Internacional

Trump y el triunfo de la antipolítica

Un multimillonario populista, impredecible y demagogo controlará durante los próximos cuatro años la sala de mandos más potente del mundo. El fantasma de la antipolítica recorre el planeta a tres mil por hora.

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29
noviembre
2016

El fantasma de la antipolítica recorre el planeta a tres mil por hora. Y el próximo 20 de enero se cuela en la Casa Blanca. Donald Trump tiene un plan de acción para sus primeros 100 días en el Gobierno de Estados Unidos. ¿En qué medida materializará su discurso del odio?

Donald Trump, el magnate populista y xenófobo que durante su campaña defendió la expulsión de once millones de inmigrantes sin papeles, la construcción de un muro de proporciones brutales en la frontera de México y la suspensión de los acuerdos internacionales de libre comercio y contra el cambio climático, será el presidente de Estados Unidos durante, al menos, los próximos cuatro años. Su victoria se proclamó un 9 de noviembre, el mismo día que hace 27 años caía el muro de Berlín. De la épica de la libertad al discurso del odio. Unos muros que cayeron. Otros que quieren levantarse.

«Hay una ola mundial de populismo, de nacionalismo y de racismo. Pero no basta con descalificar esos movimientos. Es incluso una reacción perjudicial, porque los endurece y los fortalece aún más. Son movimientos que tienen una raíz antisistema y, por tanto, el sistema tendrá que hacer bastante más para recuperar la credibilidad y la capacidad de acción», advierte el presidente de Transparencia Internacional, Antonio Garrigues, en declaraciones a Ethic.

Las consecuencias mundiales que puede tener el asalto a los cielos protagonizado por el multimillonario anti-establishment son aún impredecibles, pero la realidad es que los ciudadanos de Estados Unidos, víctimas del vendaval económico que se inició en 2007 tras la quiebra de Lehman Brothers y que ha provocado que amplias capas de la población perdieran poder adquisitivo, le compraron al magnate de la construcción un discurso demagógico que prometía recuperar la prosperidad perdida (make America great again!) al mismo tiempo que agitaba la fractura social, la xenofobia y el miedo. «Trump no aspira a ser jardinero sino paisajista. Su intención es utilizar la retroexcavadora presidencial para provocar un movimiento profundo y muy brusco sobre el terreno de juego de la política de Estados Unidos», señala Ángel Castiñeira, director de la Cátedra de Gobernanza Democrática de Esade.

Un punki en la Casa Blanca

¿Significa esto que la administración Trump va a llevar a cabo todos esos despropósitos que el presidente de Estados Unidos ha prometido durante su campaña de agitación? Para Garrigues, una cosa son los mensajes en clave electoral y otra muy distinta, la realidad política. «Quien crea que Donald Trump puede expulsar a 11 millones de inmigrantes de su país es que no sabe lo que es la realidad americana. Trump no hará ni la mitad de la mitad de lo que ha dicho. Una gran parte del partido republicano, es decir, los congresistas y senadores que van a dominar las dos cámaras, se oponen a esas políticas extremas», señala el jurista. «Lo primero que se va a llevar Trump es un baño de realismo y de moderación tremendo. Ya lo vimos en su discurso inaugural, que fue realmente de apaciguamiento y de moderación. Y ese discurso se va a mantener», vaticina.

El catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense José Luis Villacañas, autor del libro Populismos, explica que la Constitución de Estados Unidos es muy «senatorial», es decir, está diseñada para que el presidente tenga poderes muy limitados. «No es una Constitución que permita activar un sentido totalitario de la soberanía y esto lleva al nuevo presidente de Estados Unidos a tener que incumplir inexorablemente sus promesas». Y es aquí es donde aparece el dilema. ¿Qué hará Trump cuando compruebe que la Cámara de Representantes, el Senado y la Corte Suprema pueden impedir las medidas que ha prometido a sus electores? «Puede olvidar sus promesas, ya que al final tiene lo que quiere, que es el poder, o puede tratar de llevar a cabo una revolución de la arquitectura institucional norteamericana, como en día lo intentó Reagan. Si Donald Trump empieza una campaña para introducir enmiendas constitucionales, sí estaremos en una senda peligrosa», explica el profesor Villacañas, que en su libro advierte del riesgo que conllevan las fórmulas populistas, tanto de inspiración nacionalista y xenófoba como de inspiración marxista y anticapitalista. «Para entender la victoria de Trump, hay que dejar de lado el esquema derecha-izquierda. La pugna ha sido entre populismo y realismo», apunta el analista político Ignacio Santamaría, de la agencia de noticias Servimedia.

Lo cierto es que el camino de Trump está lleno de incógnitas. El periodista británico John Carlin, con amplia experiencia internacional y ex-corresponsal en Washington, lo confirma. «Nadie tiene ni idea de lo que va a hacer, ni cuál va a ser su política exterior ni interior. Ni él mismo lo sabe. Todo lo que prometió, el muro y demás, no lo cree. No tiene principios políticos, solo quería ganar las elecciones. Ha propuesto sin ninguna claridad. No tiene un mandato definido. Pero lo que sí sabemos es que es un personaje errático, descontrolado, narcisista, que fácilmente responde ante cualquier crítica con un zarpazo. Tiene un ego muy grande pero al mismo tiempo es muy frágil, un huevo gigante de porcelana. Trump es un personaje inestable y mucho me temo que va a generar un clima de inestabilidad. Puede pasar cualquier cosa», señala el periodista durante una conversación con Ethic.

Tras ocho años de mandato de Barack Obama, el primer presidente afroamericano de Estados Unidos, muchos esperaban ver por primera vez a una mujer en la Casa Blanca, pero la impopularidad de Hillary Clinton –nadie representa a las élites mejor que ella y la dinastía a la que pertenece– y sus últimos escándalos –reales o inventados– lastraron a esta candidata. La maquinaria de poder y el despliegue propagandístico de los demócratas no sirvió para detener al candidato republicano y su discurso antiglobalización. Clinton venció en las primarias frente a Bernie Sanders, un socialdemócrata alejado del establishment que defiende de forma entusiasta la educación y la sanidad públicas. En territorio norteamericano, es posible que a Trump le hubiera bastado con agitar el siempre efectivo fantasma del comunismo para desactivar a Sanders, aunque eso nunca lo sabremos. «Trump va a bajar los impuestos a los ricos. El PIB puede crecer a medio y largo plazo pero al mismo tiempo se va a producir un fuerte incremento de la desigualdad y de las tensiones sociales», apunta Ignasi Carreras, del Instituto de Innovación Social de Esade.

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El discurso antiglobalización

Muchos países sufren giros bruscos a lo largo de su historia, pero la poderosa influencia de Estados Unidos en el resto del mundo nos sitúa ante un tablero de relaciones internacionales hasta ahora desconocido. «A la política exterior no se le ha dado mucha importancia durante la campaña, pero en los pocos asuntos sobre los que Trump ha hablado –revertir el acuerdo con Irán o la colaboración con Rusia en la lucha contra el ISIS– hay muchísima contradicción, resulta dificilísimo hacer una predicción», asegura Áurea Moltó, directora de Política Exterior. «Lo único que sí podemos dar por hecho es que el período que va a abrirse con Trump será un revés a la globalización. Ha amenazado incluso con poner tarifas comerciales a China hasta de un 45%, lo que podría dar lugar a una guerra comercial, cuyas consecuencias negativas ya vimos en el siglo XX. Estados Unidos es un país muy industrializado, con un sector tecnológico muy potente; no puede permitirse una economía cerrada», continúa esta experta en política internacional.

Tener al frente de la sala de mandos más potente del planeta a un magnate de la construcción, estrella de la telerrealidad, que ha abusado de mujeres, que ha insultado a todas las minorías, que niega el cambio climático y que pretende aislar a Estados Unidos de la economía global nos sitúa a las puertas de la incertidumbre. «Son las elecciones más importantes en la historia de Estados Unidos y del resto del mundo», insistían una veintena de actores en su vídeo de apoyo a Hillary Clinton con el que pretendían movilizar a sus compatriotas, y que fue percibido por los votantes de Trump como el mensaje de un grupo de privilegiados que viven desconectados por completo de los problemas reales de los ciudadanos.

«La globalización ha traído un proceso de concentración de la riqueza desmesurado, obsceno, que deja a gran parte de la sociedad fuera, y esa sociedad puede reaccionar de muchas maneras», señala el investigador y activista contra la pobreza Gonzalo Fanjul. Para el fundador de PorCausa, «en este momento no existe neutralidad posible. La única forma de no ir para atrás es ir hacia delante. Ir para atrás ya sabemos lo que es: regresión, aislacionismo, Brexit, Donald Trump, Viktor Orban o incluso el nacionalismo en Cataluña. Quienes creemos en el cosmopolitismo y en que los derechos de las personas están por encima de las fronteras vamos a tener que salir, dar la cara y movilizarnos con mucha más fuerza».

Para entender cómo ha sido posible que el tsunami Trump haya arrasado primero con el aparato republicano y después con el demócrata, el economista venezolano Moisés Naím, autor de El fin del poder, recurre a una paradoja actual. Por un lado, la desigualdad económica contribuye a fomentar una de las tendencias más claras del mundo de hoy: la desconfianza de la población en todas las instituciones. Por otro, esos ciudadanos, por lo general escépticos, deciden depositar toda su esperanza en ciertos líderes o movimientos políticos. «De pronto, aparecen individuos que logran despertar una fe que rompe todas las suspicacias. Hemos visto cómo la confianza de la gente en ciertos líderes se mantiene a pesar de su comprobada propensión a tergiversar la realidad, adulterar estadísticas, hacer promesas a todas luces incumplibles, lanzar acusaciones infundadas o, simplemente, mentir. No importa que su mendacidad se haga evidente. Donald Trump es un buen ejemplo de esto».

La siguiente pregunta que muchos se hacen es: ¿qué han visto los ciudadanos de Estados Unidos en un candidato tan inestable? «Trump ha identificado el malestar y la ira. Y se ha convertido en su portavoz. Es un representante de un estado de ánimo. No les lidera, solo aspira a ser como ellos, a parecerse al máximo. A identificarse. Es un liderazgo por ósmosis. Metaboliza el miedo en odio y rabia mucho más poderoso que los argumentos», explica a Ethic el analista político Antoni Gutiérrez-Rubí.

El magnate de la construcción que insulta a las mujeres y los inmigrantes convertido en la voz del hombre blanco de clase media que busca motivos para volver a creer en el sueño americano. «Ha suministrado a sus simpatizantes esa dosis diaria de autoestima liberando sus instintos, miedos, odios, prejuicios y obsesiones. También sus ignorancias. Al pronunciar lo que la mayoría no se atreve a decir, aunque lo piense, ha ejercido un poderoso efecto de exorcismo político inverso», explica Gutiérrez-Rubí. Así, los seguidores que han llenado sus mítines y activado su campaña se sienten protegidos, y no avergonzados, de sus ideas. «Esta relación de autoestima por proyección reflejada en su líder es un fuerte pegamento cohesionador. Los electores que escondían, disimulaban o matizaban sus ideas pueden, ahora, liberarse del corsé de lo políticamente correcto. Trump les libera, haciéndolos protagonistas y orgullosos. Este es un elemento clave».

Negacionismo climático

Los acuerdos internacionales contra el cambio climático han sido sistemáticamente atacados por Trump, un negacionista confeso, que ha llegado a afirmar que «el cambio climático es un invento de los chinos para hundir la industria americana del automóvil». «Su victoria puede dificultar las cosas pero la convicción sobre la necesidad de actuar en el clima y la voluntad de hacerlo de manera cooperativa no dependen de él», explica Teresa Ribera, co-presidenta de la Red Española para el Desarrollo Sostenible. Para la ex secretaria de Estado de Medio Ambiente, «el primer impacto negativo ya se ha producido: la incertidumbre sobre hasta dónde puede llegar tiene como consecuencia una ralentización en la decisión de muchos, pero ni siquiera Bush, en un momento de mucha mayor vulnerabilidad, logró descarrilar el Protocolo de Kioto. La mayor victoria que podría tener el negacionismo sería que los demás, como consecuencia de la victoria de Trump, dejáramos de hacer lo que nos interesa».

Llevamos años oyendo que estamos en la antesala de la transición energética y Estados Unidos –el país más contaminante del mundo junto a China– nunca ha hecho los esfuerzos necesarios para afrontar este desafío. Obama es quien más ha defendido las energías limpias, pero en todo momento se encontró grandes resistencias. «Ahora todo hace pensar que Trump paralizará las iniciativas federales de la administración Obama en materia de transición energética y facilitará las inversiones e infraestructuras en gas y petróleo. Los ciudadanos de Dakota mantendrán su lucha contra el fracking y en Alaska se reabrirán los debates sobre las exploraciones en alta mar. Todo eso son malas noticias, pero la sociedad americana, los alcaldes, los gobernadores –con independencia de su partido de adscripción– tiene una gran capacidad de reacción y cabe pensar que la acción a nivel estatal y local, las decisiones de muchos inversores y las demandas de los ciudadanos se guiarán por el sentido económico y la convicción ciudadana. Puede darse incluso una reacción airada de afirmación y tengo serias dudas de que Trump pueda sustraerse en el medio plazo a la presión de todo ello», añade Ribera.

La victoria de Trump ha sido la victoria del puñetazo en la mesa, del discurso del odio y del hartazgo. La confirmación, en definitiva, de que el populismo es un fenómeno mundial que, según las latitudes y coordenadas, puede adquirir distintos signos y rostros. Es evidente que las élites tienen que renovarse profundamente para volver a conectar con una ciudadanía que, para expresar su descontento, se acerca peligrosamente al precipicio totalitario. Nunca antes como ahora vamos a necesitar la movilización y la implicación de los moderados en la vida social y política.

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