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Lunes, 4 de julio de 2016

El Trujamán. Revista diaria de traducción

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Profesión

Birding, o pajareo (una hipérbole)

Por Miguel Ros González

Después de un lunes que se fue entre pitos y flautas (entregaste el domingo a las tantas, te despertaste bien entrada la mañana y echaste el día ordenando la vida), el martes te despiertas a una hora prudente y abordas el siguiente encargo con ilusión: ya no te vuelve a pasar.

Tutto sommato io darei ragione all’Adelung, perché se partiamo da un alto-tedesco Breite il passaggio a Braida è facile, e anche il resto…

Johann Christoph Adelung, te dice la Wikipedia, fue un gramático y filólogo alemán. Clic. Alemania, capital Berlín. (Tienes que ir a Berlín). Clic. Fotos, historia, temperatura media por meses (nada que no se te vaya a olvidar en dos minutos), bajar, bajar, ¡ciudades hermanas! (Te encantan las ciudades hermanas). 1993, Taskent, Uzbekistán. (Qué chulo Uzbekistán). Buscar «Samarcanda». Clic. Ahí está esa mezquita, el caso es qu… ¡A traducir!

200 palabras.

Llega un correo electrónico. ¡Una agencia nueva! Te explican que están actualizando su base de datos de traductores jurados, que su tarifa es de tres céntimos por palabra, y que los traductores que más se ajusten a sus necesidades serán los únicos proveedores en esa combinación. Les respondes que tu tarifa es de un céntimo para directa y dos para inversa, y de medio céntimo si no es jurada (la situación no es particularmente boyante, y traducir del italiano no requiere mucho esfuerzo, que digamos: hay que ajustarse). Les dices que sí, que sabes que podrías ser más barato, ¡pero los gastos de envío corren por tu cuenta!

Intuyes que no te responderán, pero el caso es que te lo has pasado genial escrib… ¡¡A traducir!!

300 palabras.

Suena el timbre. Vas a la cocina, «el cartero», abres. Nada más que por eso te vas a hacer un zumo, que las naranjas llevan ahí la tira, con lo que te gustan…

Cuando vuelves al ordenador hay un correo electrónico nuevo. ¡Otro encargo! Lees varias reseñas del libro, conviertes el PDF en Word, cuentas las palabras para el calendario, los caracteres para los dineros. Bien, bien. Respondes al editor y, cuando te dispones a volver a tu traducción, ves que en la lista hay movimiento: se convoca un examen para traductores de español en la ONU.

Nunca te lo habías planteado, pero es gratis y se hace por internet; a juzgar por el modelo tiene pinta de estar chulo, es un desafío divertido: piensas inscribirte. Empiezas a rellenar el formulario, que si trabajo, que si educación… ¿Cómo era Máster de Profesorado en inglés?

El timbre. «¿Miguel Ríos?». (Eso es que suben). ¡Ejemplares justificativos!

Vuelves al ordenador: a ver si han metido todas tus sugerencias. Abres el PDF de la maqueta y vas buscando las señales amarillas, página por página en la pantalla, en el papel. Bien; vale; perfecto (aquí te marcaste un tanto); como te temías, se confirma que en esta editorial no gusta el «ni de flores»; al pelo… Te tiras un buen rato cotejando, pero estás satisfecho. Piensas a quién regalar los ejemplares, empiezas a escribir las ded… ¡¡¡A traducir!!!

Ojo, antes tienes que completar el formulario de la ONU. Ibas por el Máster de Profesorado. Eso, claro. Desempolvas la carpeta de los Lakers y sacas los títulos. ¿Ves cómo ibas a darle uso al escáner? Ya solo te falta la carta de motivación, que esta gente le da mucho valor a esas cosas. La dejas niquelá. Ya está.

Esto estaba justificado, ¿no? Es trabajo, a fin de cuentas. Ahora sí, a traducir se ha dicho. (Pero antes haces la enésima ronda por los periódicos de tu barra de favoritos: compruebas, cosa rara, que las noticias no han cambiado en los últimos veinte minutos).

700 palabras.

Suena el timbre: llega el paquete de Amaro del Capo y Sambuca Molinari (¡aquí no se encuentran ni en el Makro!). Qué buenos después de comer. Ya es hora de cocinar, por cierto. (La radio de la cocina es una chapuza, tienes que comprarte otra. Seguro que las hay con wifi o algo así, para el TuneIn Radio).

Después de comer se te cierran los ojillos (como han llegado hoy, te has echado una lágrima de cada), y no se te abren hasta las cinco y media (el domingo entregaste a las tantas y aún tienes falta de sueño). Te despiertas grogui. Más vale que te hagas un café, y para eso vas a leer otra vez el artículo con los siete pasos para preparar el mejor café con cafetera italiana (que habías visto esta mañana).

Por fin te sientas delante del ordenador, resuelto a salvar, aunque sea, la tarde.

500 palabras.

Timbre. «Correo comercial». (Qué ingenioso el tío). A este también le abres porque eres buen zagal. Mientras sales de la cocina, ves la radio de refilón. Antes de preguntarle al Lolo, que sabe de estas cosas, buscas un poco por tu cuenta, no se diga que tal.

Ahora sí, vas a echar un par de horas por lo menos.

Suena el móvil: María que si nos damos un paseo por el Malecón. Titubeas por postureo contigo mismo, pero al instante te dices que la gracia de tener un horario flexible está precisamente en aprovecharlo. Total, dentro de dos horas y pico tienes entrenamiento, el libro está recién empezado y al recalcular compruebas que la ración cotidiana solo sube cincuenta palabras de al día.

No, si al final te acabará tocando echar la persiana

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