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10 historias de princesas para niños del siglo XXI

Cuentos en que las princesas salvan a los príncipes, reniegan del color rosa, se tiran pedos o se visten con bolsas de papel.

Los tiempos han cambiado. Dejamos de sentirnos identificados con princesas en apuros y con príncipes salvadores. Los niños del siglo XXI harán bien en conocer los cuentos clásicos, pero también en asomarse a otros, que les parezcan más divertidos o curiosos, menos tradicionales.

Las niñas (y a veces también los niños) siguen jugando a las princesas. Pero estas princesas contemporáneas, además de cantar canciones y hablar con sus amiguitos del bosque, a veces se preguntan por la igualdad de género, se tiran pedos, se ponen rebeldes, aprenden a defenderse solas.

No se trata de enterrar los clásicos, sino de interpretarlos con otra mirada. Porque no todas las princesas son iguales.

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“Blancanieves” de Roald Dahl

Este cuento viene en el libro Revolting Rhymes (1982), que en español fue traducido como Cuentos en verso para niños perversos. Presenta a una Blancanieves que llega a las casa de los enanos, pidiendo aventón en la carretera (después de haber huido del leñador) y usa el espejo visionario de su madrastra para ganar apuestas.

Las princesas también se tiran pedos de Ilan Brenman e Ionit Zilberman

La protagonista, Laura, tiene una duda que no la deja en paz, después de una discusión sobre cuentos de hadas en la escuela: ¿Cenicienta se tiraba pedos? Por fortuna, el papá de la niña posee un libro que podrá dar respuestas a ésta y otras preguntas.

Olivia y las princesas de Ian Falconer

Los libros de Olivia, esa cerdita con tutú, ya son un referente. En este volumen, Olivia y sus amigas juegan a disfrazarse. Pero ella no quiere usar ropa de princesa sino de jabalí, algo que considera más acorde con su personalidad.

El verdadero final de la bella durmiente de Ana María Matute

Se publicó en 1995. La historia comienza como termina el cuento en la versión de Perrault: el príncipe despierta a la protagonista con un beso del verdadero amor y se casa con ella. ¿Y vivieron felices por siempre?

Según la autora, no muy felices ni muy por siempre, porque el viaje de bodas termina en embarazo no planeado, porque la suegra de la Bella Durmiente es una arpía antropófaga y porque la indolencia del Príncipe Azul pesa más que su voluntad de buen marido. Divertidísimo.

¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa? de Raquel Díaz Reguera

Carlota es una princesa que está harta de ser una princesa rosa, de que todo a su alrededor sea rosa (hasta su mamá es de ese color). ¡No más rosa! Carlota se propone viajar, correr, brincar y vestirse de todos los colores.

La princesa rana de Sofía Ballesteros y Mariana Zúñiga

Cuenta la historia de una rana a la que una bruja malvada convierte en princesa. Pero ella no es feliz. Porque ¿a quién se le ocurre convertir a las ranas en princesas? ¡Tendría que ser al revés!

Érase dos veces Cenicienta de Belén Gaudes y Pablo Macías

No érase una vez sino érase dos veces: Cenicienta no irá al baile para enamorarse del príncipe, no habrá zapatillas de cristal. La protagonista está dispuesta a independizarse.

La princesa vestida con una bolsa de papel, de Robert Munsch y Michael Martchenko

Elisabeth es una hermosa princesa enamorada del príncipe Ronaldo. Vive en un castillo maravilloso y tiene un guardarropa envidiable, hasta que un día un dragón incendia el castillo y captura al galán. A falta de vestidos, la protagonista se pone una bolsa de papel encima y emprende el rescate de su amado.

Princesas olvidadas o desconocidas de Philippe Lechermeier y Rébecca Dautremer

No es un cuento sino una galería de princesas de las que casi nadie habla, con datos curiosos e ilustraciones. A los niños pequeños les va a gustar. A los adultos también. Las ilustraciones son muy lindas.

“Caperucita Roja” de James Finn Garner

Forma parte de Politically Correct Bedtime Stories (1994), que reúne versiones “políticamente correctas” de cuentos infantiles. Aunque Caperucita no es una princesa, la historia vale la pena, y conserva el sentido de las demás.

El autor se mofa de ese intento, tan extendido en las últimas décadas, de no ofender con el discurso, de mostrar sensatez e inteligencia y que suele practicarse aún a costa de caer en la ridiculez.


Lo más probable es que los niños de esta generación no hayan crecido leyendo los cuentos de hadas, pero conocen las tramas porque las han visto en películas de Disney y en programas de televisión, y saben perfectamente cuál es el contexto de expresiones como “había una vez…”, “y vivieron felices por siempre”, “espejito, espejito…”.

Es probable que hasta hayan escuchado hablar de unos señores llamados Charles Perrault y los hermanos Grimm.

Por eso se interesan en las reinterpretaciones, al mismo nivel que los lectores más entrados en años. Cuando se trata de leer cuentos o lo que sea, la edad es lo de menos: ¿quién no quiere diversión, un poco de irreverencia, tramas con las cuales identificarse?

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