Anarquía en Oaxaca: el cambio debe venir también de oaxaqueños

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Oaxaqueños Unidos

+ Llamado católico, básico para una ciudadanía que está extraviada

En Oaxaca los ciudadanos estamos tan convencidos de que todos los problemas los debe resolver el gobierno, que por eso todos los días nos hemos acostumbrado a vivir en un clima de anarquía y desorden sobre el que nadie se responsabiliza. Hemos tomado la posición cómoda de ser inconformes de escritorio (o de redes sociales) pero sin asumir que una verdadera ciudadanía necesariamente tendría que pasar por tomar parte de los problemas, y no sólo contemplarlos. Mientras no entendamos eso, seguiremos acostumbrados (y resignados) a vivir frente a la misma circunstancia caótica de siempre.

En efecto, erróneamente ha habido una tendencia casi permanente de negar la existencia de la sociedad civil en México. Quienes defienden esa idea, aseguran que la idea de la sociedad civil fue sólo un invento de algunos sectores interesados en participar en los asuntos políticos del país disfrazados de ciudadanía. Por eso, dicen, la sociedad civil es una falsedad que intenta sólo enmascarar intereses específicos que no son los de la mayoría. Esta es una idea errónea y malintencionada, que en realidad ayuda a sostener el caos y la desidia ciudadana —e incluso alimenta su participación— en los problemas comunes. ¿Por qué?

Porque bajo esa idea se ha desalentado la necesidad de participación de la ciudadanía en los problemas comunes. A la ciudadanía se le ha hecho creer que sólo los problemas que son de su ámbito personal, son de su incumbencia, pero que todo lo que no lo perjudica directamente debe ser resuelto por otros. De ahí puede explicarse que sea cada vez mayor la tendencia a que el ciudadano común no se asuma como parte de un problema general, y casi siempre busque a otros responsables de los problemas que son públicos, comenzando por el gobierno. El gobierno, para el oaxaqueño de a pie, es quien tiene la culpa de todos los problemas, y es asimismo quien debe resolverlo todo. En ese estado de comodidad, no hay razón para intervenir o participar en los temas comunes, y tampoco ha habido capacidad para aprender a razonar, intervenir, y hasta quejarse, por los problemas que son de todos.

Ejemplos de ello, tenemos de sobra. El gobierno, por ejemplo, enfrenta un sinfín de problemas que hoy en día no puede ni quiere resolver. Desde hace bastante tiempo, el gobierno ha sido un simple administrador de los recursos que recibe, y un receptor de quejas e inconformidades. Lo más que ha llegado a ser, es un canalizador y gestor de algunas soluciones coyunturales. Pero desde hace mucho tiempo perdió la capacidad de ser un verdadero articulador de la gobernabilidad y del desarrollo de la entidad, y de poder resolver de fondo algunos de los problemas más complejos de la ciudadanía.

De esta forma, lo que parece es que estamos en una especie de cuello de botella, en el que nadie tiene capacidad de resolución, y tampoco nadie la exige. Hoy en día pareciera que el gobierno claudicó en su deber de ser el conductor de la vida pública, y la ciudadanía en ser un promotor de la intervención en esos asuntos públicos. En el vacío, quien ha tomado el control, son los grupos organizados que sí tienen intereses bien encaminados, y que se arrogan la representación (y la defensa de los intereses) de los ciudadanos, que nadie les ha dado.

LO PÚBLICO ES DE TODOS

Es un problema grave que no tengamos la claridad para asumir que los asuntos públicos son de todos. Uno de esos indicadores, es el hecho de que se supone que en los temas más sensibles de la vida pública, debemos participar los ciudadanos y no el gobierno. ¿Un ejemplo? Las elecciones. Éstas, se supone, constituyen una de las máximas expresiones de la participación de la sociedad civil en los asuntos públicos. Sólo que como los ciudadanos tenemos muy poca disposición para participar, y no tenemos ninguna cultura de inconformarnos, quejarnos y tomar el control de las situaciones, entonces dejamos que otros lo hagan.

¿Qué no alcanzamos a ver, por ejemplo, que en realidad el amague de la Sección 22 del SNTE de boicotear el proceso electoral, es una afrenta no sólo para el gobierno sino sobre todo para los ciudadanos, que se supone que somos los encargados de organizar y vigilar la jornada electoral? Si vemos con cuidado lo que dijo la Asamblea de la Sección 22 hace algunos días, ellos no hablaron de boicotear el proselitismo político, o de impedir que los candidatos hicieran campañas, o algo por el estilo. Específicamente se refirieron a la jornada electoral y dijeron que irían a boicotearla a partir de, por ejemplo, no permitir que las casillas electorales se instalaran en escuelas e instalaciones educativas. Por eso, en el fondo, la afrenta es contra los ciudadanos, y no sólo contra el gobierno o el régimen gobernante.

¿Y dónde estamos entonces los ciudadanos? ¿Cuándo tomaremos conciencia de lo que nos corresponde hacer? ¿Cuándo asumiremos que buena parte de la solución a estos problemas comunes parte del hecho de que nosotros mismos reasumamos nuestra responsabilidad y compromiso? ¿Cuándo tomaremos conciencia de que los asuntos públicos sí son de alguien, nosotros, justamente porque son de todos?

Acaso en esa lógica debiéramos atender también al llamado que recientemente hizo el arzobispo José Luis Chávez Botello, quien ante el inicio de Campaña y próximas Elecciones, plasmó en un llamado público, lo que él entendió como “el clamor de muchos ciudadanos, apoyados en el corazón generoso y buena voluntad de la mayor parte de los oaxaqueños”, para hacer “un llamado respetuoso a las Agrupaciones, Partidos Políticos, Candidatas y Candidatos que participan en el actual proceso electoral a expresar, de cara a la sociedad, un Compromiso de Civilidad que coadyuve a la generación real de un clima de seguridad y respeto y que, desde su convicción personal, abone a la Reconciliación y a la Paz de nuestro Estado también. Confiamos en su buena voluntad y en su amor a Oaxaca”.

ABONAR A LA PAZ

De eso se trata justamente: de que seamos un factor de cambio y no de persistencia de los vicios que nos lastiman como sociedad. Si cada uno toma conciencia de su propia importancia, y de la necesidad de su participación en los asuntos de todos, entonces nuestra sociedad comenzará a andar por un camino distinto al actual. De eso se trata. De dejar de ser apáticos y de despertar la verdadera conciencia como sociedad civil, que tanto necesita nuestra entidad de nosotros.

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