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El Medio y el Fin
 


El pasado 29 de diciembre, Alex Campos difundía un artículo publicado en la revista ICON, titulado “Ningún algoritmo lleva bigote” y que ha causado cierto revuelo en el mundillo informático por retratar a los técnicos como “tíos que no se han divertido en su juventud, frustrados sexuales que jugaban a videojuegos y pasaban el día frente a la pantalla de su ordenador. Tíos con granos y gafas que no salen de sus casas y a los que les resbala la democracia o la vida privada. Tíos que saben de memoria todos los diálogos de Star Wars pero tienen la misma imaginación que el agente Smith. Tíos a los que les dieron calabazas todas las chicas. Tíos que no saben bailar ni hacer surf, ni skate, ni break, ni follar. Tíos físicamente acomplejados que no han hecho otra cosa que masturbarse durante sus primeros 25 años”.

No os lo vais a creer, pero algún programador aficionado al surf se ha sentido ofendido. Yo, también. Y no porque caiga en el estereotipo fácil y gastado del nerd con el que aún nos sigue identificando la intelligentsia, sino porque el texto es malo. Malísimo. Que algo así pueda ser publicado confirma y explica por sí solo la decadencia de los medios de comunicación tradicionales de nuestro país.

El Medio y el Fin

Los programadores aficionados al surf se han indignado tanto que hasta han creado el hashtag #uningenieronunca para quejarse muy fuerte en Twitter. Una campaña que, de paso, sirve para concienciar al mundo de que el verdadero trauma de nuestro colectivo no es la masturbación, sino poder firmar proyectos como si no hubiera mañana. Algo que #uninformaticonunca podría hacer.

Pero, aunque parezca que muchos fans de Star Wars no tenemos la imaginación necesaria para darnos cuenta, el colectivo al que realmente ataca el autor –Frédéric Beigbeder, Premio ICON 2016 a la Agitación Cultural- es otro: el de los periodistas.
 
Debe de ser duro dar lo mejor de ti por 800€ al mes -día tras día, artículo tras artículo- mientras sobrevives al enésimo ERE en la redacción de El Mundo o El País, solo para comprobar que una firma invitada como Beigbeder se levanta lo mismo, firmando un texto mediocre que cualquier becario mejoraría en media hora.


El artículo es tan malo que, en vez de incitar al debate sobre la influencia de los algoritmos en nuestro día a día y las implicaciones que supone que unas líneas de código lleguen a controlar la información a la que tenemos acceso, solo ha generado un hashtag de mierda en la pequeña caja de resonancia que es el mundillo informático.
 
El artículo es tan malo que, en vez de provocar una reflexión en el colectivo informático, solo consigue provocar facepalms por el machismo torpe y despreocupado que demuestra Frédéric ignorando por completo a las profesionales de la industria. Los programadores no somos tíos con granos y gafas. Como mucho, somos personas -hombres y mujeres- con granos y gafas.


Pero, lo peor de todo, es que el texto es antiguo. Alguien debería explicarle a Lucas Arraut, el director de ICON, que juntar fotos en blanco y negro con textos que incluyan palabras como “follar” o “masturbarse” no da para premio. Dejó de ser culturalmente transgresor en 1977.
 
Que el director de una revista "de tendencias" no sepa por donde sopla el aire es preocupante, pero que dos semanas después aún no haya entendido que la publicación de esa medianía no denigra a los informáticos sino a él mismo y al medio que dirige, debería preocupar a sus accionistas.

En una época donde la audiencia puede elegir entre miles de publicaciones distintas que compiten entre sí y el uso del inglés se extiende día a día, las grandes cabeceras deben defender su audiencia y su marca texto a texto, foto a foto, vídeo a vídeo. Por eso, lo único innegociable en un medio de comunicación que pretenda sobrevivir en una tormenta de competencia perfecta es la calidad y personalidad de sus contenidos.

El artículo de Beigbeder no aporta ni una cosa ni otra y, a pesar de todo, nada ni nadie pudo impedir que encontrara un camino hasta la rotativa. Albert Camus decía que, a menudo, un país vale lo que vale su prensa. Yo creo que tenía razón. Artículos como "Ningún algoritmo lleva bigote" no deberían indignarnos sino preocuparnos. Si un medio no es capaz de entenderlo, será su fin.



 
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(Ilustración original cortesía del dibujolari Hugo Tobio)

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