February 24, 2016
Queremos tanto a Eduardo

Ana Cecilia Calle, Coordinadora de libros en la Editorial Javeriana desde 2011 hasta 2014, escribe sobre el gusto que fue trabajar con el recién fallecido poeta, Eduardo Chirinos. 

Conocimos a Eduardo Chirinos porque la edición tiene días de milagro. A veces, uno de los libros sobre la mesa de trabajo es radicalmente distinto a los demás. De repente, trabajamos más para tener tiempo y atenderlo. Volvemos a él entre tareas. Hablamos de él en el almuerzo. Nos lo llevamos el sábado a la casa. Hablamos con el autor, y descubrimos en el libro y el autor igual tesoro. El tiempo que le dedicamos es corto, y es así porque la poesía en una editorial académica es un privilegio pero rara prioridad en los horarios. Así, pues, un libro de un poeta peruano, que publicaba desde la década de los ochenta llegó en una pirueta a nuestras manos, enfilado para la colección de poesía. 


El nombre de Eduardo sonaba en las antologías de poesía peruana y latinoamericana de los años noventa. Había sido editado, en prosa y en verso, en México, Venezuela, en España, en Perú, y en Estados Unidos y en Francia en traducción. Pero hay cosas más importantes para hablar de Eduardo. Chirinos tenía maneras suaves y una forma generosa de aproximarse a la escritura. Maneras suaves, insisto, en sus poemas, la curiosidad del niño coleccionista que recopila y describe con igual emoción. Es por esa curiosidad que existe Coloquio de los animales (2014), el texto que llegó gracias a Juan Felipe Robledo y Jorge Cadavid, profesores y poetas, a nuestra mesa editorial de la Universidad Javeriana en Bogotá. Chirinos había escrito sobre animales por más de treinta años, así que creó un libro-arca para juntarlos. Okapis, escarabajos, leones, herreros que cuidan el arca. Vacas que pastan a las orillas Rímac. Osos disecados de aeropuertos. Los ciervos que veía en su ventana de Missoula, junto a su esposa. La ruta de Eduardo en el Coloquio no es solo zoológica. Pasear por las hormigas y las lánguidas ballenas (“Alguien/ (no sé quién) ordenó que cantara./ Aunque no llegáramos/ Ordenó que cantara”) es también conocer su itinerario de escritura. Buscar sus voces y sus preocupaciones. Ver que su camino estaba poblado de imágenes sencillas y animales: “Dos senderos divergen en el bosque./ No sé cuál de ellos tomar./ Interrogo en silencio los árboles/ los pájaros salvajes/ la oruga/ entre los dedos de Clara/ y pienso que mañana será otro día. Que nunca sabré cuál de los dos elegí” (“El bosque del poeta”). Chirinos insistió en retornar a las palabras y hacer de ellas el testimonio de nuestra presencia en el mundo. En la distancia de Missoula, Lima y Bogotá “estas palabras […] han de arder algún día por nosotros” (“Poema de la esposa que duerme”). 


Hoy despedimos a Eduardo y atesoramos la bondad de su escritura. Nos asombramos revisitándolo en sus descripciones de los bisontes sueltos en un Tchernobyl radiactivo, paraíso feliz sin humanos. La editorial de la Universidad Javeriana y su colección de poesía serán siempre una de las casas de Eduardo en Colombia. “El orden irrespetuoso de las cosas”, como él mismo diría, lo trajo para siempre hasta aquí. Bienvenido sea.

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