Hace unos días, mi hijo de dos años eligió en la farmacia un cepillo de dientes rosa para llevárselo a casa. Un cepillo rosa, por cierto, que tenía que sustituir a otro cepillo rosa que estaba usando, porque se ve que le encanta el color. Cuando llegó a pagarlo, la dependienta le preguntó: «¿Es para ti o para tu hermanita?». Al enterarse de que era para él, añadió: «¿Y no quieres mejor este amarillo?». La madre del crío, con una cara lo suficientemente explicativa de lo que estaba sucediendo, miró a la dependienta y le dijo: «No, el niño ha elegido el rosa y así está bien».
Cuando tenía seis años, mi ahijado y varios de sus amigos de clase hablaron de apuntarse a clase de baile en el colegio. Al cabo de unos días, el niño vino a casa diciendo que ya no quería inscribirse porque el resto de chavales no lo iban a hacer «porque el baile es cosa de niñas». Es de suponer que alguien, su padre, su madre o una dependienta de una farmacia, se lo diría a uno de los críos y de ahí, el contagio. Mi ahijado, que tenía muchísimas ganas de bailar, terminó yendo a aquellas clases en el último trimestre, después de mucho pensárselo y de que en casa le convencieran de que no era nada reprochable, él solo en un aula repleta de niñas.
Uno se pasa el día dándole vueltas a cómo educar al hijo y no sabe casi nunca cómo acertar. Por mucho que leas y que te comas la cabeza, al final vas asilvestrado y sin libro de instrucciones, nunca hay certezas. Y aunque es evidente que eso de que haya cosas de niños y de niñas, en términos absolutos y excluyentes, es una estupidez y un anacronismo pensarlo, no sé si lo que yo le tengo que decir a mi hijo no es eso, sino que hacer cosas de niñas está bien. Que las niñas hayan hecho cosas de niños en la historia reciente de la Humanidad (ponerse pantalones, fumar, esa cosa loca de trabajar) ha sido visto como un avance. Hacer lo de los hombres es una aspiración. Vamos a intentar que hacer cosas de mujeres también sea visto como un avance de los hombres. Y para eso, quizá, tenemos que empezar a decirles a los niños que bailar, y el rosa, y mostrar sus emociones y debilidades sin miedo a menoscabar su atávica masculinidad está muy bien. Porque el mundo, tal y como lo hemos llevado los hombres, es, permítanme, una puta mierda. Y a lo mejor eso que se dice de que tenemos que feminizar la sociedad es una de las grandes verdades que se nos han contado en los últimos tiempos.
PD: Mi ahijado dejó el baile a los pocos días porque le parecía un rollo tremendo. Mi hijo cambió de idea y está contentísimo con su cepillo amarillo con muñequitos de colorines. Supermasculinos los dibujitos, eso sí.