martes, 16 de septiembre de 2014

Habitación número 27

Ella está desnuda en la cama y dice:
- Quiero que dibujes una constelación en mi espalda.
Se pone boca abajo y espera a que él encuentre su rotulador. 
- Dibuja un pájaro, un cuervo – dice.
Él se sienta sobre ella, atrapa sus caderas con las piernas y la besa en la frontera entre el cabello castaño y la piel. Luego dibuja líneas negras que recorren la espalda de ella, de lunar en lunar, y poco a poco da forma a un ave de pico afilado que agita las alas y observa la habitación posada en la escápula.
- Ahora quiero que dibujes un árbol, un enorme árbol que abarque el cielo con sus ramas – dice.
Él desciende por su cuerpo y se detiene al final de su espalda. Elige un lunar junto al surco de la columna vertebral y desde él traza una primera línea que sube y luego otra que baja en paralelo; ahora las ramas que se abren a los costados, abrazan por detrás sus pechos, con timidez; y por último las raíces que se infiltran con sed entre sus piernas. Cuando termina, él acaricia con suavidad la corteza del tronco, recorre con los dedos sus nudos y asperezas. Luego, aunque ella no se lo ha pedido, dibuja un cometa que cae desde la cadera, cruza la espalda y deja un hoyuelo al morder la carne. 
El cuervo se agita, las ramas susurran, ella se incorpora y se sienta en el borde de la cama.
- Quiero verlas – dice.
Se levanta y se acerca al espejo, observa las constelaciones en el reflejo. Su espalda es un cielo que amanece y las estrellas brillan con la tenue luz que entra por las ventanas.
- Un cometa – dice. 
Él asiente y esboza una sonrisa. Ella recorre las líneas que él ha dibujado, su dedo viaja con lentitud de peca en peca. Se detiene: ha deshecho uno de los trazos, un ala del cuervo se quiebra y la onda expansiva llena de silencio la habitación. Ella pierde la mirada en el polvo que cubre el cielo al otro lado de los cristales.
- Quiero que borres las estrellas de mi espalda porque no existen, ya no hay estrellas – dice.
Ella le coge de la mano y lo lleva hasta el cuarto de baño. Abre el grifo, pone el tapón y deja que corra el agua. Luego, lo desnuda. Se miran sin decir nada mientras se llena la bañera; ella se recoge el pelo con las manos y el universo se expande en su piel, las alas de cuervo heridas se despliegan y rozan las ramas del árbol.
- Siéntate – dice.
Él se sumerge en la bañera y ella se coloca de espaldas, en el hueco de sus piernas.
- Bórralas – dice – ya no hay estrellas.

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