El fracaso del periodismo frente al conflicto colombiano

El fracaso del periodismo frente al conflicto colombiano

En un “mea culpa”, la directora de Las2orillas reflexiona sobre el errático cubrimiento de los medios de 50 años de violencia que no lograron conmover al país

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abril 08, 2018
El fracaso del periodismo frente al conflicto colombiano

Son treinta años haciendo periodismo en Colombia. Un  país atrapado en una violencia múltiple, crecientemente ligada al narcotráfico, que ha dejado el tremendo saldo de cinco millones de víctimas: muertos y desplazados de sus tierras y lugares de existencia, mayoritariamente civiles, que engrosan la marginalidad urbana o la rural en los límites de la frontera agrícola, peleando con la selva para subsistir y cayendo en la trampa de los narcocultivos; tierras abandonadas,   veredas y organizaciones comunales destruidas; un campo empobrecido, unas ciudades desbordadas por campesinos desarraigados que luchan por sobrevivir; jóvenes sin futuro presa fácil de la dinámica de la violencia; cientos de periodistas, de colegas asesinados en veredas y pueblos apartados.

Pero también en las ciudades. La vida profesional de mi generación de reporteros la marcó el asesinato en 1986  de Guillermo Cano, el director del periódico El Espectador.  Lo mató la mafia. Y concretamente Pablo Escobar, ese mismo que por cuenta de Netflix se ha tomado las pantallas de tv del mundo como un héroe-villano capaz de todo. Una recreación parcialmente cierta, cuando a finales de los años 80 usó su poderío violento para doblegar al país con una narcoguerra que marcó el destino del Colombia para siempre.

La droga con su estela de ilegalidad y corrupción  contaminó la política, los valores, la ética social pero también la guerra. La degradó. El motor ideológico y político que llevó a la formación de las guerrillas y a las Farc en los años 60, naufragó en el mar de la droga que literalmente se tomó a Colombia y terminó convertida  en el combustible que permitió la prolongación del conflicto armado por tantos, y tan  largos, tristes y estériles años.

Enterramos a don Guillermo Cano, entonces jóvenes periodistas, y cuánto aprendimos de su coraje. Terco en el  propósito que le costó la vida: intentar derrotar con la palabra, con la información, con la denuncia un monstruo de mil cabezas llamado narcotráfico y que se convirtió en el peor de los males de Colombia.

En poco tiempo enterramos, cuatro candidatos  presidenciales y al menos 3000 líderes sociales, todos ellos asesinados  por balas disparadas desde oscuros rincones de la maldad agazapada; una violencia cruel y confusa que ha dejado deudos en cada familia colombiana; son muertos que terminan reducidos a frías cifras estadísticas y a una sociedad anestesiada por la indiferencia ante semejante barbarie y sinrazón.

Este comportamiento ciudadano se expresó  hace un poco más de un año con el  triunfo del No en  el plebiscito convocado por el Presidente Juan Manuel Santos para la ratificación ciudadana del  el Acuerdo de paz firmado por su gobierno  con la guerrilla de las FARC. La derrota en las urnas debilitó aún más el Acuerdo abriéndole un espacio de injerencia negativa al Congreso de la República; el Acuerdo quedó huérfano de opinión en manos de un Presidente débil, y sin la legitimidad indispensable para liderar una  implementación consistente y fluida.

Lo pactado no se ha cumplido ni en un 20% y el tema perdió relevancia y tal sentido de urgencia y de compromiso del Estado colombiano con éste, que ni siquiera forma parte de la agenda de campaña  de los candidatos presidenciales para las elecciones de mayo próximo. Lo del referendo fue una  derrota política tan inesperada como reveladora.

Puso en evidencia el rol de la información y concretamente, el papel que hemos cumplido periodistas y medios de comunicación en estos tormentosos años.

Hemos tenido que informar en un medio  hostil, en zonas vedadas por la guerra de imposible acceso y con inmensas restricciones, incluso legales, para tener cualquier  interlocución con los actores armados ilegales. Son muchos los muertos y los duelos. Podría hacerse interminable la cadena de riesgos que significa trabajar en territorios controlados por grupos armados ilegales o enfrentando el recorte de  la libertad de expresión en un país donde además los medios de comunicación  tradicionales están perversamente  controlados por grandes grupos financieros y empresariales. Habrían miles de argumentos para victimizarse. Pero llegó la hora de encarar los hechos con sinceridad.

Lo más grave y doloroso para nuestro oficio, y debo aceptarlo como mi mayor  frustración profesional, es no haber logrado construir una narrativa eficaz con fuerza informativa pero también capaz de llevar la realidad del horror de la guerra a los colombianos todos; a la indolente población urbana que desde el confort de la modernidad y la globalización toma decisiones. No haber logrado conmover. Y sacudir las conciencias, y dinamizar un comportamiento social transformador. Nada de esto ocurrió.

Mucho ruido, mucha inmediatez, muchas titulares,   mucha combinación de imágenes y palabras que al final no lograron tejer un relato potente que penetrara las conciencias, ayudara a pensar pero también a  movilizar sentimientos y emociones, fibras de humanidad, única manera de romper la indiferencia ciudadana.

El efecto político de este fracaso ha sido evidente: la  narrativa guerrerista que se impuso desde comienzos de este siglo, en cabeza de un líder con rasgos de caudillo,  Álvaro Uribe, no ha podido ser diezmada por  la narrativa de la paz en el espíritu de la Colombia del post-conflicto. Su inexistencia ha permitido que siga aposentado sin mayor discusión, el discurso  de la guerra.

El expresidente Uribe con su discurso-relato, consiguió que las grandes mayorías  lo acompañaran en el combate frontal  a la guerrilla de las FARC, donde  aplicó acomodadamente el principio de la combinación de todas las formas de lucha,  que produjo  el acorralamiento militar que las obligó a  negociar y también les propinó la más definitiva de las derrotas: la de la opinión pública. Una derrota de la que la guerrilla nunca se recuperó  y  cuya resaca se expresó en la victoria del No en el Plebiscito y en su aplastante golpe electoral en las elecciones del domingo 11 de marzo.

Lo cierto es que la narrativa de la reconciliación, de la democracia, de la convivencia civilizada que los periodistas teníamos la posibilidad y diría, el deber de haber ayudado a sembrar y no logramos, ha permitido que permanezcan intactas las raíces de una polarización destructiva frente a un enemigo que debe ser eliminado incluso como sujeto social, colocándonos en las antípodas de unas transformaciones sociales indispensables para enrutar a Colombia hacia un país de todos y mejor para todos.

La tarea de enfrentar ahora la realidad de un pais construyéndose después de un cruente conflicto, pero amenazado desde muchos flancos, permanece con su urgencia y desafío, solo que esta vez las herramientas con las que contamos, como son los medios digitales y la  consiguiente democratización con la fuerza de la interacción y la participación ciudadana, plantea un escenario nuevo y digamos que esperanzador.

Se abre la oportunidad de tomarle el pulso, de reconocer   y darle voz a la  Colombia profunda, la de la otra orilla, la olvidada y violentada, que ha estado en el corazón  de nuestra guerra. La posibilidad de que la propia gente, alla en los rincones, contribuya a construir un nuevo relato. Un relato alimentado de historias no contadas, que visibilice a los resistentes,  a los luchadores quienes desde las pequeñas  veredas han  dado y siguen dando  pequeñas y continuas batallas, sin esperar nada de los poderes establecidos; capaces de mostrar la realidad invisible, no valorada ni respetada de una hermosa geografía desconocida: unos paisajes, una vida velada por la guerra.

La posibilidad única de construir un relato polifónico y sorprendente desde las múltiples voces logrando construir esa narrativa tan buscada, que refleje ese país complejo y diverso, lleno de fuerza de la que debe resultar finalmente un relato nacional.

 

*Texto escrito con ocasión del Conversatorio “Informar en un medio hostil” en los Diez años de Mediapart, Paris  

*Foto portada de Jesús Abado Colorado

 

 

 

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