martes, abril 16, 2024

El amor como un rayo de sol


 "Alba: ¿Qué nombre ponemos al corderito?
Se llama Cosita papá."
 

 A lo largo de todos estos años he ido sintiendo como el yoga transformaba mi vida hacia lugares que antaño me parecían insospechados sencillamente porque no sentía ni por asomo lo que siento en estos momentos.

Partimos de la base que creo en un yoga integral donde el eje de la conciencia es la referencia interna de mi quehacer en el día a día. Ha sido el propio yoga el que ha ido despertando y ampliando esa conciencia convirtiéndola en una consciencia amplia y abierta, es decir un ente calmado y observador, muy despierto y vibrante, sutil y profundamente sensible consigo mismo y con su entorno vital.

El yoga no son posturas físicas, es mucho más, abarca una práctica total donde la esterilla es la propia vida, y donde de un modo muy paciente vamos encajando en los diferentes canales vitales y olas vibratorias que conforman y confirman la vida. Esta situación genera una armonía con la existencia que pasa de estar inerte a estar completamente viva.

Recuerdo el tacto de mi piel cuando empecé hace más de dos décadas, y mi cuerpo: estaban duros. Ahora mi piel es suave, y mi cuerpo es blando y adaptable. Por aquel entonces, mi corazón no era tan ancho, era más pequeñito, y diría que ajeno a mí mismo pues tenía poca relación con él, no dialogábamos mucho y al estar mi pecho tan duro, me costaba entablar conversaciones amenas, había demasiados muros. Ahora la situación es diferente, vivo en él y me encuentro cómodo y a gusto, también me doy cuenta de su infinitud. Es curiosa su profundidad; es tanta y tan honda, como cuando uno tiene un dolor inimaginable, y se encuentra en paz desde esa hondura a pesar del sufrimiento. Diría que son las profundidades de las puertas que nos va abriendo la consciencia, y que comulgan con la propia esencia y misterio de la vida. 

La mente también me ha cambiado muchísimo, antes vivía pendiente de aquellas rutinas que suponen una vida con los objetivos sociales marcados a hierro subliminal, o los heredados de la familia. Mi mente era de bastante opacidad a pesar que siempre he sido una persona despierta, sensible y particular. Y en cuanto a mi persona, sí, era yo, pero tampoco era eso, vivía más en una amalgama. Ahora es diferente, Soy en una claridad meridiana, y no siento dispersión, sino una unidad viva y esponjosa, y me reconozco y nutro en ello a cada momento.

No participo mucho en ser, pero le doy una dirección, que es la que observa mi interno. Igualmente, no me interesa ningún protagonismo de ser nada, tampoco dispongo de objetivos, y mi amor hacia las personas que amo ha pasado a ser de una ternura inimaginable. Es como si el corazón hubiera ido adquiriendo las cualidades de esponjosidad, blandura y profundidad que comentaba.

Me alegra tanto también poder amar así, a mi hija, a mi pareja, a las personas que quiero, al verdor de la tierra, a los colores del cielo, al sabor del mar, y a tantas situaciones o sentires, que lo hago en silencio, sin armar ruido, dichoso de ello, y feliz de poder disfrutar del amor de la vida y del corazón. 

El sentir que el corazón con el paso de los años es capaz de seguir creciendo en su palpitar resulta estremecedor, y de una delicadeza muy bella, la propia mirada que emerge de ello.

Estoy agradecido también el haber tenido la oportunidad de realizar un andar en yoga que me ha traído hasta estos lugares, y también agradecido de compartir el periplo, por ejemplo, escribiendo o disfrutando en el silencio de la sala de yoga, o siendo capaz de dar y recibir del modo que lo hago ahora.

Es entonces un rayo de sol el que abre nuestro corazón y nuestra consciencia, un rayo  que conmueve, un rayo llamado yoga. Un rayo de amor y de ser, de estar y de andar, de vivir bajo el estremecimiento calmado de lo incierto. Tan real y sabroso que solo cabe bailar y gritar de dicha a la vida.

 

  Fito Paez-"El amor después del amor"

Artículo escrito por Carlos Serratacó

Huelva, Abril 2024

martes, abril 02, 2024

Vivir sin red, un andar por el yoga sintiendo los pies


"Nos sujetan y nos dan la verticalidad, nos enraízan y nos dan la realidad,
encerrados los tenemos: ¿Cuándo los liberaremos?
Carlos

 

Soy de pies grandes, y antes de empezar a practicar yoga calzaba un 44,5. Tras bastantes años de práctica, ya calzo un 46. Resulta curioso que según progresaba en mi yoga los zapatos se me iban haciendo pequeños, y que a su vez mi mirada de la realidad con un pie pequeño, ha mutado a una realidad igual de grande que mi pie ahora. 

El mundo es de una mayor amabilidad y más amplio. Antes mi mente era más cerrada y limitada, estaba más pendiente de mis propios egoísmos, ahora no es así, soy de una mayor empatía y compasión. También según iba cambiando de zapato me iba quitando tantos ropajes, y ahora con poco, voy cómodo, y tampoco hace falta que sean de ninguna marca, no me siento adherido a Ser por una etiqueta. Calzo un 46 que crece, y con ello Soy. 

Entiendo que un día dejara de crecerme el pie, y ya me he ido preparando para ello: lo aceptaré sin lamentarme. Entiendo que llega un punto que pisar tanta realidad necesita cierto humor, y de ello soy consciente.

Tantos millones de veces poner atención a las partes de mi cuerpo que se apoyan, y de ahí sujetar las posturas me han convertido en un Pies Grandes, pero también la piel que se apoya, y mis brazos, mis piernas, mi tórax, mi espalda, y mi cabeza, parece que le han salido ojos, multitud de pequeños ojos vivos, y de mirada vivaz. Sus poros se enraízan y parecen micro adhesivos de quita y pon, respiran, y hablan en su propio idioma, y parecen un sentido más, me colman de información. He tenido que aprender a discernir de un modo más sutil e ir desechando la información inútil para quedarme sólo con lo que me hace falta en el momento.

A su vez, con tanto pie he perdido el miedo a caerme, pero a caerme en cualquier lado, ya sea en el suelo, en casa, laborando, en amores, en amistades,y en mente, o en la propia vida, en lo que sea. Deben ser los dedos que se han alargado y me sujetan lo que me permite vivir sin red, o quizás sea este yoga loco. En todo caso, mola. No me siento tan agarrotado y noto la cabeza más ligera, no con tantas densidades.

 Eso sí, si dejo de practicar me caigo. Antaño pase unos meses en cama, y al levantarme y sencillamente apoyar el pie, se torció, y de ahí a un esguince de grado tres. Me quede enyesado. Me di cuenta entonces que mi mente también estaba enyesada, así que trabaje de un modo arduo para volver a recuperar mis pies, y mi mente, y así pude volver a ponerme en pie, y liberar mi cabeza.  Menudos pies, menudo aprendizaje.

Hasta ahora no encontraba relación entre mis pies y mi cabeza, pero ahora me doy cuenta, que la realidad y la ficción no crecen a la par, y que es mejor sentir los pies para ir equilibrado.

A veces coloco un pie sobre una superficie inestable y el otro pie lo pongo en el aire. Resulta sorprendente, pero me mantengo en pie sin caerme, debe ser la superficie que se apoya, o esos poros sensibles, o sencillamente que ahora dispongo de mayor ajuste al no tener miedo. No lo sé. Tampoco me importa. Practico y disfruto de mis pies grandes, y de que se sujeten, y me mantengan atento.

Siento más adherencia a la tierra, y a la naturaleza vital, incluso a veces siento que soy un árbol más, y que da frutos y todo, y me siento dichoso con ello. Quién iba a decir que mis pies me iban a producir tantos descubrimientos y sorpresas al pasar de estar encerrados, a crecer de un modo tan desmesurado. 

Al final, como decía, me he dado cuenta, entonces, que vivo sin red,  en la realidad y en virtual, pues no me hace falta ni uno ni otro,  eran como telarañas invisibles que se apoderaban de mi alma, y lo cierto que es un alivio salir de esas prisiones según me iba encontrando a mi mismo pisando el suelo, y sintiendo como me enraizaba. Ha sido lento, algo extraño, pero es una metodología que sugiero: sentir tus pies, sonriendo, y si no sonríes, por lo menos siéntelos.

The Commitments-"Mustang Sally"

Artículo escrito por Carlos Serratacó

Huelva, Abril 2024

domingo, marzo 31, 2024

La primavera, la apertura en yoga, y la migración de las aves

 


"Resistirse a lo que es, es un freno a nuestra vida y a nuestro yoga. De la aceptación nace la belleza, y de ahí nuestra comprensión"

Carlos

 Hace unos días me encontraba observando el cielo. Amanecía, era de esos días que ya se inician como con una luz ya cambiada, de mayor profundidad y hondura, donde los haces de luz muestran en su respiración otra realidad en su invisibilidad tangible, pues los signos de la tierra natural ya nos dicen que una nueva estación entra, nos hablan en su sabiduría ancestral.

Las gallinas por ejemplo aparecen con sus pollitos de la nada como si supieran el momento justo de cuando debían eclosionar los huevos, o en los árboles nacen las primeras hojas que nos protegerán del sol que vendrá, o la tierra ha ido adquiriendo otro color y textura para prepararse para brotar hacia el mismo cielo, pero, sobre todo, o por lo menos me lo parece, la luz cambia.  Es prácticamente imperceptible dicho cambio de tonalidad en el ambiente, pero con la práctica es posible darse cuenta año tras año.

Me preguntaban el otro día en un ejercicio de aprendizaje de francés que cuáles eran mis gustos, preferencias, y momentos únicos del día o en general, y tras leer las respuestas pensé: "Creo que soy un poco raro". 

Decía:"j´aime le yoga et l´escalade, j´aime nager dans le mer, et travailler la terre, j´aime collectionner des livres anciens et rares, j´aime lire beaucoup, j´aime regarder le ciel et vois les nuages, et les oiseaux passer, m´impliquer dans la nature, j´aime écrire sur ce que je ressens et sur la vie..."

  Decía entonces en ese ejercicio que uno de mis momentos mágicos es mirar el cielo, y sentir su belleza y su calma, y sorprenderme por el paso de las aves, ya sea un vuelo raudo, como el de los patos, o más tranquilo, como otro tipo de aves, y sentado ahí mientras amanecía empezaron a pasar bandadas y bandadas de aves, y paso algo increíble: no dejaban de aparecer en infinitos vuelos que parecían bailes en puntas de flecha oscilantes. Estaba sorprendido, pues no es normal ver tantas aves migrando a la vez y todas ellas danzando a la vida y a la existencia. Volvían posiblemente de África hacia el "calorsito" y luz de nuestra tierra y de nuestras marismas, ahora sedientas de tanta fresa codiciosa.

Reflexionaba sobre que la vida en su polifonía de manifestaciones polimórficas, es decir, la vida en sus múltiples manifestaciones de infinitas formas y común esencia, es imparable, y ahí radica su misterio, su encanto, su divinidad. Esas aves volando de continente a continente, pues en el cielo no hay fronteras, y su baile a la vida en una permanente ayuda mutua resulta conmovedora.

El yoga nos hace comprender que no se puede vivir la vida en una cabeza que quiere controlar la vida, en una cabeza repleta de proyecciones, en una vida sujeta a los espasmos de los sentidos, a una vida aditiva a intereses virtuales, o intereses puramente materiales. 

Es desde la calma de uno donde sentimos los pies en tierra para realizar la postura, y ajustar los equilibrios para sentirnos bien. Es en la quietud de la inmovilidad sentados que profundizamos en el silencio, para volar a descubrir continentes. Es en la entrega con atención donde no dejamos escapar la existencia en chorradas vacuas. Es el acto de educarse para aprender a vivir con un sentido que nos direcciona en un alma común que nace de esa profundidad.

Es vivir abiertos, sin miedo a volar. Es vivir en permanente aceptación, sin miedo a perder.  Pues es el darnos cuenta lo que nos suma y lo que nos subyace en la corriente vital.

Me sentí dichoso de ser tan afortunado de amar y apreciar la vida en sus diferentes manifestaciones, me sentí feliz de haber perseverado en mi yoga, de haber dejado que mis sentidos despertaran, que mi sentir hablará con mi corazón, que mi mente se vaciara de ruidos, de trabajar  incansable para que mi cuerpo tuviera la fortaleza de abrirse a la dulzura y a esta hermosa primavera.


La Plazuela, David de Jacoba, Texture-"Alegrías de la Ragua"

Artículo escrito por Carlos Serratacó

Huelva, Marzo 2024

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