Por Eduardo Luis Aguirre

Algunas retóricas, esperablemente edulcoradas y actualizadas, enmascaran detrás del concepto de las neurociencias -y la “meritocracia”- un nuevo embate del positivismo neospenceriano de matriz postmoderna.

Herbert Spencer (imagen), vale aclararlo, fue un referente trascendental del positivismo sociológico decimonónico, que acuñaba un concepto organicista y racista de las sociedades, en las que, pontificaba, supervivirían únicamente los más aptos. Ese positivismo caló fuerte en América Latina, y muy especialmente en la Argentina, que contó con exponentes notables como José Ingenieros, José Peco, Juan B. Justo y otros cultores que influyeron decisivamente en la articulación de un discurso causalista y determinista cuya hegemonía se extendió durante décadas (1).

Puesto fuertemente en crisis el primer positivismo, la criminología estadounidense recreó una versión aggiornada durante la era del Consenso de Washington. Abandonada la idea del “delincuente nato” lombrosiano, autores como Wilson-Herrnstein (1985) dan cuenta de la existencia presunta de factores prediponentes al delito, tales com el sexo, la constitución física, la inteligencia (la “baja” inteligencia para mayores analogías con el paradigma neurocientífico) y, finalmente, factores ambientales como las familias “disfuncionales” (2).

Exhibido como una suerte de novedad científica, la irrupción en medio del resurgimiento de las corrientes derechistas dominantes, encripta una nueva forma de legitimación biologicista que ya fue advertida por la reconocida pedagoga Carina Kaplan, quien cuestionó fuertemente el embate neoconservador en la educación “Como pedagogos tenemos que pensar por qué estas perspectivas y enfoques ingresan a las escuelas tan acríticamente. Es decir, por qué en lugar de pensar en sujetos que aprenden, empezamos a hablar de cerebros más pobres, más ricos o de las capacidades mentales”.  “Esta es una mirada antigua y conservadora de la pedagogía, porque lo que nosotros sostenemos es que no hay diferencias cerebrales entre los ricos y los pobres. Lo que hay, en todo caso, son condiciones y oportunidades distintas para aprender, que son básicamente sociales. No hay nada de naturaleza en la desigualdad. Es decir, la desigualdad social y educativa no se aloja en el cerebro. Sin embargo, si a estas perspectivas uno no las mira críticamente y no las analiza, se puede caer en la idea de que los cerebros son los que definen el fracaso o el éxito de la gente, en la sociedad o en la escuela” (3).

No es la única voz que se ha levantado formulando ese tipo de advertencias respecto de la exhumación de las peores consignas del positivismo, ahora reformuladas como tesis explicativa del crimen. Cuando Lola Aniyar de Castro y Rodrigo Codino analizan el regreso del neopositivismo biologicista, los autores incluyen expresamente, a las neurociencias: “Luego se pusieron de moda las neurociencias. La Frenología o Craneología, fundada por Franz Joseph Gall, fue un antecedente importante de las actuales neurociencias, según Antonio Damasio, profesor de Neurociencia de la Universidad de Southern California. Retomar como antecedente el antiguo positivismo biológico es interesante, porque permite a Damasio rechazar la noción de fatalidad en la conducta humana y elude el problema del determinismo diciendo que no siempre el individuo con una inclinación delictiva pasaba al acto: el hombre es libre. La inclinación a la agresividad, dice, podía estar asociada a otras facultades superiores –como el coraje, entre otras- que pueden debilitarla y evitar, de este modo, el acto delictivo. Así, un estudiante que goza atormentando y matando a los animales puede neutralizar su inclinación homicida dedicándose a la cirugía; un boticario que tiene el deseo irrefrenable de matar, se hace verdugo; el hijo de un comerciante que encuentra su felicidad matando, se puede convertir en un carnicero. Por eso, algunos autores han dicho que la violencia es un excedente de la agresividad institucionalizad, que  ha sido legalmente autorizado (4).

En definitiva, estamos frente a una perspectiva antigua y conservadora, que cree encontrar diferencias en el cerebro de las personas y así explicar las conductas “diferentes”. No existe una naturalidad de la desigualdad, y mucho menos ésta se explica por diferencias alojadas en el cerebro de las personas, sino en las asimetrías e injusticias de las sociedades.

  1. Zaffaroni, Eugenio Raúl: La palabra de los muertos,  Ed. Editorial, p. 151 y cc.
  2. Larrauri, Elena; CidMoliné, José: Teorías criminológicas, Ed. Bosch, p. 68.
  3. http://www.ellitoral.com/index.php/id_um/134195-kaplan-la-desigualdad-social-y-educativa-no-se-aloja-en-el-cerebro-una-mirada-critica-de-las-neurociencias-en-la-ensenanza
  4. Manual de criminología sociopolítica, Ed. Ediar, p. 368.

 

  1. Posdata al interior de los posteos: Esta nota concitó, hasta ahora, casi nueve mil lecturas. En facebook, provocó una innumerable cantidad de comentarios, entre aprobaciones, reservas y críticas, que me obligaron a hacer algunas breves aclaraciones en uno de los muros, sobre la forma en que encaramos esta breve reflexión. He de transcribir a continuación parte de esa intervención de manera casi textual:"Neurociencias (o ver la vaca y llorar) Me despierto con la novedad del pequeño revuelo (a juzgar por el número de lecturas del comentario) que se ha provocado a partir de la repetición en una revista jurídica de mi breve texto sobre neurociencias y positivismo.
  2. Derecho a réplica no es más un blog de dedicado al derecho y la criminología, como sí lo fue hasta hace algunos años. Su perfil actual se asemeja mucho más al de un espacio militante, una suerte de agente provocador, una tecnología que intenta (y a veces lo consigue) formular preguntas, exteriorizar advertencias y enunciar contenidos críticos. El sitio se parece tanto como el perro al dueño en su versión sexagenaria. Por ende, nuestra dedicación no necesariamente incluye la incorporación de argumentos, si por ellos se extiende el hedor de la sabiduría académica, al menos como la conocemos en los países dependientes. Lo que intentamos es incorporar microrrelatos o discursos extraídos de diversos saberes para intentar coincidir un relato holístico, abarcativo, sobre las nuevas formas de control y dominación del tercer milenio.
    En ese marco debe entenderse la osadía de nuestra caracterización de las neurociencias y la advertencia que las mismas nos inspiran. Como había leído varias menciones sobre el tema, me pareció atinado volcarlas de manera textual al blog, justamente en un momento donde parece haber un territorio arduo en disputa en materia epistemológica, en el cual las derechas construyen nuevas y sutiles formas de hegemonía". Nos gustaría que esto quedara en claro. Nos sentimos a gusto pronunciándonos como un alerta de la conciencia, destinado a llamar la atención sobre las modernas formas de dominación y sometimiento. Y también, colaborando en la  organización de un pensamiento liberador, que se debate en una lucha defensiva donde a veces vale más replicar con una evocación oportuna que redoblar los esfuerzos dogmáticos o cientificistas, cuya  incidencia en la lucha política que nos convoca también podemos discutir.