente, lo alcanzado en términos de integración, bien sea en su dimensión energética, social,
productiva y comercial o financiera, es posiblemente reversible ya que se enmarca técnicamente en acuerdos
de cooperación o, desde otra perspectiva, incluso funcional a otros enfoques ideológicos y de política
económica más o menos ortodoxos.
Los ambiciosos objetivos internacionales contemplados en el Plan de la Patria 2013-2019 – el
testamento político de Hugo Chávez –, muchos de los cuales compartibles y hasta imprescindibles en la
óptica de una estrategia emancipadora de izquierda, se verán necesariamente reformulados, tal vez de manera
drástica, así como los medios para alcanzarlos. En todo caso, los contenidos y la viabilidad de una
integración alternativa sustentada en el “excremento del diablo” bajo el liderazgo de un Estado rentista
petrolero y la guía irremplazable de un líder carismático, aun si revolucionarios y antiimperialistas, muestran
límites muy evidentes sobre los cuales no habría que dejar de reflexionar.
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