Una habitación con vistas – Edward M. Forster

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Una habitación con vistas - Edward M. ForsterUna habitación con vistas es una de las obras más conocidas del escritor Edward M. Forster. Y lo es con razón. Si todavía no han leído esta novelita (el diminutivo es por su tamaño, que no por su calidad), háganse con ella en breve y dedíquenle algunas de sus horas.

Una habitación con vistas presenta un triángulo amoroso en el que una joven bastante bisoña debe decidir entre el amor de dos hombres muy distintos. El uno, Cecil, un joven de buena familia, buen partido y futuro marido ideal; y el otro, George, el hijo de un hombre conocido por sus ideas revolucionarias («-¿Debo concluir -preguntó la señorita Bartlett- que es socialista?»).

Lucy, nuestra protagonista, está en esa edad en que uno empieza a cuestionarse las ideas de sus mayores. Un viaje a Italia contribuirá a alterar su concepción del mundo, pero en el fondo (y aunque Italia aparece a lo largo de toda la novela como un campo de aprendizaje al que toda persona con inquietudes debería acudir), en el fondo, decía, lo que sucede es que Lucy está empapada de las ideas de la época.

Una habitación con vistas fue publicada en 1908, cuando las ideas de democracia e igualdad recorrían Europa y penetraban incluso en las clases más conservadoras. Por ejemplo, Freddy, el hermano de Lucy, desprecia un tanto a Cecil porque jamás se pondría el sombrero de otra persona; es decir, es un hombre incapaz de ponerse en el lugar de otro porque no concibe que todos los seres humanos puedan ser iguales. Y mucho menos las mujeres.

Y es que una brisa feminista y emancipadora recorre Una habitación con vistas. Y si no, lean este hermosísimo fragmento:

[…] No era que las damas fuesen inferiores a los varones; sólo diferentes. Su misión consistía, más que en tener éxito, en servir de inspiración a otros. De manera indirecta, por medio del tacto y de un nombre sin mancha, una dama podía lograr muchas cosas. Pero si se lanzaba a la lucha en persona, primero la censurarían, luego la despreciarían y finalmente la ignorarían. Se habían escrito poemas para ilustrar aquel punto.

Esa figura de la dama medieval es inmortal en muchos aspectos. Los dragones han desaparecido, y también los caballeros, pero la dama sobrevive entre nosotros. Reinó en muchos castillos de la primera época victoriana y fue reina de muchas de sus canciones. Es agradable protegerla en las pausas entre negocios, agradable elogiarla cuando nos ha preparado bien la cena. Pero ¡ay!, esa criatura degenera. También en su corazón nacen extraños deseos. También se enamora de vientos huracanados, vastos panoramas y de las verdes inmensidades del mar. También ha contemplado el mundo, cuán completo está de riqueza, belleza, y guerra: una corteza radiante construida sobre el fuego central, que gira hacia cielos que se alejan. Los varones, después de declarar que les sirve de inspiración, se mueven alegremente por su superficie, y celebran deliciosas reuniones con otros hombres, felices, no sólo por su masculinidad, sino también porque están vivos. Antes de que termine el espectáculo, a esa dama le gustaría renunciar al título augusto de Mujer Eterna y participar en él con su identidad transitoria.

Lucy, así la construye Forster con sutileza y una prosa vibrante, no es una mujer eligiendo entre dos hombres. Es una mujer eligiendo entre ser ella misma o dejarse ser. Entre descubrirse o convertirse en los que todos a su alrededor, desde su madre al párroco, pasando por su prometido, esperan que sea: la dama, la Mujer Eterna.
No en vano Una habitación con vistas fue escrita mientras las sufragistas luchaban por los derechos de la mujer y ayudaban a dinamitar la prejuiciosa Inglaterra victoriana. La madre de Lucy se refiere a ellas al advertir a su hija: «Y para complicarte la vida con máquinas de escribir y cerrojos. Y para meterte en política, gritar por la calle y forcejear con la policía cuando te detenga. Y llamarlo «una misión», ¡cuando nadie quiere que lo hagas!».

Lucy es una mujer en la encrucijada. Sin embargo, Forster, hijo de su tiempo al fin, no le dio entera autonomía. Aunque la joven siente confusamente que no quiere encajar en el papel de madre y esposa que parece tener reservado, será por mediación de un hombre que aprenda a poner en palabras sus sentimientos.

George, el joven de ideas progresistas, será quien describa para ella lo que sucede: «Todos los momentos de su vida están destinados a formarla a usted, a decirle que es encantador o divertido o propio de una dama, a decirle que es lo que un varón considera femenino», «el deseo de gobernar a una mujer es una tendencia muy profunda, y hombres y mujeres han de combatirlo juntos», «quiero que tenga sus propios pensamientos incluso cuando la estrecha entre mis brazos». Y serán las palabras de él las que Lucy utilice en adelante.

No por ello es Una habitación con vistas una novela menos interesante. Es hermosa desde el punto de vista literario, y lo es por los valores de igualdad que defiende. Su trama, algo inocente, sirve a la perfección para desarrollar, sin pedantería y sin pesadez, la tesis que E. M. Forster quiso defender. En resumen, un pequeño compendio de virtudes que debería engalanar la biblioteca de todos los lectores.

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