Es posible que, después de todo, nunca tengamos sexo con robots

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No hace falta esperar al futuro para tener sexo con versiones humanas, otra cosa es pensar en una experiencia con un humanoide o replicante de película. Entonces, dependiendo del estudio (los hay a patadas) el tiempo estimado para disfrutar con una réplica humana puede variar entre varios años… o quizá nunca.

Hace unos 20 años el artista y empresario Matt McMullen creó un imperio que revolucionó el mundo de los objetos sexuales. McMullen inventó lo que él mismo denominó como “la mejor muñeca del amor del mundo”. Hasta su aparición, las denominadas muñecas hinchables tenían un acabado muy poco realista y el mercado lo veía como un artículo de broma.

McMullen había viajado años antes a Japón, quienes desde comienzos de los 80 se lo habían tomado muy en serio y ya trabajaban en un mercado que demandaba muñecos sexuales de gran acabado y realismo, aunque eso sí, de plástico. Eran tiempos donde la tecnología todavía no permitía soñar con un mundo donde el sexo entre humanos y entre humanoides fuera indistinguible.

McMullen volvió de Japón alucinado y tras varios años de desarrollar bocetos, medidas a imagen y semejanza de los cánones de belleza actuales (según el empresario) y probar varias texturas para el esqueleto, en 1997 comienza a vender el producto. Nacen las exclusivas RealDolls, objetos de lujo sexual a la carta donde el cliente/a puede dar rienda suelta a su fantasía con la creación de un maniquí tan perturbador como realista. Vale prácticamente todo con un único “pero”, RealDolls no permite crear una copia exacta de una celebridad... a no ser que la persona de su consentimiento.

¿El próximo paso? La compañía ya tiene prototipos donde integra inteligencias menores con las que interactuar (pequeñas respuestas, movimiento de los ojos…), mejoras muy pequeñas que doten de “realismo” al juguete y que en principio no pasarán de ahí, porque como dicen desde dentro, la idea original no se debe pervertir. Se trata sobre todo de que los clientes imaginen por encima de otra cosa, de una experiencia onírica y agradable.

McMullen sabe que el imperio que ha creado se puede venir abajo si consigue que sus sofisticadas muñecas sean demasiado reales. Entonces, la sorpresa y la perfección pueden dar paso al asco o la repulsión, al miedo de reconocer a un objeto que se parece demasiado a ti.

Una idea que ya la advirtió el propio Charles Darwin y que en Japón, quizá los más adelantados en estos aspectos, acabó desarrollándose como toda una teoría de lo que está por venir.

Lo inquietante y familar

Hace dos siglos aparecía la figura del artista alemán Ernst Theodor Amadeus Hoffmann. El hombre fue una figura muy importante en el movimiento romántico de la literatura alemana y entre sus obras como escritor lanzó una idea que ha perdurado en el tiempo. En el relato Los Autómatas diserta sobre las populares figuras mecánicas del siglo XVIII y XIX. Una temática a la que nunca antes se había adentrado alguien. Hablaba de lo inquietante de parecer real:

Me resultan sumamente desagradables todas esas figuras porque no tienen un aspecto realmente humano y en su imitación del hombre tienen toda la apariencia de una vida en muerte o de una vida mortecina. Me recuerda a cuando en mi tierna infancia echaba a correr cuando me llevaban a ver las figuras de cera, y todavía hoy no puedo entrar en esos lugares sin que me sobrecoja un sentimiento horrible y siniestro. Tendría que gritar las palabras de Macbeth “¿Qué miras con esos ojos que no ven?” cuando contemplo en mí esas miradas muertas. Me causan una impresión fatal los movimientos mecánicos de esas figuras que imitan a los vivos.

Pasó el tiempo y en 1839 Darwin publicaba The Voyage of the Beagle (también titulado Journal and Remarks), un diario de viaje que hace referencia a la segunda expedición del HMS Beagle donde Darwin narra los casi cinco años de exploración y descubrimientos en tierra firme y mar, anotaciones de índole científica relativas a la biología, la geología y la antropología. Estamos ante las primeras anotaciones que sugieren las ideas que más tarde le llevarían a escribir su teoría de la evolución.

En un extracto del libro podemos ver por primera vez como Charles Darwin se refiere a la idea de Hoffmann, a ese extraño efecto que se produce ante “lo familiar”, ante aquello que podríamos reconocer como nuestro… pero no:

La expresión de las serpientes de cascabel muda Lachesis muta es horrible y feroz; su pupila consiste en un corte vertical en un moteado y cobrizo iris; su mordaza es ancha de su base y la nariz termina en una proyección triangular. No creo haber visto antes algo tan horrible, excepto, tal vez, alguno de los murciélagos vampiro Desodontinae. Me imagino que estos aspectos repulsivos se originan con la posición de sus diferentes características con respecto a las demás de manera proporcional al rostro humano, creando una especie de sensación desagradable al verlo.

En 1906 el psicólogo alemán Ernst Jentsch vuelve a poner el foco sobre las palabras de Hoffmann con el primer estudio pionero de algo tan perturbador como es el concepto de lo inquietante. Se trataba de un ensayo de psicología donde el hombre postula que algo será inquietante si es capaz de generarnos una cierta incertidumbre intelectual (por ejemplo porque no sabemos lo que va a hacer o porque no tenemos claro su naturaleza). Para ello pone como ejemplo una historia de amor entre un chico y una joven cuya identidad no está clara (puede ser humana o una autómata).

Poco después aparece la figura de Sigmund Freud. Freud publica su ensayo Lo siniestro (o lo inquietante en otras traducciones) para continuar disertando sobre la teoría de Hofmann desde otro punto de vista. Para Freud lo inquietante tenía que ver con algo (una apariencia u objeto como los autómatas) que nos remite a un elemento de nuestro inconsciente reprimido y que nos lleva a la locura.

Tuvieron que pasar varias décadas para que lo que antes eran autómatas ahora fueran robots humanoides. Entonces la discusión pasó a otro nivel. Uno donde, por ejemplo, el sexo debería ser una opción de acuerdo a los futuros avances.

O quizá no.

Valle inquietante

Vale, a las chicas y a los chicos de RealDolls les faltaba un componente para poder evaluarlos como máquinas sexuales. Y es que todavía hoy no dejan de ser muñecos, no hay rastro de robot humanoide en su arquitectura. Para ello habría que viajar a Japón, exactamente al año 2006.

En junio de aquel año en los laboratorios ATR Intelligent Robotics and Communication de Keihanna se llevó a cabo una presentación multitudinaria. Aquel día se congregaron numerosos medios y científicos para la presentación de un nuevo proyecto del profesor Hiroshi Ishiguro (director del departamento de robótico de la Universidad de Osaka).

Cuando el público estaba listo un ayudante del profesor corrió una cortina y desveló… un segundo profesor Hiroshi Ishiguro. Aquella figura tenía un extraordinario parecido con el profesor, usaba las mismas gafas, vestía la misma ropa y estaba sentado en una silla mientras balanceaba un pie adelante y hacia atrás, parecía estar ajustándose en la silla. Poco después se fija en el personal que tiene enfrente para presentarse en japonés: “Soy Geminoid HI-1".

En realidad, aquella creación del profesor era más cercano a un títere que a un humanoide. No habíamos visto nunca antes algo parecido, pero Geminoid hablaba y actuaba a través de Internet. Además de transmitir su voz, un sistema de captura de movimiento le permitía proyectar los movimientos de su boca y la parte superior del cuerpo. De hecho, aquel androide estaba hecho de silicona y acero, todo basado en moldes del cuerpo del profesor.

Desde entonces los Geminoid han avanzado mucho y al verlos una puede imaginarse a estos androides para usos cotidianos en cualquier hogar, obviamente también, como máquinas sexuales. Al fin y al cabo, son casi como nosotros, ¿hay algo malo en ello?

Aquel primer robot sorprendentemente realista ha sido conocido desde entonces con gran asombro y admiración. Ocurre también que ya desde los primeros proyectos de androides de Ishiguro, robots que tan sólo eran un poco menos realistas que Geminoid HI-1, tendían a molestar a muchos de los espectadores. La razón habría que enlazarla con una hipótesis que ya apuntaba a comienzos de la década de los 70 el profesor japonés y experto en robótica, Masahiro Mori, la teoría del Valle Inquietante.

Mori sostiene que como las simulaciones en apariencia y/o movimiento de los seres humanos es cada vez más precisa y realista, existirá un punto en el que el interés de los seres humanos en la creación de un humanoide se transforme en absoluta repulsión.

Dicen que Ishiguro se inspiró para desarrollar su doble mecánico tras un largo viaje que lo dejó exhausto. El hombre debía viajar desde la pequeña ciudad de Keihanna a un puesto de profesor en la Universidad de Osaka. Así fue como se imaginó un doble en forma de androide que pudiera trabajar a través de videoconferencias, lo que permitiría no sólo hacer uso de su voz para impartir clases, también de su presencia.

En contraste con el temor occidental a un futuro donde los androides y la IA pudieran llegar a ser lo suficientemente fuertes como para dominar a los seres humanos, los japoneses preveían un futuro en el que los humanos y los androides trabajaran amistosamente y de forma productiva. Un futuro donde ni siquiera se necesitarían tener relaciones sexuales entre humanos porque las máquinas cubrirían ese aspecto de la vida. Un aspecto, el sexo, que para parte de la población japonesa parece que no es muy importante.

Sin embargo, si la idea que deslizaba Darwin, Hoffmann o Freud y que materializó posteriormente en teoría Mori se vuelve real, podría ser un impedimento para tales interacciones entre humanos y androides, ya que las máquinas tienden a asemejarse cada vez más a los humanos. De hecho, el mismo Ishiguro trata de ayudar a resolver el problema.

Uno de los primeros robots del profesor se basó en los moldes de su hija pequeña. El androide era capaz de realizar movimientos muy básicos y a decir verdad no era demasiado realista. Pero a la hija del profesor le aterrorizaba tanto el doble que había realizado su padre que después de verlo por primera vez la niña no se atrevió a pisar el suelo del laboratorio del profesor.

Más tarde, Ishiguro realizó una copia de un conocido locutor en Japón. A pesar de estar equipado con un sistema de movimientos mucho más intrincado la descripción general que se hacía del mismo era como una figura un tanto espeluznante. El posterior doble del profesor era una mejora sobre los anteriores prototipos, ¿podría cruzar ese valle descrito por Muri?

Cuando el experto en robótica hablaba de este hipótesis en 1970 lo hacía desde la idea de que la empatía que podamos tener por entidades no-humanas se basa, indiscutiblemente, en el reconocimiento de características humanas en un contexto irrefutablemente diferente. La mente humana primero reconoce al sujeto como algo que obviamente no es humano, y luego se siente atraído por la presencia de cualidades humanas.

La popularidad del antropomorfismo es un testimonio de la validez de esta parte de la teoría. Si nos fijamos, las personas y animales de dibujos animados son un ejemplo prominente; nuestra mente los llama instintivamente no humanos, aunque luego encontramos razones para identificarlos a través de su representación como criaturas que piensan y sienten como nosotros.

Por el contrario, la teoría de Mori sostiene que la respuesta a una entidad de aspecto casi humano es la contraria. El primer instinto de la mente humana es rotularlo como “humano”, y sólo entonces comenzar a notar las características no humanas que tiene el androide o similar. Esto causa la sensación de repugnancia y alienación, ya que según Mori, si la mente humana ve algo como un ser humano, queremos que miren y actúen como tal. Al no ser así la respuesta es rechazo. El “valle” en cuestión sería una inclinación en un gráfico propuesto que mide la positividad de la reacción de las personas según el parecido humano del robot.

Obviamente la teoría de Mori no deja de ser una posibilidad muy controvertida. Algunos la rechazan por completo argumentando que los robots humanoides no eran lo suficientemente realistas en la década de los 70 como para que tal efecto se pudiera medir. De hecho, aún hoy parece difícil llevarlo a cabo.

El famoso diseñador e investigador robótico David Hanson (el mismo de la cabeza replicante de Philip K. Dick) considera que toda la teoría en sí es una paja mental “pseudocientífica” y que es inútil reducir el “realismo” a un solo eje en un gráfico. Claro que Hanson “vive de” y trabaja en el bando contrario de la teoría de Mori. Otra eminencia, Sara Kiesler, psicóloga e investigadora de interacción humano-robot de la Universidad Carnegie Mellon, sostiene que hay tantas pruebas para apoyar la teoría como para refutarla.

Lo cierto es que el concepto de Mori sobre el Valle Inquietante ha acabado siendo importante en la propia animación CGI. Aquí podemos observar como las figuras bidimensionales tradicionales están lo suficientemente alejadas de los seres humanos de la vida real como para que el supuesto Valle no sea un problema.

En cambio, cuando la animación apunta al realismo, es donde podría ser posible caer en el Valle. Algunos creen que el fracaso en taquilla en el 2001 de Final Fantasy: The Spirits Within se podía atribuir en parte al afecto de la teoría de Mori. La película requería una enorme cantidad de trabajo, ya que sus personajes humanos fueron creados desde cero. Un ejemplo de ello era el personaje principal de Aki Ross. Fue animado con tanto detalle que tomó una hora y media para crear cada frame individual en el que aparecía.

Tras más de 4 años y cientos de millones de dólares de trabajo, el estreno de Final Fantasy trajo críticas bastante tibias. La mayoría argumentando que, si bien era fantástico observar el detalle de los personajes, a la larga se hacían fríos y todo muy mecánico. La película no consiguió recaudar ni una décima parte de su coste y Square Pictures se puso en bancarrota. Y no sólo Final Fantasy, tras ella se han dado muchos más casos donde la crítica no se ha puesto de acuerdo y hablaba en términos parecidos, casos como The Polar Express, Beowulf o A Christmas Carol.

Tras la decepción que supuso se han llevado a cabo otras estrategias en lo que se refiere a CGI, todas encaminadas a evitar el camino tomado por FF. Una de ellas es el uso deliberado de la exageración en los dibujos, de esta forma se crean caracteres que saltan el posible Valle. El ejemplo más claro de ello lo tenemos con Pixar y, por ejemplo, con sus The Incredibles en el 2004, cuyos personajes son reconociblemente humanos pero no muchos más realistas que un dibujo animado bidimensional.

Sea como fuere, lo que sí parece claro es que existe esa ansiedad que sufrió la hija de Ishiguro o inquietud que puede producir la consecución de réplicas imagen y semejanza de nosotros. Si todo esto tiene que ver con ese Valle Inquietante que teorizaba Masahiro Mori esta por verse. El mismo Mori hace unos años repasaba su teoría indicando que es posible que se deba estudiar más a fondo lo que es “humano” y así poder empezar crear dispositivos que salten ese posible Valle.

En la actualidad es imposible saber si el avance tecnológico será, paradójicamente, el mayor impedimento a la evolución de los humanoides, para que exista ese rechazo e incluso repulsión que evitaría en último término el sexo con robots.

Una cosa sí parece clara. Si por el contrario llega un día en el que los humanos creamos androides tan “perfectos” como para querer meterlos en nuestra cama, entonces también es muy posible que esos androides sean capaces de superar el Test de Turing, la imaginaria prueba Voight-Kampff, el mismísimo Valle Inquietante de Mori y cualquier cosa que se le ponga por delante.

Claro que entonces se trataría de robots tanto o más humanos que nosotros. Inteligencias que podrían aprender, sufrir, sentir y… posiblemente también, hacer oídos sordos a la primera ley de la robótica de Asimov.

Cuanto menos, inquietante.